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Los fantasmas de Lesbos, la desgracia de Europa

Necesitamos un nuevo movimiento que haga campaña por la liberación de los refugiados de sus condiciones insufribles y por un proceso de asilo rápido

Dos niños refugiados contemplan una protesta en la plaza Syntagma de Atenas. EFE | Orestis Panagiotou | CONFIDENCIAL.

Yanis Varoufakis

2 de noviembre 2017

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Atenas.– En 2015, cientos de miles de refugiados desembarcaron en las costas de las islas de Grecia. Muchos habían muerto en el mar. Hoy, se le ha hecho creer a la población internacional que la crisis de refugiados de Grecia ha amainado. En verdad, se ha convertido en un flagelo permanente que carcome el alma de Europa y fragua un problema futuro. La isla de Lesbos fue, y sigue siendo, su epicentro.

La historia de Shabbir demuestra de qué manera descarnada la realidad choca con el relato oficial de Europa. Shabbir, de 40 años, vivía con su esposa y dos hijos pequeños en una ciudad de tamaño mediano en Pakistán, donde administraba un negocio de alquiler de autos. Una noche de diciembre de 2015, un grupo local de extremistas islámicos arrojó una bomba molotov a la casa del vecino de Shabbir y esperó afuera a que la familia huyera del interior.

Los vecinos de Shabbir eran cristianos y los extremistas se habían propuesto desalojarlos y convertir su casa en una madrasa (una escuela religiosa). Instintivamente, Shabbir salió corriendo en defensa de sus vecinos cristianos. Lo acusaron de "apóstata", le quemaron el negocio, mataron brutalmente a su hermano, su mujer y sus hijos huyeron a ciudades vecinas y Shabbir, junto con su padre de edad avanzada, emprendió el largo y cruel camino, a través de Irán y Turquía, a una seguridad imaginada en la Europa civilizada.

En el camino, el padre de Shabbir murió de agotamiento en algún pico nevado de Turquía. Meses después, tras poder subirse a la embarcación endeble de un traficante en la costa turca del Egeo, naufragó y se encontró rodeado de decenas de refugiados amigos ahogados. Lo recogieron frente a la costa de Lesbos y lo llevaron al campo de Moria. Allí es donde comenzó su segundo padecimiento.


Ningún occidental que visitara Moria durante el invierno de 2016/2017 podría no sentirse deshumanizado. Barro, basura y excrementos humanos formaban un magma de miseria, un infierno rodeado de alambre de púa y la indiferencia oficial reflejada en los recursos insignificantes ofrecidos por la Unión Europea y las autoridades griegas.

Los refugiados como Shabbir enfrentaban un mínimo de nueve meses antes de su primer encuentro con algún funcionario que recibiera su solicitud de asilo. En el campo, una pequeña oficina improvisada, rodeada de más alambre de púa y cientos de refugiados desesperados, admitía una o dos personas por hora para su primera entrevista. "Si estás un poco enfermo, siendo afgano o pakistaní, puede llevarte 12 meses antes de poder hablar con un funcionario", nos dijo un refugiado. "Somos fantasmas que deambulan por ahí sin que nadie se dé cuenta", observó. "Habría preferido que nos hubiéramos muerto en la guerra".

Al recorrer el campo, la segregación saltaba a simple vista. Algunas familias recibían como beneficio el lujo de un contenedor, resguardado detrás de cercos altos. A pesar de la falta de agua corriente, calefacción o algún tipo de instalación digna de mencionarse, ellos eran los privilegiados.

Caminar hacia el noroeste, subiendo la colina, era como experimentar el ascenso a la inhumanidad. Lo primero que aparecía era el barrio bajo de los afganos, envueltos en barro y un hedor insoportable. En la cima de la colina había paquistaníes en las mismas condiciones nefastas, quemando cualquier cosa que encontraban para poder cocinar. Junto a ellos estaban los argelinos, temidos por todos los demás y enjaulados detrás de una hilera triple de alambre de púa. Al pie de la cuesta, justo al lado de los espantosos baños semi-descubiertos, estaban los "africanos", entre cuyas carpas corrían los desechos que bajaban desde arriba de la cuesta.

Un año después de que Shabbir llegó a Lesbos, y tres meses después de su primera entrevista, su solicitud de asilo fue rechazada y se emitió una orden de deportación. Su apelación fue rechazada sin ceremonias y, cuando intentó buscar refugio entre personas que lo apoyaban en un pueblo cercano, la policía montó una cacería humana. Finalmente, se entregó, antes de ser llevado de nuevo a Turquía. No hemos oído de él desde entonces.

Shabbir había imaginado, nos dijo a uno de nosotros, que "a pesar de ser musulmán" Europa le daría asilo, "sobre todo porque pensaba que defender a cristianos a expensas de mi familia significaría algo aquí". Pero "Europa" tenía otras ideas. El trato de la UE con el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, negociado en 2016 por la canciller alemana Angela Merkel, tenía un único propósito: frenar la ola de refugiados de Turquía a Grecia a cualquier precio. Si eso significaba que la UE terminaría sobornando a Erdoğan con varios miles de millones de euros para violar la legislación internacional que protege a refugiados como Shabbir, que así sea.

Sólo en septiembre, otros 2.238 refugiados llegaron a Lesbos, a pesar de los intentos de Turquía de cortar el flujo. Un campo diseñado para 2.000 personas ahora "alberga" esa cantidad multiplicada por tres. A comienzos de octubre, las primeras tormentas otoñales convirtieron al campo de Moria otra vez en un lodazal.

Europa se engaña a sí misma diciendo que este crimen contra la humanidad no es culpa de nadie. Las autoridades griegas culpan a la UE por no brindar los fondos, la UE culpa a Grecia por no hacer lo suficiente con los fondos disponibles y las grandes ONG están preocupadas por mantener su propia cadena de mando y financiación. Los únicos sobrevivientes en este naufragio moral son los equipos locales de base -que comprenden voluntarios y pequeñas ONG de todo el mundo- que han venido manteniendo vivo el espíritu de humanidad.

Mientras tanto, Occidente en general, y la UE en particular, perpetúa los factores económicos, ambientales y militares que impulsan el desastre humanitario en curso.

Galrim, otro refugiado pakistaní en Lesbos, nos explicó el grave error de Europa: "Los extremistas islamistas tienen un plan. Al diseminar el miedo y el odio", dice, "quieren marginar a los refugiados en Europa, desgarrarlos de las sociedades europeas y convertirlos en víctimas de la xenofobia europea. Es su estrategia de reclutamiento con la cual atizar las llamas del odio entre Oriente y Occidente y convertirlos en actores importantes".

Galrim sabe de qué habla. Es un demócrata al que, por oponerse al fraude electoral en su ciudad, las redes mafiosas en la Turquía "segura" le rompieron el cuerpo, en una sucesión de sesiones de tortura por rescate. En una ocasión, lo arrastraron atado a un camión a toda velocidad. La solicitud de asilo de Galrim también fue rechazada, lo que lo colocó en la lista de deportación.

Hace unos 2.500 años, Safo de Lesbos escribió:

Su corazón se volvió frío 

Dejaron caer las alas

Para impedir que esto les suceda a los humanistas en toda Europa, necesitamos un nuevo movimiento que haga campaña por la liberación de los refugiados de sus condiciones insufribles y por un proceso de asilo rápido. Más allá de eso, necesitamos terminar con las políticas que contribuyen a su situación desesperada.


George Tyrikos-Ergas colaboró en la producción de este texto.

Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia, es profesor de Economía en la Universidad de Atenas. George Tyrikos-Ergas es un folclorista que vive en Lesbos, donde cofundó AGKALIA, un equipo de base reconocido internacionalmente que trabaja con refugiados.

Copyright: Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org

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