Guillermo Rothschuh Villanueva
25 de diciembre 2016
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Los gemelos lograron contagiar a todo un pueblo, sus nombres se repetían en los hogares, fueron dueños y señores de toda una época
“… le dio a uno un vaso de limonada, y más tardó en probarlo
que el otro en decir que le faltaba azúcar”.
José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo
Los gemelos Buendía- Cien años de Soledad
El hijo del Mayor G. N. David Arguello, lo primero que hizo fue hablar de sus hermanos, los recordó a todos, Robertina nació en Puerto Cabezas, mi padre se encontraba acantonado en esa ciudad, es la primogénita, luego nacerían en Granada Ofelia y Roberto, nosotros vendríamos por último, nacimos en Juigalpa, en casa de doña Carmela Suárez. Mi padre, fue un militar recto, honesto. Rodolfo empezó entonces a hablar de Humberto, su gemelo. Goza al hacerlo. Cada vez que lo menciona, la alegría se desprende de sus ojos. Humberto sigue acompañándole, lo siente más vivo que nunca. Mientras perdure en su memoria no lo sabe muerto. Ambos forman parte de mi historia personal. Durante más de un decenio sus nombres anduvieron de boca en boca. Dueños de un temperamento festivo, fueron galleros viciosos, montadores de toros, jugadores de beisbol, bohemios de tiempo completo, y parranderos hasta donde ya no se pudo. Juerguistas hasta que se les ocurrió enderezar el rumbo de sus vidas.
Los gemelos se asomaron a las galleras a una edad cuando los adolescentes todavía están pegados a las faldas de sus madres. Desinhibidos, entraban y salían de estos lugares, como los católicos a la iglesia los domingos, para estar en comunión con Dios. Los guardias encargados de vigilar que los menores de edad no entraran a estos antros, se hacían como que no les veían. Los Cabos G. N. Julián Gazo y Joaquín Rugama, se sobaban el chilillo sobre su pierna derecha, como muestra de su señorío. Con los gemelos no ocurría igual. Los saludaban y deseaban suerte en sus apuestas. Cada vez que las galleras mudaban de sitio los gemelos se desplazaban junto a ellas, para seguir divirtiéndose como siempre lo hicieron. Muy pronto trabaron amistad con Abelardo Castro, Gustavo Sirias y Leonardo Membreño, dueños absolutos de estos locales. Una amistad cimentada en los vicios compartidos. Humberto, hasta poco antes de su muerte, jamás dejó de visitar estos mataderos. Rodolfo lo complacía, por algo era su gemelo.
Pienso que los gallos de Napoleón Castro eran una fiera, pero más fiera era Napoleón. Cuando se sentía perdido quebraba los gallos, esperando que el otro se corriera o por cansancio no tirara, buscando el empate. A las galleras llegaban muchos léperos. Tuve un gallo negro copete que ganó 17 alzos, entonces mi reputación creció. Me dediqué a la crianza y logré forjar mi propia raza. Le puse Rohuar, que traducida significa Rodolfo y Humberto Arguello. Su fama se extendió más allá de Chontales. En nuestro país algunos galleros inventan razas que no existen. Tuvimos la dicha de jugar con Caite de Palo, Julio Morales, Juan Corea, Melico Sovalbarro, Tapita de Dulce, Agustín Duarte, Napoleón y Abelardo Castro. Pasamos muchos años de nuestras vidas metidos en estos tugurios. El último de mi crianza me lo comí el pasado 5 de agosto. Con esta decisión cerré un ciclo de mi vida. Si Humberto estuviera vivo, estoy seguro que Rodolfo —fiel hasta la temeridad— seguiría acompañándole. Uña y mugre hasta en la sepultura.
El gemelo Arguello siguió hablando entusiasmado, recordando los días cuando se iban a los potreros a montar terneros amarrados con mecates de cabuya. Su inicio fue en La Talolinga de don Heliodoro Sándigo. También montaron en Santa Emilia. En esas fincas despuntaron. Deseábamos ser buenos montadores. Con Omar practicábamos, igual que con Mario Pineda Roa, para luego irnos a lucir a la barrera. Catarrán todavía estaba vivo. Éramos rijosos, anduvimos por todas las barreras de Chontales. Era la época grande. Con bramadero y pretal. A los toros no les ponían esa verijera que les encajan ahora. Corcovean porque no les queda de otra. A mí me gustaba ver montar a Chinampa. A Humberto le quebró el tobillo izquierdo un toro en Comalapa y el derecho otro en Cuapa. ¡Pero no lo botaron! ¡Se sostuvo hasta el final! Yo nunca fui mejor montador que mi hermano. ¡Osado! Se divertía de lo lindo. Me transmitía su goce. Sigo comprobando, Rodolfo no puede hablar si no menciona a Humberto. Donde habla uno está el otro.
Para esos años fuimos bebedores empedernidos, con decirte que nos pasamos por la garganta las dos fincas y el ganado que nos heredaron. Tiempos aquellos metidos en guaro. Nueva York era de Humberto y San Juan era la mía. Solo nos quedó el recuerdo. Visitábamos los burdeles tanto que ya nos conocían. Donde La Pénjamo disfrutábamos nuestros amaneceres. Me espanta recordar que una vez le dije a mi mama Ofelia: Mamá no voy a seguir estudiando, vengo graduado en alcoholismo. Pero no fue así. Me gradué en el Liceo Agrícola René Schick en 1972. No hubo promoción debido al terremoto que demolió Managua, no tuve el honor de subir al estrado con mi madre. Ella hubiera gozado muchísimo. Humberto se encolerizaba que le dijeran alcohólico. A quien se lo decía, aclaraba: Borracho soy no alcohólico. ¡Imaginate vos! Me dijo Rodolfo a carcajadas. Sin embargo Humberto fue el primero en dejar de empinarse el codo. Con decirte que cuando tuvo el traspié con su mujer, no la rompió. Yo pensaba que iba hacerlo. ¡Huevón!
Rodolfo continúa hablando de Humberto, la hermandad crece y se nutre día a día, se consolida y expande en cada evocación. Lo sienta a su lado. No abandona su compañía. La fidelidad los une desde el vientre de su madre. Nada le produce mayor regocijo que hablar de su hermano. Trato que me hable de él. Insisto, pero antes que pueda reclamarle, me recuerda que Humberto fue soldado de vanguardia durante los años duros de los ochenta, cuando formó parte del primer contingente de reserva que fue a Betulia. Al regreso encabezó el desfile con su rifle Aka. Se veía hermoso, tenía porte de guerrero. ¡Quién iba a decirlo! ¡El hijo de un soldado somocista fue el mejor! Ahí está Cándido Vallecillo para confirmarlo. Su gallardía me motivó a cumplir con el Servicio Militar Patriótico (SMP). Me presenté sin que nadie me lo pidiera. Dije para mis adentros: Salí ya de esta mierda, fíjate vos, como si iba a una pelea de gallos. Años difíciles, mucho rencor acumulado, muchas muertes innecesarias. Un pasado que no acaba de irse.
Los gemelos lograron contagiar a todo un pueblo, sus nombres se repetían en los hogares, fueron dueños y señores de toda una época. Era tan intensa nuestra relación que él jalaba con una hermana y yo con la otra. Y así fue. Se desposaron con dos hermanas, Humberto con Julia y Rodolfo con Mirna. Enderezaron el rumbo de sus vidas sin perder su humor y entusiasmo. Atrás dejaron sus grandes borracheras, sus visitas a los putales, sus amanesqueras, las montaderas de toros, sus andanzas por los chinamos, su indisciplina y vagancias habituales. Dieron un giro de ciento ochenta grados. Humberto empezó a reclutar a sus amigos de farras. El que mejor lo recuerda es Omar Sándigo. Un día lo montó en su motocicleta. Jamás imaginó que lo llevaba hacia el camino de su redención. En menos de un parpadeo lo apeó y lo metió en la sede de los Alcohólicos Anónimos Asunción. Esto ocurrió el 14 de junio de 1984. Omar lo recuerda como si fuera ayer. Fue el principio del fin de sus grandes bebederas. Hoy es otro. Vive feliz como nunca lo fue.
Con los gemelos Arguello me une una amistad de toda la vida, nos conocimos temprano, cuando éramos adolescentes. Esto crea lazos indestructibles. Ni la distancia ni el tiempo pueden romperlos. Aprendí rápido a diferenciar uno del otro. Compartimos las mismas aficiones, aunque jamás me he echado un trago. La única vez que fumé lo hice a su orilla, sentados en las bancas del Cine Juigalpa. Nuestras primeras incursiones fueron con los gallos, yo deserté a los catorce. Anduvimos en la tiradera de palomas de castilla. Ellos se daban el lujo de tirar con pelotas de vidrio. Después fueron los juegos de beisbol. Cada vez que pichaba Humberto, yo era su receptor estrella. No recuerdo si fue él o yo quien decidió que nos llamáramos Brother. Una camaradería que duró para siempre. Salí en búsqueda de Rodolfo, santo varón, porque él no teme —como los conversos— hablar de su pasado. Nos sentamos a rememorar un tiempo que sigue siendo nuestro. Evocó su niñez, adolescencia y juventud, teniendo presente a Humberto, mi Brohter.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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