27 de julio 2020
La crisis política nacional se debate entre la violencia y la rabia del desgobierno a la defensiva, y la división dentro de la oposición; un pleito político, en el que hay mucho menosprecio, crítica, e incluso manoseo de la realidad.
Estas acciones no son atípicas de Nicaragua, representan una creencia muy profunda de nuestra cultura política: que el Gobierno solo lo puede administrar el político perfecto y cada uno de nosotros se siente con la superioridad moral para juzgar quien es o no digno de ser considerado perfecto.
El resultado tiende a ser la eliminación de todos y cada uno de los aspirantes al poder. Se aplica el ‘empate doloroso’; nadie gana, porque todos creemos tener la razón que ninguno es bueno.
Fulano es pactista, sutano es emerrecista, mengano es capitalista, el PLC es corrupto, la Iglesia pactó con Ortega, el COSEP es oportunista, ese chavalo no montó tranque, y así sucesivamente. Al final, no queda nadie…bueno excepto algún prelado religioso cuyo perfil mismo lo excluye de esta aspiración…
Pero además hay una paradoja: El cálculo político de los aspirantes a gobernar les muestra que bajo esos términos nadie puede ganarse el trofeo de gobernar.
Entonces, cada uno trata de ‘comprar’ su reconocimiento, derecho o ‘perfección’ con transacciones o favores para ganarse el trofeo, el visto bueno de ‘notables’, léase: Iglesia Católica, la cual por estar más cerca del cielo, el político le otorga más valor a esa ‘bendición’; los grandes empresarios, y las embajadas de los gobiernos más influyentes en Nicaragua, y la autoridad moral de los tranqueros de abril 2018.
De ahí que la aspiración política se convierte en un libre mercado de transacciones y favores para llegar al cielo político. Todos terminan siendo cómplices de arreglos. Y en algún momento en un mercado no regulado de transacciones, eventualmente el negocio político se corrompe y corrompe.
La paradoja está en que la gente promedio actúa como juez y jurado: quieren perfección pero permiten transacción, y por ende desconfían de todos porque conocen el ‘secreto’ del arreglo del camino al poder. Entonces, al final la complicidad nos incluye a todos.
He ahí el demonio de la política nicaragüense: Todos saben (o sabemos) que detrás de un político hay un arreglo y detrás de un arreglo hay una historia ‘turbia’ o no transparente ¡porque los que buscaron favores, escondieron en secreto que estaban haciendo transacciones! ¡Pero es un secreto a voces!
Como resultado la gente ya asume que los aspirantes son imperfectos y se les descalifica, se les critica, se conspira, y eventualmente se les elimina.
Todo esto convierte a Nicaragua en “el país de Sísifo”, como Sofía Montenegro lo calificó hace décadas: Los errores se repiten una y otra vez, porque en la vida real no hay político ni arreglo perfecto, el que quiere serlo eventualmente es expuesto, y el circulo vicioso vuelve a empezar, y la piedra a rodar.
En gran parte es porque la figura del caudillo surge como un factor definidor dentro de la política. Es la personificación de lo que puede ser perfectible con base a la legitimidad que ese personaje se gana por la fuerza, el simbolismo machista del hombre fuerte, de arriesgado y de amigo del populacho. El caudillo compra sus favores con le élite a cambio de su lealtad, y con la gente a cambio de prebendas. Pero todo es transaccional.
Por mucho tiempo, Daniel Ortega ha sabido manipular y usar estos demonios políticos a su favor, creando su mazorca compuesta por el grupo de ‘favorecidos’, depositando sus secretos en la cuenta transaccional del intercambio de penas por silencio, apoyo y voto.
La mazorca se le vino al suelo después de abril. Hoy Ortega solo cuenta con las armas para mantener el poder, su transaccionalidad ha decaído. El clientelismo político no tiene más favores que ofrecer porque el gobierno se quedó sin reales. En el último estudio realizado, mostramos cómo la caída de popularidad aumenta en la medida que sus subsidios populistas caen. Lo poco que queda de apoyo está sostenido por visitas de los CPCs, policías que siguen recibiendo salarios, empleados públicos del Estado que disimulan su desagravio porque tienen que comer. El sandinismo histórico y el clientelismo dejaron solo al dictador con su círculo de poder.
De igual forma, el movimiento político opositor tiene la oportunidad, la obligación, de explotar las circunstancias y a la vez introducir el modelo democrático basado en la participación, la igualdad en equidad, la tolerancia, y la solidaridad, y mas que toda la confianza mutua.
A partir de ahí es necesario considerar cinco apuestas:
(1) Descartar la perfección política, e introducir el método justo que precise la distribución del poder político. De tal forma que los mini partidos políticos quedan en el lugar que les corresponde, y la Unidad Nacional Azul y Blanco y la Alianza Cívica, quedan en propiedad de su espacio que le otorgó Nicaragua, y que se ganaron en la rebelión de abril.
(2) En vez de glorificarla, hay que anular la desconfianza. El acto de hacer a un lado lo que uno desconfía del otro, va dejando solo el valor humano de éste, y a partir de ahí construir puentes entre iguales, pero con distintos pesos. Por ejemplo, los jóvenes tienen un peso confiable, ellos tienen que mostrar con certeza su peso político por los atributos que poseen, no por el campus universitario que ocuparon: cada opositor montó un tranque contra el régimen, uno más concreto y determinante que otro.
(3) El riesgo político tiene que medirse con más certeza, pero sin miedo: ¿Cuál es el costo político de poner a los partidos políticos en su lugar, sabiendo que se puede perder un espacio en la ‘casilla’, y arriesgarse a quedar sin partido? El riesgo es menor que la pérdida de esa casilla. Pero hay que medir y apostarle a todo lo que convenga más al pueblo nicaragüense, y no al partido, o al miedo de perder.
(4) Hay que apostarle al futuro. Es una fuente de confianza. El electorado nicaragüense quiere y pide alternativas, soluciones, perspectivas futuras, y entrega. El futuro, ese entorno que desconocemos, ofrece mas oportunidades que el presente y el pasado dictatorial. Aquí, por ejemplo, son los jóvenes quienes más representan el futuro de Nicaragua, y su fuerza está en el rechazo a modelos anteriores, apostándole a su capital político con ideas innovadoras, demandas de mejor empleo, y rechazando trofeos y favores como la transacción a cambio de votos.
(5) Hay que desatanizar la negociación y los acuerdos políticos. Vivimos en la era de la cooperación compleja, la cual requiere de lograr agendas, acuerdos y perspectivas sobre adaptación en la era global entre actores diversos, con intereses complejos. El pacto y la negociación van acompañados de reglas, normas, sobre rendición de cuentas, transparencia, comunicación, y distribución del capital político. Aquel acto que no incluya estas cuatro reglas, difícilmente podrá ser considerado como un acuerdo democrático, sino una repetición de las “misas negras” del pasado. Ese es el tipo de pacto que debemos enterrar para siempre.