8 de marzo 2020
Contrario al argumento orteguista de que las demandas democráticas son un capricho de los ricos y de Estados Unidos, la realidad es que en el centro de estas luchas está una lucha por establecer un balance entre la equidad y el derecho a oportunidades para todos. Pero las necesidades, sacrificios e ideales de la mujer nicaragüense contrastan con el mismo régimen que les gobierna, restringe libertades, encarcela y expulsa a sus hijos, y la deja desempleadas.
Al centro de la democratización está la transformación de una Nicaragua equitativa, igualitaria, realmente solidaria, y comprometida con oportunidades para todos.
Ser mujer en Nicaragua es sinónimo de trabajo duro, empeño y compromiso familiar y social. También es sinónimo de desigualdad y vulnerabilidad. Un verdadero político estaría ya comprometido en integrar su voz, voto y liderazgo, no de subestimarlo.
Aunque la mujer representa el 40% de la fuerza laboral, ellas tienen una presencia mayor en la economía del país. Forman parte integral de la economía dentro del sector informal, ese sector económico que ocupan los que no pueden (o no lograron, no los dejaron) ingresar a la economía formal o integrase globalmente, y lo hacen como estrategia de sobrevivencia— y muchas veces ante la exclusión prevaleciente.
“De los 800 000 negocios y empresas que hay en el país, 70% son informales y 95% empresas unipersonales. Seis de cada una de esas microempresas sus dueñas son mujeres. Ellas los administran en medio de adversidades que se agravan por su estatus de mujer y por su condición de microempresaria sin acceso al sistema financiero.” Y como asalariadas, las mujeres se las ingenian para cubrir necesidades básicas, a pesar de tener ingresos inferiores a los hombres. Menos del 5% de las mujeres tiene ingresos superiores a C$12,500.
Parte de ello estriba en una realidad enraizada en las desigualdades de género que penaliza a quienes son amas de casa. El 60% de los jefes de hogar son mujeres, muchas madres solteras, que además de ser las que toman decisiones del día a día en las rutinas cotidianas, desde comprar leche, pan, y frijoles, son quienes realmente inciden en la economía del país. En términos prácticos, una de cada tres personas en Nicaragua es un ama de casa, mujeres que asumen decisiones, riesgos y compromisos de administrar el hogar y cuidar de su familia. Con ingresos menores que el resto, se las juegan día a día.
Como jefes de hogares las mujeres son las que piensan y trabajan en función del futuro de sus hijos y sus familiares con mayor sentido de responsabilidad. Ellas son quienes piensan y consideran la relevancia de tener a sus hijos en la escuela, de darles buena salud, alimentación y que ellas y sus parejas tengan trabajos estables. Es por ello que cualquier problema que afecte su economía familiar, representa una amenaza.
No hay nadie como la mujer nicaragüense que piense más en el voto como una oportunidad para mejorar la vida de su gente.
Ellas piensan en el hijo que se fue del país, con el que tal vez no podrán convivir de nuevo. Al fin y al cabo, hay una madre, hermana, y pariente con un hijo o hija viviendo allá en el exterior, que les envía remesas familiares y reconoce el sacrificio que han hecho sus progenitores. Dos tercios de los receptores de remesas son mujeres, cuya responsabilidad está en cuidar el dinero, ahorrar para el futuro, y gastar de acuerdo con las necesidades, aun en circunstancias difíciles.
Las mujeres no tienen tiempo para el pesimismo, se las juegan con lo que tienen, y buscan como salir adelante. Aún en medio del desastre y la corrupción, ellas están detrás del rescate económico, y mantienen el optimismo que habrá mejores escuelas para sus hijos.
Ser mujer en Nicaragua es hablar de personas con madurez política y liderazgo. Al menos seis de diez de más de 1000 ONG que operan en el país, son dirigidas por directoras ejecutivas. Son personas cuyo entendimiento de la realidad social del país es más claro para aportar opciones que permitan sacar al país adelante.
Además, exhiben valores políticos que les caracterizan como ciudadanas que piensa en el ideal democrático. Para ellas los atributos del buen líder son los de alguien que es buena persona, honrada y honesta.
Tanto entre las amas de casa combinado con el hecho que más de la mitad de las microempresas son lideradas por mujeres, este es un país cuyas decisiones dependen del insumo y liderazgo femenino. Por su condición de amas de casa, trabajadoras asalariadas o informales, jefes de hogar y tomadoras de decisiones, ellas son el enlace más importante para el cambio democrático de Nicaragua: su voz, perspectiva y atención es imperativa y urgente.
La mujer nicaragüense sabe el valor del cambio no violento, es testigo de la represión, entiende que el bienestar y las oportunidades económicas van primero, siempre y cuando los valores de igualdad, solidaridad y confianza mutua no sean sacrificados. Las demandas por reformas políticas son exigencias por la igualdad de derechos y oportunidades, equidad en el acceso a las finanzas, y libertad sin represión. A pesar de lo dictatorial de este régimen, la democracia descansa en las decisiones de las mujeres, porque ellas ya votaron con su trabajo por un país diferente.