18 de septiembre 2019
Por mucho tiempo aprendimos que el río más largo de Centroamérica era el Río Coco, antiguamente llamado Río Segovia, en atención a su curso de 750 kilómetros contados desde El Espino hasta el cabo Gracias a Dios.
Actualmente a ese importante y antes caudaloso río hay que recortarle unos 120 km en su curso superior, formado por sus afluentes cabeceros: Macuelizo, Dipilto, Mozonte, San Fernando, Quisulí, Santa Clara, Jalapa, El Jícaro, que tienen su origen en la cordillera de Dipilto y Jalapa en el departamento de Nueva Segovia; a los que hay que agregar los provenientes de su cuenca sur: Tapacalí, Inalí, Yarí, del departamento de Madriz y los ríos Pueblo Nuevo, Pire y Estelí, cuyas fuentes se originan en las montañas de Cusmapa, Tepesomoto y las mesas del Quiabuc y del Tisey.
El caudal de todos estos afluentes del Río Coco ha venido menguando en los últimos diez años. El río mismo se ha reducido en su curso superior a pozas aisladas, o yace ahogado entre extensos playones de arena. Estos sedimentos provienen de la erosión de las cordilleras y mesetas de todas las montañas de las Segovias, que son las más altas del país, (entre 1000 y 2000 metros), hasta la cumbre del Mogotón, el más elevado de Nicaragua, que sobrepasa los 2200 metros de altura sobre el nivel del mar.
Tanto la erosión como la pérdida del caudal de estos afluentes del Río Coco, se debe al despale y destrucción de los bosques de pinos que antes cubrían espesamente las montañas del norte y cuya principal función es atrapar la humedad, condensarla e infiltrarla para abastecer la fuente y el caudal de los ríos mencionados.
En consecuencia, unos 570 000 habitantes de los 24 municipios que se encuentran en la cuenca superior del Río Coco, están condenados a padecer de sed en el futuro inmediato, por vivir ya de por sí en una de las regiones más secas del país y ante las amenazas de sequía que traen los cambios climáticos ya evidentes.
En 1992 todas estas montañas fueron declaradas oficialmente como Áreas Protegidas, en especial Dipilto, Jalapa, Tepesomoto, Quiabuc y el Tisey. Actualmente están sometidas al despale y la destrucción indiscriminada de sus antiguos bosques de pino, en franca violación a la Ley No. 217, en una aberración medioambiental que atenta contra la supervivencia los pobladores que viven en esos tres departamentos.
Por otro lado, a la falta de agua se agrega el agravante del subsuelo de esta región, formado por rocas como el granito y el basalto que no permiten la recarga de las aguas subterráneas, fuentes para la irrigación de diversos cultivos, entre ellos el tabaco y otros errores agroproductivos, como suplantar pinares por cafetales en suelo ácidos de arena cuarcífera, imposibles de soportar este cultivo por más tiempo, una vez removido el colchón humificante dejado por los bosques de pinos que crecían entre las inclinadas laderas de esas montañas.