8 de marzo 2020
A Sandra y Nydia, por ser ejemplo
Todos los años el 8 de Marzo conmemoramos la lucha por los derechos laborales de las mujeres que se inició hace más de cien años. Cien años después, en un franco anacronismo, casi rayando con el absurdo, seguimos discutiendo hombres y mujeres sobre las mejores formas de convivir y distribuir el poder. Mucho se ha dicho sobre las escandalosas cifras de violencia. Las estimaciones globales publicadas por la OMS indican que aproximadamente una de cada tres de las mujeres en todo el mundo han experimentado violencia física y/o sexual. En Latinoamérica cada dos horas una mujer es asesinada por el solo hecho de ser mujer, en su mayoría por sus parejas o sus ex parejas. En la región hablamos de cifras de hasta 3529 femicidios en el 2018 y va en aumento. No es solo un tema de números, el grado de violencia y saña también se ha intensificado.
Esto es solo una parte del drama. Las condiciones estructurales en las sociedades han mejorado para las mujeres, sobre todo en acceso a salud y educación, pero no mucho. En el ámbito laboral las cosas no han mejorado a la velocidad que deberían y según datos del Foro Económico Mundial (Informe Global de Brecha de Género 2020) no alcanzaremos a ver la paridad de género en nuestras vidas, pues al ritmo que van las cosas tomaría 99,5 años alcanzarlo.
La brecha salarial alcanza el 22% en Latinoamérica y únicamente un 20% de las mujeres ocupan puestos directivos (OCDE). Esto es un contrasentido, muchos estudios han demostrado que las empresas con una mayor participación de mujeres en puestos directivos incrementan hasta un 12% su productividad, aún así el imperativo cultural se impone. A escala global, el panorama no es mejor, en promedio las mujeres ganan $0.79 por cada dólar que gana un hombre (WEF, 2019).
¿Por qué esta resistencia y violencia? En mi opinión tiene que ver con la resistencia a un cambio de roles sociales, no se dice explícitamente pero está implícito, en la medida que incrementa la participación de las mujeres en la fuerza laboral, los hombres tendrían que asumir las labores de cuido y ganar menos. Hablamos de una mejor distribución del pastel, pero el pastel seguirá siendo del mismo tamaño. Actualmente, el 75% de las labores de cuido en el mundo es realizado por mujeres y niñas. Me pregunto entonces, cuando decimos que tienen que ser parte de la fuerza laboral, ¿Somos conscientes que eso implicaría que más hombres tienen que asumir el rol de cuidador del hogar? ¿Estamos asumiendo este cambio cultural y lo estamos permitiendo? Lo mismo con el análisis de la brecha salarial, si ganamos en promedio un 30% menos que los hombres y abogamos por la igualdad de salarios, esto significa que los hombres deben ganar menos, ¿estamos preparados culturalmente para que esto ocurra también?
Las labores de cuido no es un tema menor. Las mujeres han logrado insertarse en el mercado laboral en las últimas décadas pero esto no ha significado una mayor participación de los hombres en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en los hogares. Es decir, ahora las mujeres trabajan más. Los patrones culturales patriarcales resultan en la naturalización de las actividades de cuidado como una responsabilidad de las mujeres. De este modo, tanto el trabajo de cuidado que se realiza de forma no remunerada en cada casa, como el que se realiza de forma remunerada, muestra una baja valoración social y económica y una sobrerrepresentación de las mujeres.
En América Latina las mujeres destinan semanalmente hasta un tercio de su tiempo al trabajo no remunerado frente a una décima parte del tiempo para los hombres. Esta sobrecarga de trabajo en las mujeres representa una restricción para alcanzar una plena participación en el mercado laboral y generar ingresos propios, para acceder a mejores empleos, protección social y poder participar en los ámbitos de toma de decisiones, sobre todo en política.
En promedio el 43,4% de las mujeres de entre 20 y 59 años de edad en la región señalan razones familiares, cuidado de niños y personas dependientes, trabajo doméstico o la prohibición por parte de miembros del hogar, como el motivo principal para no buscar activamente o desempeñar un trabajo remunerado (CEPAL, 2016). La sobrecarga de trabajo no remunerado limita su participación en la toma de decisiones, el avance de su carrera profesional y sus posibilidades ocupacionales, lo que, a su vez, reduce sus ingresos y sus perspectivas de acceso a la seguridad social, que todavía está directamente vinculada al trabajo formal asalariado.
La desventaja no termina ahí, aun cuando ha habido en los últimos años un modesto incremento en la participación laboral de la mujer, esto se ha dado en los sectores que son más propensos a automatizarse. Tampoco hay suficientes mujeres entrando en profesiones donde el crecimiento salarial es mayor (en particular tecnología). En computación en la nube, solo el 12% de los profesionales son mujeres. En ciencia de datos e inteligencia artificial, los números son 15% y 26% respectivamente (cifras globales, WEF).
Con el análisis de género nos pasa lo mismo que con la tecnología, pensamos que son temas aislados y no transversales a todas las dimensiones sociales. Tradicionalmente y en su amplia mayoría las mujeres se hacen cargo de sus hijos. En Latinoamérica un promedio de 30% de las mujeres son madres solteras y esto ya es una tendencia imparable. En España (2016) el porcentaje de madres solteras es el 44,5% del total. En países occidentales Francia, Suecia e Islandia las madres solteras son mayoría, superando el 50 % de los casos.
Esto significa que los problemas de pobreza, falta de acceso a educación, salud y justicia no se superará hasta que no se supere la brecha de género, pues la superación de la mujer implica la superación de su círculo cercano que en nuestra región representa entre 3-4 personas. La lucha por la paridad es también la lucha por el progreso integral de la sociedad. Una responsabilidad de hombres y mujeres por la mejoría de todos. Una batalla en contra de los estereotipos condicionantes en nuestro inconsciente colectivo y que han formado parte de nuestras vidas desde que nacimos, mensaje subliminales en los medios de comunicación, dichos, leyendas, lenguaje y costumbres (cultura). Hasta que no asumamos esto como una tarea de todos y no racionalicemos cómo tiene un impacto importante en los grados de pobreza y exclusión en el mundo, las cosas no van a cambiar. El panorama es sombrío. En gran medida, el futuro del trabajo de las mujeres y su seguridad e integridad física, es también el futuro de todos.