9 de febrero 2024
Hace un año, la vida de 222 nicaragüenses cambió para siempre. Estábamos arbitrariamente encarcelados por una dictadura que nos acusaba de delitos fabricados, en represalia por nuestra lucha cívica por la libertad de Nicaragua. Algunos estábamos en la cárcel de máxima seguridad conocida como “El Chipote”, y otros en diferentes centros de detención igualmente inhumanos, como “La Modelo”, e incluso en las celdas “preventivas” de varias estaciones policiales en Nicaragua.
Las historias de vida, ideas y contextos de detención arbitraria de cada una de esas 222 personas son diversas. Muchos nos conocimos en persona en ese mismo vuelo, pero al mismo tiempo estamos íntimamente unidos para siempre por un hecho inédito en la historia de América Latina. En la madrugada del 9 de febrero de 2023, ese grupo de 222 presos políticos fuimos desterrados de Nicaragua. Para ello, la dictadura utilizó la figura de “deportación”, que es jurídicamente inaplicable para ciudadanos nicaragüenses, por lo que recurrió a un acto aún más arbitrario: declararnos apátridas.
Por su parte, el Gobierno de los Estados Unidos de América, bajo la administración del presidente Joe Biden, pero con apoyo bipartidista, autorizó una operación diplomática de evacuación sin precedentes. Fue así como 222 expresos políticos aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Washington-Dulles, y al llegar recibimos automáticamente el parole humanitario, válido por dos años.
En junio de 2021 fui acusado junto a otros opositores al régimen, de “menoscabo a la soberanía de Nicaragua”. Luego fuimos procesados en un juicio absurdo que llegó al extremo de llevarse a cabo dentro de las instalaciones de la cárcel, sin siquiera tener el derecho de preparar nuestra defensa con nuestros abogados. Las personas que intentaron ejercer mi defensa y la de otros presos políticos fueron forzadas al exilio e incluso llevadas a la cárcel, como fue el caso de Róger Reyes, uno de mis abogados.
En 2022, fui sentenciado junto a otros opositores a trece años de cárcel. Desde muchos meses antes de mi arresto arbitrario, estaba totalmente consciente de que tarde o temprano sería encarcelado, ya que desde 2018 venía enfrentando varias acusaciones del régimen en mi contra. La cárcel era, efectivamente, una parte amarga pero inevitable de nuestra resistencia pacífica. Desde antes de haber pisado las celdas, mi intuición me decía que podría ser un periodo de cárcel largo y tormentoso. Fueron exactamente 611 días, que yo comparo con cruzar un desierto en el sentido bíblico.
En las elucubraciones interminables en la oscuridad y soledad del calabozo, tan propias de la vida en la cárcel, colisionaban dos realidades para mí contradictorias. Por un lado, me parecía insólito que el tipo de aislamiento extremo y los tratos inhumanos a los que estábamos sometidos fueran sustituidos de pronto por esfuerzos propagandísticos de la dictadura para hacerle saber al mundo que estábamos bien. La realidad es que las condiciones carcelarias de 2021 eran más que deplorables, pero a finales de 2022 el régimen se esforzó para dar una imagen diferente.
Esa intuición fue validada a mediados de 2022, cuando en una de mis visitas familiares, mi esposa Berta me envió un mensaje prácticamente cifrado de parte de mi abogado internacional, Jared Genser. “Dice Jared que posiblemente los van a deportar”, me dijo la persona que portaba verbalmente el mensaje. “Berta te pide que le prometas que, si esa posibilidad se da, no lo pensés dos veces, porque tu hija y ella te necesitan demasiado”, me dijo mi mensajera.
Ya en libertad supe que Jared Genser y su equipo venía conversando por meses con autoridades de Estados Unidos sobre la posibilidad de que el régimen expulsara del país a un grupo determinado de presos políticos. Esa suposición nació de un discurso del dictador en noviembre de 2021, en el cual se refiere peyorativamente a los opositores encarcelados e insinúa que nos enviaría a Estados Unidos. Ortega había hecho alusión a la famosa frase atribuida a Franklin Roosevelt, supuestamente en 1939 con relación a Anastasio Somoza, pero a la vez mandaba un mensaje subliminal que en la Administración Biden no pasó desapercibido.
¿Qué motivó al régimen a excarcelar a 222 presos políticos que la misma dictadura había definido como traidores a la patria? He llegado a un par de conclusiones. La primera es que no hubo ningún intercambio por nuestra liberación. Lo segundo es que ese grupo de presos políticos nos habíamos convertido en un problema complejo para Daniel Ortega, cuyo objetivo político siempre ha sido avanzar su enquistamiento en el poder, mientras evade la presión internacional.
Indudablemente, ese grupo de presos políticos y la fuerte campaña internacional por nuestra liberación, estaba generando una atención que a Ortega la pareció más que incómoda. Su apuesta era que, con nuestra liberación, el tema de la crisis política y de derechos humanos en Nicaragua, pasaría a segundo plano en la opinión pública mundial. En ese cálculo Ortega no imaginó la decisión del obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez de no subirse a ese avión. Con la excarcelación reciente de monseñor Álvarez es fundamental no bajar la guardia en seguir haciendo incidencia por aquellos que aún están secuestrados.
A un año de ese episodio agridulce de libertad y de destierro considero fundamental renovar el compromiso que cada uno de los “222” tenemos con Nicaragua. Ser parte de los “222” no es un número más; simboliza una fracción de esperanza, una comunidad de inocentes cuyas voces fueron sofocadas en un intento por acallar la disidencia. Hoy, mientras respiro el aire libre, no puedo evitar que mi corazón se desborde de gratitud hacia quienes hicieron posible este segundo nacimiento.
Pero la alegría de mi libertad lleva consigo el peso de una responsabilidad; es un recordatorio constante de aquellos que aún sufren en silencio, de los que aún están atrapados en las sombras de la opresión. La libertad no está completa mientras existan aquellos a quienes se les ha negado el derecho a vivir en su tierra, a pensar y hablar sin censura.
Agradezco a todos los que han sido parte de este camino, desde mi esposa Berta, mi madre, Jared, los amigos que siempre estuvieron ahí, hasta los diplomáticos que tejieron los hilos de nuestra libertad. Y mientras celebro este año de vida renovada, reafirmo mi compromiso con aquellos que aún esperan, que aún luchan, que aún sueñan con el día en que puedan abrazar a sus seres queridos, libres de miedo, en nuestra Nicaragua querida. La verdadera medida de nuestra libertad se encuentra en la liberación de todos nuestros hermanos y hermanas nicaragüenses.