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Los días más oscuros de Trump

La autocompasión normal de Trump se ha intensificado últimamente. Pero Trump tiene peores problemas

Fotografía de larga exposición que muestra al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante la apertura del debate de alto nivel de la Asamblea General de la ONU. EFE | Justin Lane | CONFIDENCIAL.

Elizabeth Drew

26 de septiembre 2018

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No son estos buenos tiempos para Donald J. Trump. Es cierto, hace mucho tiempo que no lo son, pero éste es el período más sombrío de su presidencia hasta el momento.

Y Trump da muestras de ello. Los colaboradores se han esforzado por amordazarlo –no físicamente, pero salvo eso, de todas las maneras posibles-. Y, como era de preverse, no han sido del todo efectivos. Periodistas responsables informan que los colaboradores de la Casa Blanca de Trump (notoriamente conocidos por tamizar la información) dicen que el presidente de Estados Unidos se siente solo y acorralado.

Que se sienta solo no debería ser una sorpresa, ya que Trump no es una persona de amistades estrechas. Ha demostrado una y otra vez que para él la lealtad es unidireccional. Prácticamente nadie que trabaje para él puede sentirse seguro. Quizá nadie excepto su hija Ivanka esté a salvo de la ira terminal que finalmente expulsa a tantos socios por la puerta.

La autocompasión normal de Trump se ha intensificado últimamente. Sigue quejándose de que el procurador general Jeff Sessions se haya recusado de la investigación de una interferencia rusa en las elecciones de 2016. Pero Trump tiene peores problemas. Su exjefe de campaña, Paul Manafort, no solo ha sido condenado por ocho casos de fraude y evasión impositiva, sino que, haciendo realidad el peor temor de Trump, también ha decidido cooperar con Robert Mueller, el asesor especial que lidera la investigación de Rusia e investiga el esfuerzo de Trump por bloquear la indagación sobre si su campaña (y hasta su gobierno) conspiraron con el Kremlin. Es claro que el implacable Mueller presionó a Manafort para que cooperase a fin de evitar un segundo juicio costoso.


Trump había dado a entender que perdonaría a Manafort, pero le aconsejaron –y, por una vez en la vida, escuchó- que hacerlo antes de las elecciones parlamentarias de mitad de período de noviembre sería catastrófico para los republicanos y, por tanto, para él. Manafort aparentemente calculaba que ni podría apostar a un perdón más tarde -¿qué pasaba si el propio Trump estaba en un serio peligro legal entonces?- ni permitirse un nuevo juicio. Su acuerdo negociado con Mueller lo priva de la mayor parte de sus propiedades y decenas de millones de dólares, pero estaba dispuesto a aceptar enormes pérdidas financieras para evitar la posibilidad de pasar el resto de su vida en la cárcel.

Más allá de que le redujeran su potencial sentencia a prisión (a una cantidad desconocida), Manafort también quería un acuerdo que mantuviera a salvo a su familia. Después de todo, les estaría dando a los fiscales de Mueller información sobre algunos oligarcas rusos cercanos al presidente Vladimir Putin –personas que no son particularmente amables con la gente que las traiciona.

Para agravar aún más las cosas, el abogado de larga data de Trump, Michael Cohen, también ha aceptado cooperar con los fiscales. Cohen sabe mucho sobre las antiguas prácticas comerciales de Trump y ha revelado que acordó pagarles a mujeres con quienes Trump tuvo sexo (aunque no lo haya admitido) a cambio de su silencio antes de la elección presidencial. Esto también sometió a Trump a un peligro legal.

Y ahora el nombramiento de Brett Kavanaugh, la elección de Trump para reemplazar al saliente juez de la Corte Suprema Anthony Kennedy, pende de un hilo delgadísimo y podría retirarse en cualquier momento. Kavanaugh siempre fue una opción riesgosa. Elegido de una lista de otros posibles candidatos sumamente conservadores que le ofreció la derechista Sociedad Federalista al presidente, Kavanaugh se destacaba por sus opiniones extraordinarias sobre el poder presidencial. Kavanaugh ha escrito que creía que un presidente no puede ser investigado o procesado mientras esté en funciones.

Esta opinión de que un presidente está por encima de la ley es única (hasta donde se sabe) entre académicos legales serios. Su atractivo para Trump es obvio. Es más, las opiniones de Kavanaugh están muy a la derecha en otras cuestiones también, y en sus audiencias de confirmación las expresó sin reparos. En otras cuestiones, inclusive el derecho al aborto, fue escurridizo en sus respuestas, y existe una evidencia creíble de que le mintió a la Comisión de Asuntos Judiciales del Senado sobre otras cuestiones.

Pero casi todos los republicanos en la comisión estaban dispuestos a que su nombramiento se realizara con celeridad: aunque era una opción impopular, contaba con el respaldo de la base republicana, incluida gran parte de la derecha cristiana. Este respaldo medular se mantuvo firme inclusive después de que Christine Blasey Ford, una profesora de California, apareciera y dijera que un Kavanaugh ebrio la había atacado sexualmente cuando estaban en la escuela secundaria. Los líderes republicanos estaban desesperados por conseguir que Kavanaugh fuera confirmado antes de las elecciones de mitad de mandato, para que sus votantes no se quedaran en casa por desilusión e incluso por furia de que no fuera confirmado –en cuyo caso su peor pesadilla, una toma demócrata del Senado así como de la Cámara de Representantes, podía hacerse realidad-. Esa era la situación cuando surgieron informes sobre otra mujer que reportó un mal comportamiento sexual de parte de Kavanaugh, aunque su historia estaba mucho menos fundamentada, al menos en un principio.

Para agravar la agitación se publicó el último libro de Bob Woodward, Fear (Miedo), que -como otros libros anteriores sobre Trump, pero en mayor medida y con más profundidad- ofrece un retrato devastador de una Casa Blanca disfuncional. En particular, el libro –junto con una columna de opinión anónima en el New York Times de un alto funcionario de la administración- mostró hasta dónde llegarían los colaboradores para impedir que un presidente desinteresado, ignorante y paranoico hiciera algo desastroso impulsivamente.

Una encuesta de Wall Street Journal/NBC News divulgada el domingo 23 de septiembre determinó que los demócratas le llevan una ventaja a los republicanos para la elección de la Cámara de 12 puntos porcentuales, un diferencial extraordinario. Y cada vez parecería más factible que los demócratas también puedan recuperar el control de Senado. Trump esperaba no ser un problema en ninguna de estas carreras, pero ese desenlace fue ineludible. Los republicanos no tenían mucho más para seguir adelante.

Aún si los demócratas solo toman la Cámara, la vida para Trump se volverá mucho más complicada, debido a la ola de investigaciones que la nueva mayoría sin duda iniciaría, y los posibles procedimientos de juicio político. Si los demócratas también toman control del Senado, Trump podría estar en un problema terminal. Aunque puede estarlo de todas maneras.

*Elizabeth Drew es editora colaboradora de The New Republic y autora, más recientemente, de Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall. Copyright: Project Syndicate, 2018.


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Elizabeth Drew

Elizabeth Drew

Elizabeth Drew escribe con regularidad en la New York Review of Books. Su último libro es Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon‚Äôs Downfall (El diario de Washington: el informe de Watergate y la caída de Nixon).

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