Guillermo Rothschuh Villanueva
9 de octubre 2022
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Cada uno de nosotros es dueño de sus predilecciones, no podría concebir un mundo sin libros, tampoco sin periódicos. Sería sumamente atroz
Cada uno de nosotros es dueño de sus predilecciones
En distintos momentos he dicho que lectura y escritura, resultan para mí, un acto de celebración y catarsis. Ambas poseen poderes curativos. Son tan potentes como el mejor antibiótico y el más reputado ansiolítico. Me liberan de angustias. Aunque escribir muchas veces resulte angustioso. Me entrego a la lectura para atajar la desolación. Leer es una fiesta. Una interminable fiesta del espíritu. Con esto no digo nada nuevo. Millones de personas han encontrado en la lectura una manera de redimir sus malestares. Uno lee para encontrar respuestas y vencer los desafíos que impone la vida. Cuando Idita se aprestaba a dar luz a Carlos Ernesto —mi hijo mayor— palié el trance entregándome a leer Confieso que he vivido, del chileno magistral Pablo Neruda. Canto al amor y a la vida.
Para dar la bienvenida a mi hijo Alejandro, a un mundo enfermo de avaricias, envidias y golpes arteros, en un intento por redimirle le escribí un poema. Los dos últimos versos fueron objeto de distintas lecturas. “Nacerá en diciembre/y esta vez no habrá/crucifixión”. Mis amigos más cercanos creyeron que aludía el final de Jesucristo. Nieto de Chema Castillo, más bien me refería a que no tendría un destino similar al que tuvo su abuelo. Concebido a mediados de los ochenta del siglo pasado, Nicaragua y los nicaragüenses éramos consumidos por la guerra. Me adelanté a decir: “A la muerte solo resta oponerle vida, /más certeras que sus balas/nuestras flechas”. En la lectura y escritura los seres humanos buscan y encuentran respuestas a las más insondables interrogantes. En esto radica su magia.
Estando en México DF, realizando mis estudios de sociología de la comunicación, de pronto caí enfermo. Con una temperatura de 39 grados busqué en la lectura el antídoto necesario. La frescura narrativa de Omar Cabezas Lacayo, en su libro consagratorio La montaña es más que una estepa verde (1982), la forma como relata la vida en la montaña, los puyazos a sus compañeros, el consumo de carne de mono, la forma que describe a Chepe Valdivia, su admiración por Telo, y la descripción de la Semana Santa en León, ensopados de calor en los billares, sentí que mi fiebre no era nada comparable con el suplicio que consumía a los leoneses, padeciendo esos calores infernales, un tanto iguales a los que sufren los muertos en Comala. Al cerrar sus páginas me sentí mejor.
Diferentes autores han escrito sus obras rozando los precipicios de la locura. ¿Quién será el creador del aforismo que de poetas y locos todos tenemos un poco? Alfonso Cortés, el gran poeta leonés, ¿escribió su poesía durante uno de sus estallidos de locura? ¿Desde qué perspectiva juzgar la creación del poeta Beltrán Morales, tal vez el mejor de su generación? Otros realizan su obra tomando o absorbiendo sustancias alucinógenas. Gil Ro, pintor jinotepino, me confesó que algunas de sus mejores creaciones las había pintado después de tirarse un pito de marihuana. ¿En qué estado pinta o compone mejor, el multifacético Mario Montenegro? Soy un convencido que más bien la escritura y la pintura han salvado a muchos de la locura. Lo hacen para escapar de sus demonios.
En los últimos días de diciembre de 1989, me ocurrió algo parecido. La alergia, esa maldita enfermedad que no acabo de saber de quién heredé —nadie se libra de los genes de sus mayores— me pegó duro. Me tumbó. Para enfrentar la arremetida me dediqué a ver televisión, leer y escribir. Centenares de moscovitas hacían filas entusiasmados ante la presencia de Mc Donald. Inauguraba nada menos que en el corazón del Kremlin, una de sus hamburgueserías. La lectura del ensayo de Francis Fukuyama, ¿El fin de la historia? me sacó del sopor. Un canto alborozado anunciando con tambores y trompetas, que todos los países terminarían adoptando el modelo liberal capitalista. Ante los ojos de muchos, la caída del Muro de Berlín únicamente ratificaba sus predicciones. Causó revuelo.
Metido en cama escribí el ensayo, Literatura, política e historia: la santísima trinidad, que primero publiqué en Ventana y luego en mi libro Volver empezar, (Sociedad y literatura, UCA, 1990). Todavía no se había producido la derrota electoral del sandinismo. Esta ocurriría el 25 de febrero. Nadie esperaba que doña Violeta Barrios de Chamorro, ganaría la disputa electoral al comandante Daniel Ortega. Para esos días buscaba como renovar mis utopías. Sin saber lo que se avizoraba, expresé: “Muchos corazones lucen abatidos, oscilando entre la desesperanza y la perplejidad. El remezón que sacude a los países socialistas les hizo entrar en crisis y aunque muchos no creen en el más allá, enfrentan los hechos como si se tratara de una especie de juicio final… roto el espejo no tienen dónde mirarse”. No sabían qué hacer.
Este viaje no lo hago solo, la historia de la escritura muestra que decenas de autores de todos los tiempos, exponen en sus libros e historias de vida, esta misma tesis. Muchos de mis amigos están igualmente convencidos de la importancia de adentrarse en la lectura para alegrarse y curar sus malestares. Uno puede lamerse mejor sus heridas y mejorar su estado de ánimo, embarcándose en la prodigiosa travesía que supone leer a nuestros precursores. Con sus creaciones y actitudes ayudan a aliviar las dolencias y sinsabores que supone transitar por este valle de lágrimas. Su solidaridad con quienes dicen sentirse mutilados, implica una expresión de compromiso con el destino de la humanidad. Mientras la alergia me acosaba, decidí combatir el mal, pergeñando este ensayo.
Mi entrega a la lectura y escritura ha sido motivo de desavenencias y rupturas en mis relaciones afectivas. Cuando la escritura llama, deshago e incumplo planes. Más de una vez han sido origen de pleitos e incomprensiones. ¿Qué puedo hacer para curar esta pasión? Nada me atrae más que leer y escribir. Ya deserté de una de mis grandes pasiones: impartir clases. Una decisión que incluso provocó un altercado con mi padre. Jamás imaginó que yo seguiría sus pasos y los de mi madre. La docencia fue para mí un ejercicio liberador. Dar clases en la UCA supuso una responsabilidad mayúscula. No podía traicionarme a mí, menos a mis discípulos. El principal y mayor deber de las universidades es con la verdad. No con ninguna secta religiosa o partido político.
Leo y escribo para sobrevivir y reivindicar al prójimo, para soliviantar ánimos, para viajar hacia otros mundos y bajar a las profundidades de la tierra, para alegrar a los amigos y condenar a los culpables, para sentirme vivo y gozar de los frutos de la tierra prometida, para no morir de tedio y cuestionar la vanidad, para no asfixiarme y salir del encierro, para pedir por los menesterosos y lanzar una balsa a los náufragos, para estallar la hipocresía y hacer saltar en pedazos la doble moral, para rebelarme contra la opresión y los opresores, para sentir goce y compartirlo con los míos, para evadir la trompada y martirizar a los traficantes de reputaciones, para tentar el ocaso y ver la aurora, para armar despelotes y pedir por los hambrientos, para evadir la estulticia y ser diferente.
Cada uno de nosotros es dueño de sus predilecciones, no podría concebir un mundo sin libros, tampoco sin periódicos. Sería sumamente atroz. Los agoreros del mal vaticinaron alegremente el final de la letra impresa. De ser ciertos sus augurios, desde hace cinco años debieron de haber desaparecidos. Bill Gates, patrón de Microsoft, ave de mal agüero, metió su cuchara al predecir que para 2018 deberíamos dar por un hecho, que ya no contaríamos con textos impresos. Prestigiosas editoriales informan lo contrario. Sus publicaciones gozan de buena salud. Soy un firme creyente que por un buen tiempo seguiremos cabalgando a medio camino, entre la letra impresa y las publicaciones digitales. Mientras tanto yo seguiré extasiado leyendo libros impresos. Sintiendo su olor.
Desde mi experiencia puedo afirmar, que la mejor compañía que he gozado en momentos de desasosiego e incertidumbre, fue salir al encuentro de aquellos escritores que cantan en versos arrebatados, el milagro supremo de nuestra existencia. La prueba principal que leer y escribir nos salva de la muerte y el olvido, viene a ser la vida y obra de Antonio Gramsci. Detenido por Benito Mussolini, con la intención de paralizar su cerebro, en las ergástulas fascistas, legó a la humanidad sus Cuadernos de la cárcel, con lo que el sardo logró cumplir sus sueños y propósitos: escribir una obra para siempre. Sus sepultureros más recientes, encargados de denigrar sus propuestas, no han podido lograrlo. Tampoco podemos olvidar que Juluis Fucik sobrevivió de esta manera al horror de la Gestapo.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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