30 de octubre 2019
La teoría de que las protestas en Chile son parte de una conspiración internacional ha unido, de manera inesperada, a Julio Borges y a sus más feroces adversarios: los imbatibles militantes de Twitter. ¡Por fin están juntos y de acuerdo en algo! Piensan que las manifestaciones populares en contra del Gobierno de Sebastián Piñera tienen su origen, están impulsadas, o al menos motivadas, organizadas, coordinadas o dirigidas, por el Foro de Sao Paulo y por los regímenes dictatoriales de Cuba y de Venezuela.
Aquí el caso de #Chile 🇨🇱 pic.twitter.com/aVVOZKFKt3
— Julio Borges (@JulioBorges) October 24, 2019
El problema de estas teorías de conspiración es su funcionalidad. Sirve para todo. Por ejemplo: es lo mismo que está diciendo ahora su majestad Evo Morales: que los que protestan son agentes desestabilizadores dirigidos desde el exterior. Si se quiere algo más local, pues solo basta revisar las declaraciones de cualquier funcionario del oficialismo durante las protestas de 2014 o de 2017 o de este año. La fórmula es la misma: todas las movilizaciones son responsabilidad de una fuerza extranjera. La guerra viene de lejos. No es nuestra.
La hipótesis del enemigo externo suele ser muy eficaz. De entrada, despoja de su identidad a quienes manifiestan. No son nadie. No tienen motivaciones, intereses ni análisis propios. Tampoco tienen indignación. Solo son instrumentos de otros. Se ponen a su servicio o se dejan llevar por esa corriente que viene de afuera. También despoja de legitimidad a la acción que se realiza. La desnaturaliza. Ya no se trata de una protesta sino de una injerencia. No es una manifestación popular sino un sabotaje, un ataque extranjero.
Lo que parece una sencilla formulación retórica se convierte, sin embargo, en una catedral del sentido. La hipótesis se transforma rápidamente en un dogma. Ese es su objetivo. Propagarse, viralizarse, como única explicación de lo que ocurre. Y aquel que ose contradecir esta doctrina, también rápidamente es sentenciado como traidor, hereje, tarifado, mediocre, pendejo, lambucio… cualquier complejidad queda anulada por la multiplicación de los insultos.
Y por supuesto que la geopolítica existe. Y por supuesto que existe el Foro de Sao Paulo. Y el castrocomunismo y la perversa diplomacia chavista también existen. Eso es tan evidente como las diversas realidades, historias y conflictos propios que tiene cada país de este continente. No se pueden negar u obviar los factores de poder que están interactuando en el continente hoy en día. Pero tampoco se puede suprimir la diversidad y convertir a uno de estos factores en la explicación primordial y absoluta de lo todo que ocurre. Encontrar a un monstruo siniestro, único responsable de todos los desastres, es sin duda muy tentador. Pero también es irreal. La complejidad de la crisis de Chile vuelve a demostrarlo. Su propia historia, y sus propias circunstancias internas, son más poderosas y determinantes que cualquier influencia foránea.
La ecuación simplificadora y melodramática con la que Chávez siempre proponía analizar la historia, tiene ahora un espejo en este fervor que pretende comprender todo lo que ocurre a través de un gran villano. Paradójicamente, el recurso se repite. Basta con sustituir los términos para obtener un resultado casi idéntico. Ahí donde Chávez saltaba iracundo a denunciar a “la derecha”, “el capitalismo”, “el imperialismo” (…) podrían caber de la misma manera las denuncias de la nueva vanguardia digital: “la izquierda”, “el socialismo”, “el castrocomunismo”… no hacen falta más datos, no se requieren matices. Es una interpretación que se sostiene sobre una única certeza: los otros son los malos. Malos, malosos, malísimos. Es un esquema que desea operar de forma instantánea, eludiendo el discernimiento y apelando a la emoción.
Esto no quiere decir que los villanos no existan. Que no se reúnan, que no tengan planes, que no maniobren en las sombras…Pero no están solos. No son los únicos. No son todopoderosos ni omnipotentes. No todo siempre gira a su alrededor. No pueden mover de forma mecánica la historia…La realidad, por suerte, es mucho más complicada y diversa. A veces, queriendo atacar al monstruo, se termina involuntariamente alimentando al monstruo.
Este artículo se publicó originalmente en Efecto Cucuyo, de Venezuela.