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Los endemoniados impuestos del César

¿Será esta afirmación una consigna hueca que traduce mecánicamente el controversial mandato de “Dar al César lo que es del César"?

Ciudadanos rechazan paquetazo económico de Ortega y esperan que nuevo Gobierno enderece el rumbo.

Julio Francisco Báez Cortés

19 de octubre 2020

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A los sacerdotes  Mons. Silvio José Báez,
Miguel Ángel Ruiz y Héctor Treminio:
Bandera invicta, santos de mi devoción

¡Hay que pagar los impuestos! ¿Será esta afirmación una consigna hueca que traduce mecánicamente el controversial mandato de “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”? Les cuento, un grupo de amigos sospechamos desde un principio que estábamos en presencia de una rara interpretación –ora manipulada a sus anchas por recaudadores y poderosos, ora repetida como loritos incluso por luminarias de peso mundial–. Esto ameritaba desmenuzarlo en el seno de un irreverente grupo de parlanchines  agrupados a la sombra de un alegre Zoom, de esos imprescindibles grupos que están de moda para escapar un poquito de tanta pesadilla.

El contexto

Lo primero que sugerimos tomar en cuenta para la correcta exégesis de esta “reflexión tributaria” de hoy domingo 18 de octubre de 2020, rescatado por los evangelistas Marcos (12, 13-17), Mateo (22, 15-22) y Lucas (20, 20-26), es el entorno socioeconómico y político que rodeaba al Nazareno. Poncio Pilato, temible gobernador romano de la provincia de Judea, represor número uno de los alzamientos populares motivados por el brutal sistema impositivo del César, que en tiempos de Jesús fue el aborrecido emperador Augusto y luego su hijo Tiberio, antecesores de los patibularios Calígula, Claudio y Nerón. ¿Cómo entonces iba Cristo a recomendar cumplida obediencia y puntualidad en el pago de los impuestos a favor de semejantes explotadores, cuyo endiosamiento y culto a la personalidad Él fustigaba sin concesiones?

Hasta ellos se equivocan

Pero esta inobjetable argumentación histórica, pareciera contrastar con lo afirmado por figuras del mundo contemporáneo que suelen caer en el lugar común del “Dad al César…”, todo para ilustrar erróneamente el supuesto divorcio entre lo mundano y lo divino, entre política y religión, como si esto fuera posible. Unos personajes se confunden y otros andan “caliente”, pero da la impresión que no logran dar en el blanco. Permítanme iniciar con el ilustre ciudadano Barack Obama, elegante caballero que devoró la frasecita en cuestión sin la mínima señal de haberla sazonado con la pimienta de su grandioso talante humanista, (La audacia de la esperanza, página 214): “La reticencia que sienten muchos evangélicos a verse envueltos en política –(en atención a) su deseo de darle al César lo que es del César– podría haber continuado para siempre de no ser por los trastornos sociales de los sesenta”.


Veamos ahora a nuestro formidable Jorge Luis Borges, deslizándose en el tobogán de un simplismo que no le luce a semejante monstruo de letras y luces: “Idea espléndida (de Cristo) es que no hay que interesarse en lo político. Cuando dijo: ‘Dad al César lo que es del César…’; es decir, den al gobierno lo que pide, lo que es propio del gobierno y no piensen más en eso, tenía mucha razón” (Borges: Imágenes, memorias, diálogos; página 93). ¿Será que el Ciego Divino fue víctima de su propio agnosticismo?

Otro lince de envidiable catadura, Umberto Eco, aborda el tema recurriendo a una desafortunada verónica de marca mayor, durante el memorable cruce epistolar con Carlo María Martini (¿En qué creen los que no creen?, página 70): “Jesús dijo que era necesario pagar el tributo al César, porque así lo sugería la disposición política del Mediterráneo”. ¿Cómo dijiste Umberto? Y para cerrar este cuarteto de ejemplos, invitemos al historiador Dietrich Schwanitz lanzándose al vacío sin paracaídas: “La posterior concepción cristiana de las relaciones entre Iglesia y Estado se basa en esta respuesta: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. (La Cultura, página 65).

¿Ya vieron cómo estos grandotes, solo para citar llamativos casos, han masacrado sin parpadear aquella cita bíblica que ni en broma fue expresada como ellos creyeron entenderla? Por ahora, cero y van cuatro los gigantes confundidos.

La clave

Un elemento esencial que debemos colocar sobre la mesa, radica en la provocación de los fariseos que acosaban al Maestro para sorprenderlo al menor descuidito. En tal sentido, escuchemos la famosa cuestión formulada por aquella parvada de lumpen–evasores: “Es lícito pagar tributo al César o no?” A estas alturas recordemos que el pacto entre fariseos –poder religioso– y los herodianos o gobierno títere –poder político de los colaboracionistas al servicio del imperio–, buscaba dejar mal parado a Jesús ante cualquier respuesta que él diera, sea frente al gobierno imperial romano si es que se oponía al pago del impuesto por legítima objeción de conciencia  –desobediencia tributaria–, o si ofendía al pueblo judío que al aceptar dicho pago reconocería implícitamente su sometimiento a la divinidad del César, expresada en la inscripción de la moneda

Más veloz que el rayo y con esa firmeza que nadie le disputaba, el Nazareno arremetió sin rodeos ni contemplaciones: “Hipócritas, ¿por qué me tientan?”. Con esa explosiva salutación dedicada a los camuflados provocadores, es lógico deducir que los pillos escucharían algo más: pidió enseguida que le mostrasen un denario (las sagradas escrituras registran que Jesús nunca tocó el dinero) y enérgico sentenció: “Devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Una diferencia cualitativa esencial que enseña el teólogo Gustavo Gutiérrez (Contra el poder del dinero), aclara que mientras los fariseos hablaban de “pagar” al César, Jesús insiste en “devolver” al César, que es el término utilizado en el original griego y reproducido textualmente por Marcos (12, 13-17, Biblia Latinoamericana). Aquí reside el aspecto medular de la interpretación. El pago del impuesto en sí mismo solo era un pretexto de los fariseos, no el tema primordial.

Por tanto, mediante esa respuesta no se cae en la trampa de recomendar el pago o de incurrir en rebeldía fiscal, y más bien se enfoca en “devolverle” al César sus medios de dominación a fin de “romper con la opresión que viene del apego al dinero y sus posibilidades de explotación de los demás”. Por su parte, los también teólogos María y José Ignacio López Vigil (Otro Dios es posible) son contundentes desde otro ángulo del análisis: “(‘Devolved al César…’) se usa habitualmente para separar la religión de la política, pero se consigue todo lo contrario: separar la política de la religión e impedir que la autoridad política manipule la religión a su favor”.

De Judea a Nicaragua

No requiero ser brujo para adivinar posibles interrogantes de mis lectores a este humilde servidor: ¿Por qué este muchacho escribe sobre impuestos de hace dos milenios? ¿No sería mucho más útil sustituir sus regodeos bíblicos por consejos prácticos de ahorro tributario o sobre escudos técnicos frente a la inclemente voracidad recaudatoria? Voy a defenderme aunque sea tantito: así como el zapato, el peine o la blusa ocultan en sus células grises un mundo de endemoniadas relaciones económicas, sociales y políticas que determinan su producción, comercialización y consumo, el tributo constituye algo similar en tanto expresión material “micro” del abigarrado universo de esas relaciones en el terreno social, que al fin de cuentas determinan quién será golpeado y quién será el consentido a la hora de gravar y cancelar impuestos. Cuáles serán los privilegiados y cuáles los discriminados. ¿A quién premiar y a quién castigar? La desigualdad fiscal no consiste en un porcentaje menor del IVA o IR, no es químicamente pura ni resuelve con exoneraciones. Sin alma social y política, no existe fiscalidad que valga la pena.

Así las cosas, el pago de los tributos corre el riesgo de convertirse en un triste y sumiso ejercicio robótico, desprovisto de la férrea voluntad ciudadana de protección individual por un lado, y de cambio democrático con dignidad social por el otro. Allá usted si encuentra algún parecido entre el régimen tributario romano de la época, con los avatares fiscales que nos ahogan por estos lares.

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Julio Francisco Báez Cortés

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