5 de junio 2023
Un honesto militante del Partido Comunista pide la palabra en la reunión periódica del núcleo de la fábrica donde trabaja para expresar una opinión conflictiva. Dice que cada día le cuesta más trabajo enfrentar las críticas que escucha de sus vecinos y de sus hijos, que no solo se le agotaron los argumentos, sino que reconoce que la mayoría de los que se quejan tienen toda la razón.
En la cola frente a una farmacia de barrio una señora de avanzada edad pregunta por el último de la fila. Son las seis de la mañana y ya hay unas 30 personas aguardando a que abran el establecimiento. La señora averigua si ha llegado el enalapril, un medicamento que debe consumir de forma permanente por su hipertensión. "Lo estamos esperando hace una semana", le responden, y entonces se echa a llorar y pregunta en voz alta: "¿Hasta cuándo va a ser esto?". Sentado en la escalera, un hombre de unos 40 años le responde: "Esto va a ser así hasta que los arrastremos por las calles".
Entre la preocupación del comunista que todavía espera una respuesta de sus dirigentes para encontrar alguna solución y el iracundo que ha perdido la paciencia y solo ve el camino de la violencia, pueden detallarse los diferentes grados en que se expresa en Cuba la inconformidad política. Allí aparece el simulador que sigue aplaudiendo mientras espera que le llegue el parole para emigrar, el opositor moderado que sueña con estar sentado en una gran mesa para un posible diálogo de reconciliación, los muchos que le gritan insultos al televisor mientras se transmite el noticiero y los carcomidos por el miedo que bajan la voz para proclamar la insostenibilidad de la actual situación, la desesperanza y el temor de que todo puede llegar a ser peor, mucho peor.
Quizás la convicción más compartida entre los inconformes es que bajo las actuales reglas que rigen el país no se podrán solucionar los problemas, pero eso viene acompañado de la certeza de que los que las dictan no tienen la intención de cambiar nada.
Del otro lado del espectro cabría esperar una gradación del entusiasmo revolucionario donde estarían los que aceptan las penalidades como un sacrificio necesario, los que le echan la culpa de todo al imperialismo y los que estarían dispuestos a dar la vida y a obedecer la próxima orden de combate para enfrentar a los inconformes.
Da la impresión de que el principal propósito de los que gobiernan es comprar tiempo, algo que solo se puede hacer si se dispone de un capital político capaz de ilusionar a los desesperados ciudadanos, con la promesa de que no solo desaparecerán las principales dificultades, sino que incluso el país puede emprender la senda del desarrollo.
Cada día se reduce la opción de comprar tiempo y mengua el capital político. Cada día decrece el entusiasmo y aumenta la inconformidad.
*Artículo publicado originalmente en 14ymedio.