10 de diciembre 2022
La reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) en Sharm El-Sheikh ofreció señales alentadoras, a pesar de ser a su vez insuficientes, sobre un incipiente consenso político acerca de la necesidad de solidaridad mundial frente al calentamiento global. Ahora, los líderes mundiales deben atender otro riesgo existencial para las personas y el planeta: la alarmante y creciente pérdida de biodiversidad.
Este mes, en Montreal, los gobiernos se reunirán en la cumbre COP15 del Convenio sobre la Diversidad Biológica para alcanzar un acuerdo global que encamine a la biodiversidad del mundo hacia su recuperación hasta el año 2030. No podemos permitirnos que esta conferencia sea tratada como un acontecimiento secundario o una idea que surge de manera posterior a la celebración de la COP27. La crisis de la biodiversidad no es menos importante que la crisis climática, y se está agravando rápidamente. Debe ser tratada por todos los países como una prioridad política de primer orden.
Dadas las tasas actuales de pérdida de biodiversidad, algunos científicos estiman que estamos en camino de perder tres cuartas partes de las especies del mundo en el transcurso de tan sólo unos pocos siglos. Esta extinción masiva y la amenaza que se cierne sobre los ecosistemas y hábitats se encuentran vinculadas de manera indisoluble al cambio climático. Por ello, los líderes mundiales deben acudir a la COP15 con grandes ambiciones y deben establecer un mandato que conduzca hacia negociaciones exitosas.
Para alcanzar el éxito, la COP15 no sólo debe llegar a un acuerdo sobre la misión general. También debe fijar objetivos claramente definidos y establecer planes concretos para proteger el 30% de todas las zonas terrestres y oceánicas desde este momento hasta el año 2030. Los líderes deben venir a Montreal con el financiamiento y los planes nacionales que son necesarios para avanzar con dirección al logro de dichos objetivos.
Cuando fui elegido presidente de Colombia por primera vez en el año 2010, me encontré a la cabeza de un país que estuvo casi completamente inundado durante 18 meses. El patrón climático conocido como La Niña, agravado por el calentamiento global, provocó lluvias de proporciones casi bíblicas. Al carecer de las herramientas o el conocimiento para manejar la situación, vimos que necesitábamos hacer las paces con la naturaleza. Los expertos aconsejaron centrarse en la protección de la biodiversidad, y eso fue lo que hicimos. Colombia, uno de los países con mayor biodiversidad del mundo, ahora tiene un área protegida combinada que es más grande que Japón o el Reino Unido.
Comprendemos tanto el valor de la naturaleza como lo que podemos perder cuando se erosiona. También hemos llegado a apreciar lo que podemos aprender de aquellos que tienen una relación más cercana con la tierra. Muchas comunidades indígenas llevaban décadas haciendo advertencias sobre una crisis ecológica, pero lo único que lograron fue que se desestimaran sus voces y sus derechos.
La pérdida de la naturaleza lastima a las personas en todas partes. Ya está dañando la salud humana, reduciendo la calidad del aire, socavando nuestra capacidad de cultivar alimentos u obtener agua, exacerbando los fenómenos meteorológicos extremos y debilitando nuestra capacidad para mitigar o adaptarnos al cambio climático. Estos problemas hacen que la pérdida de biodiversidad sea un problema de seguridad. El daño continuo a nuestros ecosistemas es uno de los mayores riesgos a largo plazo para nuestras sociedades.
Desde el punto de vista económico, bastaría el colapso de ciertos ecosistemas esenciales para empujar a países como el mío a la bancarrota. Considere, por ejemplo, que alrededor del 75% de los cultivos alimentarios dependen de animales polinizadores, tales como abejas, aves y mariposas. La pérdida de todos los polinizadores animales parecer ser un hecho inconcebible, sin embargo, es una amenaza real. Y si los alimentos llegan a escasear, los más pobres serán los primeros en sufrir por ello.
Además, la destrucción de hábitats es una grave amenaza para la salud pública, sobre todo porque lleva a que los seres humanos y los animales entren en contacto más cercano y más frecuente entre sí. La Organización Mundial de la Salud advierte que lo antedicho está causando tanto que las enfermedades infecciosas existentes se propaguen más rápidamente como que se acelere la aparición de nuevos patógenos zoonóticos.
Por último, el cambio climático no sólo es uno de los principales causantes de la pérdida de biodiversidad, sino que la destrucción de ecosistemas está minando la capacidad del planeta para neutralizar los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los bosques andinos de América del Sur por ejemplo, actúan como sumideros críticos de carbono, absorbiendo dióxido de carbono atmosférico que, de lo contrario, aceleraría el ritmo del calentamiento global.
Los bosques, los humedales, los bosques submarinos de algas marinas, los manglares y otros sistemas naturales también brindan protección contra fenómenos meteorológicos extremos (entre los que se encuentran las inundaciones, las sequías, las olas de calor y las tormentas) ya que actúan como amortiguadores o reservorios naturales. La pérdida de biodiversidad no sólo empeora el cambio climático, sino que elimina nuestra mejor línea de defensa contra él.
La COP15 ofrece una gran oportunidad para que los gobiernos logren un gran avance (un avance que sea equivalente al acuerdo climático de París de 2015) que unifique al mundo con respecto a una misión única: detener, e idealmente revertir, la pérdida de biodiversidad para fines de esta década.
Sin duda, el esfuerzo actual adolece de una falta de compromiso político de alto nivel, lo que lleva a muchos a preguntarse por qué tenemos dos procesos que se llevan a cabo en dos convenciones separadas en las que se tratan temas que van de la mano. Es muy razonable hacerse esa pregunta. De cara al futuro, me gustaría que uniéramos ambas convenciones, reconociendo el hecho de que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad deben abordarse de manera conjunta.
Mientras tanto, sin embargo, no podemos darnos el lujo de retrasar más el establecimiento de objetivos ambiciosos para proteger y restaurar la biodiversidad en esta década. El reciente acuerdo sobre “pérdidas y daños” tratado en la COP27 demostró que, si se actúa con la resolución suficiente, los países pueden trabajar juntos en asuntos aparentemente intratables. Ahora, cuando el tiempo se nos va acabando, los líderes mundiales deben fomentar este espíritu de cooperación en Montreal.
Texto original publicado por Project Syndicate