18 de agosto 2022
La oposición venezolana ha anunciado que las primarias están en puertas. ¿Lograrán con ellas la validación de un liderazgo capaz de disputarle el poder al chavismo en 2024? Para abordar esta interrogante debemos entender la fragmentación actual de la oposición venezolana y sus antecedentes.
El crecimiento electoral de la oposición entre 2009 y 2016 estuvo vinculado a la creación de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), un mecanismo de coordinación creado por diferentes partidos de oposición para aumentar su competitividad. Sin embargo, debido al proceso de autocratización que ha supuesto el uso selectivo de diferentes mecanismos de represión por parte del gobierno de Nicolás Maduro, la irresoluble lucha por la hegemonía de la dirigencia de la oposición y una miope administración de su éxito en las parlamentarias de 2015, la MUD fue desmantelada.
Desde entonces, los grupos de oposición no han logrado coordinarse de manera efectiva. El diagnóstico de una oposición debilitada puede mirarse a través de las elecciones regionales de 2021, en las cuales el bloque opositor tuvo la oportunidad de apalancarse en su propio potencial competitivo, aun cuando se medía con el PSUV.
Si bien la oposición venezolana contaba entonces con potencial electoral a escala subnacional, como lo señalamos en una reciente publicación, esta fue incapaz de aprovecharlo. En 2021 el voto no oficialista superó en más del 50% al bloque del Gobierno en 19 de los 23 estados que conforman el mapa regional venezolano. No obstante, ese margen se tradujo tan solo en cuatro gobernaciones a favor. Visto de otro modo, el votante que depositó su boleta a favor de un candidato diferente al PSUV lo hizo seleccionando a uno entre varias opciones antigubernamentales. Ello hizo que la proporción de votos recibidas en su totalidad por todos estos candidatos superara la proporción de votos registrados por el candidato de gobierno.
Esta fotografía contrasta con la tendencia de los comicios subnacionales anteriores. En elecciones previas, la MUD concentraba casi la totalidad de los votos distintos a los candidatos del partido de gobierno, aunque su techo electoral no fue suficientemente alto para hacerse con mayores gobernaciones a favor.
Tras el fracaso de producir un cambio de régimen político desde 2019, pareciera asomarse una suerte de rectificación de la ruta institucional. Varios partidos han retomado el trabajo de organización y movilización de su militancia y de la sociedad, y han anunciado su participación en las primarias en 2023 con miras a las presidenciales de 2024. ¿Abre esto una posibilidad para la recomposición de la oposición? Depende.
Cabe recordar que las elecciones primarias constituyen un mecanismo de selección de candidaturas posibles entre otros tantos. Por lo tanto, estas no consisten en una estrategia política o un medio para escoger una “visión de país” o un “liderazgo nacional”, sino una herramienta de coordinación tan solo para decidir quién va a competir contra Maduro en 2024. Más aún, las primarias requieren una coordinación previa en cuanto a financiamiento, conformación del equipo organizador, reglamentos y acuerdos pre- y postelectorales, capacitación de testigos, movilización de votantes y, fundamentalmente, el consenso de un objetivo y estrategia anteriores para ser eficaz en adelante.
En este sentido, la ausencia de acuerdos institucionalizados antes de unas primarias y, en un contexto particular de partidos débiles, podría implicar la profundización de los problemas de acción colectiva como baja alineación de incentivos para trabajar en torno a objetivos colectivos a largo plazo, incapacidad de neutralizar a los oportunistas y poca credibilidad mutua.
Las primarias podrían motivar una mentalidad del “winner-takes-all”, que implicaría que tras las elecciones internas se superpongan los incentivos individuales a los colectivos por parte del ganador y su partido, sobre todo, a partir del momento en que estos accedan a más recursos financieros, y dominen, por lo tanto, la toma de decisiones en nombre del resto y de la sociedad venezolana. Por otro lado, podría poner en jaque el factor de la representatividad, puesto que podría ser seleccionada una candidatura que represente a una minoría movilizada, pero no a la mayoría que aspira al cambio político en Venezuela.
Sin un mecanismo anterior de coordinación formal, las primarias podrían exacerbar la fragmentación y polarización entre partidos y grupos opositores. Esta posibilidad, en un contexto autoritario, podría ser explotado por el Gobierno para maximizar las contradicciones y apelar aún más a la cooptación y a la represión selectiva para reforzar la división. Lo anterior profundizaría los incentivos de optar por una estrategia maximalista o “spoiler” del proceso electoral por parte de algunos sectores.
El reto de la oposición venezolana por delante es enorme y no se resuelve (del todo) con la celebración de primarias. Por el contrario, dada la fragmentación actual es importante anteponer el trabajo de construir una nueva coalición prodemocracia entre jóvenes políticos y experimentados dirigentes que crean y asuman posiciones más realistas, prestos a la negociación y comprometidos con una transición a la democracia.
Un movimiento amplio, inclusivo e innovador que estreche lazos con la sociedad civil, y empatice con las necesidades de la población, podría generar esperanza, y con ello motivar la movilización masiva requerida para un posible cambio en el futuro.
Coautores Stefania Vitale y Juan Manuel Trak
Texto original publicado en Latinoamérica21