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#LoMásLeído: Las líneas rojas del patricida

Algo se quebró en esta embestida y la ruta cambió. Ortega ya decidió suspender, de hecho, las elecciones

Enrique Sáenz: La decisión es de los Gobiernos que votan los préstamos. ”El papel de Dante Mossi en BCIE es indecoroso”

Enrique Sáenz

24 de diciembre 2021

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Ante la reciente operación terrorista de Ortega -porque es una operación terrorista- tanto a nivel internacional como a nivel nacional se ha mencionado la frase “líneas rojas”, para preguntarse cuál es el límite a partir del cual debe considerarse que colapsó el proceso electoral previsto para noviembre. De entrada, adelanto mi opinión: Después de los desmanes de los días recientes, las únicas líneas rojas que quedan pendientes de marcar son las de una nueva tragedia: esas líneas efectivamente son rojas y las traza el patricida. Y no las traza con pintura. 

Aquí van las razones.

En mi opinión, la operación terrorista de Ortega trascendió el escenario puramente electoral. Estamos ante un régimen que transita de la dictadura, al terrorismo de Estado, como fórmula para preservar el poder. Al igual que en toda táctica terrorista, el patricida desató una operación de toma de rehenes para profundizar el temor e inmovilizar a la población, por un lado; y, por el otro, para afianzar su dominio con un acto crudo de fuerza, sin ropajes ni requiebres institucionales o electorales. 

La dictadura venía preparando una versión -revisada y ajustada a las nuevas realidades- del circo electoral que montó en el 2016. Y se había cuidado de establecer un marco represivo con las leyes de ciberdelitos, de agentes extranjeros, de cadena perpetua, la ley para inhibir candidaturas y la ley de los 90 días de prisión sin juicio. Pero no le bastó. Cuando llegó el momento apretó las cadenas propiamente electorales: transformó la ley electoral en un instrumento coercitivo, se auto recetó el control total del Consejo Supremo Electoral, impuso un mañoso calendario electoral, despojó de personalidad jurídica al Partido de Restauración Democrática, PRD, mientras mantiene el cuchillo en la yugular del partido Ciudadanos por la Libertad, CxL.


Hasta aquí, Ortega se había construido un entramado legal, institucional y político más que suficiente para manipular a su antojo el proceso electoral e imponer sus resultados.

El montaje chapucero en contra de Cristiana Chamorro ya estaba en el borde de ese marco, por cuanto Ortega disponía de suficientes palancas para impedir su participación sin mayores consecuencias, tal como estaban las cosas.

Indudablemente, en algún momento se produjo un punto de quiebre. La intimidación a periodistas, la campaña de terror en las redes, la captura de los precandidatos Félix Maradiaga, Juan Sebastián Chamorro y Arturo Cruz, ya tenían otro fondo. Hipótesis confirmada con los encarcelamientos de José Adán Aguerri, José Pallais y Violeta Granera, más la arremetida contra FUNIDES. Finalmente, las capturas de Suyén Barahona, Tamara Dávila, Dora María Téllez, Hugo Torres y Ana Margarita Vijil de ninguna manera pueden interpretarse en clave electoral. Es el terror, previo a las líneas rojas.

Algo se quebró y la ruta cambió. Corremos el riesgo de cometer una gran equivocación si continuamos interpretando la embestida de Ortega en clave puramente electoral. Qué esquema se quebró, por ahora es tema de especulación, pero de que se quebró algo…algo se quebró.

Así como tenemos un estado de sitio de facto, Ortega con estos actos resolvió suspender, de hecho, las elecciones. A estas alturas ya ni a circo electoral llegan, planea un simple protocolo para auto recetarse la reelección.

Conforme su práctica de siempre, si el patricida no encuentra resistencia, no se detendrá. En sus cálculos seguramente están los siguientes factores: Considera que, por ahora, los golpes recientes y el yugo represivo son suficientes para contener o sofocar formas efectivas de resistencia popular. Por otra parte, aunque previsiblemente no calculó la extensión e intensidad de la reacción internacional y está pagando un apreciable costo político, los riesgos, hasta ahora, no son fatales. La multitud de declaraciones de censura, si bien profundizan su aislamiento y descrédito internacional, no tienen fuerza suficiente para mover su voluntad. Está acostumbrado a eso. 

En estas condiciones corresponde plantearse si el curso de la acción terrorista de Ortega es irreversible, o si hay alternativas de contención. En otras palabras, si la ruta trágica hacia las líneas rojas del patricida es inevitable. Porque es el único paso que le falta dar.

Es pertinente recordar que en todas las situaciones críticas Ortega ha reaccionado cuando olfatea que el toro viene en serio: Esquipulas, San Isidro de Coronado, febrero de 1990, varias veces en la década del noventa, abril del 2018 y febrero del 2019. Así que una ruta depende de si el toro viene en serio, y si Ortega así alcanza a percibirlo.

Otra ruta comienza a dibujarse con el anuncio de la iniciativa negociadora del gobierno argentino. Todavía está por verse la hondura y viabilidad de esa iniciativa porque puede ser genuina, o puede ser una escalera amiga para que Ortega salga del pantano en que se metió. Para cualquiera de las dos opciones, hay que prestarle atención.

Obviamente, es difícil admitir que el gobierno argentino se dejara caer sin al menos concertar antes con México. Si de por medio están Argentina y México, no le conviene enemistarse con Fernández y con López Obrador, en consecuencia, realizaría algunas fintas para ganar tiempo y llegar al punto en que su montaje para noviembre sea irreversible. 

A pesar del drástico cambio de escenario, todavía hay un sector político y de opinión que se niega a ver las nuevas realidades y para el cual no hay líneas rojas. Siguen empeñados en participar en el montaje de Ortega, que abiertamente ya dejó de ser electoral. Unos todavía de buena fe, y otros claramente de mala fe animados por el “ver qué agarran”. 

Para esta posición, la embestida de Ortega solamente tiene el propósito de disuadir a la población opositora para que no asista a votar por la oposición en noviembre. Y con las fantasías de la lechera, arguyen sofismas maniqueos, por ejemplo, que, o se participa el 7 de noviembre o la alternativa es la guerra. Falso. O bien, que todo aquel que no los acompaña en sus posiciones es señalado de abstencionista y pregonero de cruzarse brazos. Falso. El remate de esa posición es la tesis del “último mohicano”: Con el último que quede, con ese nos vamos. Es decir, nos vamos con el candidato que escoja Ortega. Una ruta y un discurso de espaldas a las nuevas realidades.

En las presentes circunstancias la frase que debería guiar la lucha en contra de la dictadura es oposición política activa, pacífica, unitaria, permanente y en todos los frentes. Los objetivos: la liberación de los rehenes, elecciones libres en condiciones democráticas y evitar que el patricida comience a trazar el país con sus funestas líneas rojas.

Como en todos estos años, la condición esencial es la unificación de las fuerzas opositoras. Y aquí sí, con los que preserven su libertad. 

Nota: ¿Qué es patricida? De forma sorpresiva Luis Almagro calificó a Ortega como dictador patricida, es decir, asesino de su patria.


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*Del editor: Este artículo se publicó originalmente en CONFIDENCIAL el 14 de junio de 2021, y es parte de la selección de los artículos de opinión más leídos en este año.


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Enrique Sáenz

Enrique Sáenz

Economista y abogado nicaragüense. Aficionado a la historia. Bloguero y conductor de la plataforma de comunicación #VamosAlPunto

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