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Lo que revela la vida y la muerte de Marco Dessi

Los cimientos de esta sociedad están edificados desde hace mucho sobre una argamasa perversa: el abuso sexual de tantos niños, de tantas niñas

María López Vigil

17 de agosto 2016

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En agosto murió en su casa de Villamassargia, Cerdeña, el italiano Marco Dessi, despojado de su condición de sacerdote por orden expresa e inapelable del Papa Benedicto XVI en el año 2010 después que el Vaticano examinó y refrendó el cúmulo de pruebas que demostraban sus gravísimos delitos.

Dessi, el primer sacerdote condenado en los tribunales italianos por abusar sexualmente de niños, fue considerado durante décadas un dios en Chinandega por las obras sociales que allí realizó: un hogar para huérfanos, una clínica, un coro infantil, un anfiteatro, un templo, un museo… Las obras criminales que también realizó, abusando de decenas de niños huérfanos, pobres, desvalidos, no erosionaron la pátina de santidad con que algunos sectores de la sociedad nicaragüense se han empeñado en recordarlo.

Hace algunos años tuve la oportunidad de encontrarme con un joven voluntario italiano, que venía a Chinandega desde 1998 a apoyar solidariamente las obras de Dessi. Su valor y su conciencia resultaron decisivos para que supiéramos que ese “dios” tenía los pies de barro y las manos manchadas.

Me contó cómo lo supo. Un día de 2005 un chavalo chinandegano, que había crecido desde niño en las “buenas obras” de Dessi y que había sido uno de sus favoritos, rompió el silencio para decirle cauteloso, casi a media voz: “A mí el padre me jodió”. El joven voluntario italiano se atrevió a romper el mito Dessi y decidió escucharlo.


Siguiendo aquel primer hilo se orientó en un laberinto siniestro. Supo que aquel niño ya hombre no era el único con la vida destrozada por “el padre”. Había muchísimos más. “Descubrí cosas que no te puedes ni imaginar. Este hombre era un monstruo. ¿Cómo era posible que yo lo conociera desde hacía años y no hubiera notado nada…? Niños eran los que le gustaban. Con alguno estuvo cinco o seis años y abusaba de ellos dos o tres veces a la semana. Con otros la relación era esporádica, los seleccionaba. Para entonces algunos se habían suicidado, muchos acabaron mal”.

Con paciencia y delicadeza consiguió que cinco muchachos víctimas de Dessi estuvieran dispuestos a grabar sus testimonios y tuvieran el coraje de viajar a Italia para denunciarlo allí. Con esos testimonios, viajó él a Roma primero que ellos y visitó las oficinas del Vaticano para sondear las posibilidades y hacer las coordinaciones necesarias. “Encontré receptividad y acogida en el Vaticano –me contó–. Teníamos que aprovechar cuando Dessi estuviera en Italia, a donde viajaba a menudo. Sabíamos que en Nicaragua nada le pasaría: era la palabra de un “santo” contra la palabra de niños nicaragüenses pobres”.

El relato detallado que escuché aquel día, explicándome cómo se desarrollaron los hechos desde que los cinco chavalos chinandeganos lo denunciaron en un tribunal de Parma hasta que Dessi fue apresado camino al aeropuerto cuando huía, pretendiendo regresar a Nicaragua porque sabía que aquí las autoridades lo protegerían y seguiría siendo un “santo” impune, es el guión de un intenso thriller policíaco.

“El Nuevo Diario”, cuando realmente hacía un periodismo con valores, cubrió profesionalmente esos hechos desde que el caso estalló en 2007 hasta que en los tribunales italianos se dictó sentencia. En sus páginas se conserva aquel guión, que sigue enseñándonos muchas cosas, entre otras las contradicciones de una religiosidad falsa y profundamente anti-cristiana por carecer de ética.

El joven voluntario italiano se refirió, conmovido, a “una revelación”. “Cuando aquel muchacho me habló por primera vez aquel día entendí el por qué y el para qué había venido yo tantos años atrás a Nicaragua. Fue una revelación. Y ante una revelación no queda más que actuar. Organizar la denuncia fue la tarea más difícil que he hecho en mi vida”. Nicaragua debe agradecerle que emprendiera esa tarea.

El caso Dessi nos enfrentó, como sociedad, a una revelación inquietante. Muchos abrieron los ojos. Muchos otros no. Cuánto tuvieron que sufrir y aguantar los chavalos que denunciaron a su verdugo… Cuánto han seguido sufriendo porque el abuso sexual siempre deja huellas, heridas abiertas que no cierran, vidas que nunca vuelven a ser las mismas… Ellos tuvieron el coraje de hablar para sanar, pero ¿cuánta gente en Chinandega los escuchó? ¿Cuántas personalidades no aparecieron aquellos meses respaldando al verdugo y denigrando a las víctimas?

Malagradecidos, les decían… Todo lo que dicen no es más que una gran mentira contra un hombre lleno de amor… Y si acaso era verdad, eran tantas las obras buenas que había hecho que debían perdonarle esa debilidad… ¿Acaso no pasa eso en todas partes? Se levantó un cerro de justificaciones para no ver, no escuchar, no hablar… “Roba, pero hace” se dice en Nicaragua de tantos políticos… “Viola, pero hace”, se dijo de Dessi.

Cuán naturalizado está en nuestra sociedad el abuso sexual como “una debilidad”… Cuán justificado si quienes abusan tienen poder, político, económico o religioso… Cuánto se calla esta plaga…

Hoy me entero de que al conocer la muerte de Dessi en Italia, un buen sector de la sociedad chinandegana, consternado por lo mucho que lo habían hecho sufrir, celebró misas en su honor y en su recuerdo, misas anunciadas con baratas por las calles para que los templos se llenaran en honor al “padre”... Sé que todavía un colegio público de Chinandega lleva el nombre de este criminal. Conozco de las heridas abiertas que llevan en su cuerpo y en su espíritu los muchos hombres que fueron niños violados en manos de este hombre.

Y todo esto, que me asombra y me duele, se me transforma en una revelación. Siento que una de las razones por las que Nicaragua está como está, que una de las razones nunca mencionada en los continuos análisis y diagnósticos que hacemos, una razón por la que tantas mujeres y tantos hombres arrastran hoy en nuestro país desconfianzas, dolor y desánimo, es ésa: fueron abusados sexualmente cuando eran unas criaturas. Sí, los cimientos de esta sociedad están edificados desde hace mucho sobre una argamasa perversa: el abuso sexual de tantos niños, de tantas niñas.

Deberíamos actuar.


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