1 de abril 2021
Ocurrió lo tenía que ocurrir, y no quiero sonar fatalista. El chavismo como ha hecho antes con la alimentación, con la migración masiva y con la propia pandemia, entre otros problemas neurálgicos que nos atraviesan como sociedad, ha optado por privilegiar el control político.
A estas alturas del partido, en realidad no debió sorprendernos la decisión del régimen de Nicolás Maduro de negar la entrada de vacunas contra la covid-19, del laboratorio AstraZeneca y la Universidad de Oxford, pese a que no le representarían un desembolso directo para el Gobierno y que además estaban garantizadas por los mecanismos de la Oficina Panamericana de la Salud (OPS).
Sorpresa, en verdad, hubiese sido una imagen del Gobierno de Maduro permitiendo un programa de vacunación masiva dentro de Venezuela, bajo supervisión de un organismo internacional y además pagado con fondos que maneja la oposición democrática.
Todo lo que vivimos dos años atrás, con la negativa de ingreso de ayuda humanitaria de forma masiva, es un precedente claro. La lógica de poder sobre la que se sostiene el chavismo necesita a la población sometida y dependiente del Estado. La pandemia no humanizó o sensibilizó a un grupo enquistado en el poder.
El chavismo nos ha demostrado, una y otra vez, que prefiere una Venezuela arrasada con tal de mantener sus privilegios políticos, económicos y militares.
Al menos tres aristas están en juego en esta perversa relación de usar las vacunas como mecanismo de control político. Son las tres razones que a mi juicio explican la decisión oficial, que junto a la negativa en contra de la vacuna AstraZeneca incluye el anuncio de que se usará en el país una vacuna cubana, aún no probada bajo los estándares internacionales de inmunización.
El factor económico. Como ha sido difundido, este plan de vacunación que se canalizaría a través de la OPS implicaba que un dinero venezolano que está fuera del país, manejado con autorización hoy de Juan Guaidó por decisión de otras naciones, fuese enviado sin intermediación del chavismo a un organismo internacional.
Si bien en la práctica no le significaba una erogación directa al Gobierno, en la lógica de control del chavismo también significaba una acción sobre la cual no tendría control. Al no ser el régimen de Maduro el que pagaba, perdía margen de control, por un lado. Por el otro está el asunto de la transparencia en el manejo de los recursos. En este caso, no había ningún chance de que la vacunación masiva en Venezuela fuese espacio para un chanchullo, no había chance de hacer algún negocio desde el poder.
En Venezuela se han aplicado ya vacunas de Rusia y China, pagadas por el chavismo. ¿Cuántas dosis exactamente ingresaron? ¿Cómo se han administrado? Y especialmente ¿cuánto se pagó? Se trata de preguntas que no tendrán respuestas. Al decir que habrá una vacunación masiva con un producto cubano, también se nos dice que no sabremos cuánto le costará a Venezuela tal plan, más allá de la efectividad aún no comprobada de la inmunización cubana.
El factor político. Permitir el ingreso masivo de vacunas a través del programa de la OPS, vacunas pagadas por la oposición democrática que tiene a Guaidó como referente, habría sido políticamente una derrota para el chavismo entre sus fieles. Es posible que, en torno a la decisión inicial de sentarse junto a la oposición para acordar el pago de estas vacunas, sí haya habido la voluntad de dar una respuesta sanitaria, pero a fin de cuentas prevalece la lógica del control político.
Era inviable que el chavismo le permitiera a Guaidó tener una tribuna de éxito, como podría haber ocurrido con una vacunación organizada con la asesoría especializada de un órgano como la OPS.
El factor simbólico. Acá está tal vez la razón principal. Con este manejo de las vacunas, el chavismo nos dice a nosotros, a la sociedad dominada, quién tiene el poder. Y es éste un mensaje inequívoco. Y así es, Maduro tiene y ha conservado el poder.
Tiene el poder y lo ejerce, aun colocando en riesgo la salud del pueblo. Pero esto, lamentablemente, no es nada nuevo. Las cajas CLAP no alimentan ni apaciguan el hambre, en los hospitales no hay ni agua potable, las escuelas destruidas y así, la lista es interminable.
No quiero sonar fatalista, como escribí al inicio. El asunto es que aún con las vacunas no podíamos esperar algo distinto al mensaje del control político, por encima de cualquiera otra consideración.
El quid del asunto es ¿qué hacemos sociedad y liderazgo democrático ante esta lógica del poder?.
*Artículo publicado originalmente en El estímulo.