27 de julio 2019
MOSCÚ – La reciente declaración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre que cuatro congresistas demócratas de color – Ayanna Pressley, Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Rashida Tlaib – deberían “regresar” a sus países fue un recordatorio más de su descarado racismo y sexismo. (Tres de ellas nacieron en Estados Unidos y la cuarta se convirtió en ciudadana de Estados Unidos cuando aún era menor de edad). Sin embargo, dicha declaración también resalta los perfiles en ascenso de las mujeres en el ámbito de la política – una tendencia que continuará, sin importar si la misma aterroriza a hombres inseguros como Trump.
Hace un siglo en Europa, las sufragistas más importantes, como Inessa Armand, Rosa Luxemburg y Clara Zetkin, no tenían más remedio que buscar hombres poderosos para validar sus aspiraciones. Uno de ellos fue el líder soviético Vladimir Lenin, quien abogó por la eliminación de “las viejas leyes que colocaban a la mujer en desigualdad en relación con el hombre”. Armand (supuestamente) se involucró románticamente con Lenin, y Zetkin lo entrevistó sobre “el asunto relativo a las mujeres” en el año 1920, tras su discurso de 1919 sobre las “tareas del movimiento de mujeres trabajadoras en la República Soviética”.
Si bien este abordaje fue comprensible, también fue comprobadamente ineficaz. Lenin insistió en que sólo el socialismo, con su promesa de igualdad para todos, podría liberar a las mujeres. “Dondequiera que se conserva el poder del capital”, declaró en ese discurso, “los hombres conservan sus privilegios”.
Pero, si bien más del 80% de las mujeres en la Unión Soviética entre 15 a 54 años tenían empleos (según cifras del año 1983), pocas tenían carreras. Durante la era estalinista, a las mujeres explícitamente se les dijo que regresaran al “frente familiar”. Mi propia abuela se vio obligada a abandonar su puesto de educadora después de que mi abuelo, Nikita Khrushchev, fuera nombrado jefe del Partido Comunista de Ucrania en el año 1937. Se suponía que ella serviría de ejemplo para otras esposas de funcionarios políticos que trabajaban fuera del hogar.
Hoy en día, no sólo hay muy pocas mujeres en el gobierno del presidente ruso Vladimir Putin; sus roles son en gran parte ceremoniales. En un país donde el abuso doméstico mata, en promedio, a una mujer cada 40 minutos, una enmienda que despenaliza algunas formas de violencia doméstica fue fácilmente aprobada por la Duma (parlamento ruso) en el año 2017, y luego fue promulgada por Putin.
Por el contrario, si bien muchas democracias europeas quedaron rezagadas en comparación a los avances soviéticos con respecto al sufragio femenino – Bélgica, Francia e Italia, por ejemplo, no concedieron a las mujeres el derecho al voto pleno hasta la década de 1940 – dichas democracias llegaron a ser mucho más propicias para el ascenso profesional de la mujer. Hace cuarenta años, la primera ministra británica Margaret Thatcher, a pesar de que a menudo fue inflexible y dogmática, ayudó a romper el proverbial techo de cristal. Y, en los últimos 15 años más o menos, la escalera del ascenso femenino ha llegado cada vez más alto y es más concurrida que nunca. Angela Merkel, desde que se convirtió en la primera mujer en ocupar el puesto de Canciller de Alemania en el año 2005, pasó a ocupar el puesto número tres en la lista de cancilleres de Alemania que ocuparon dicho puesto por mayor cantidad de años, Es probable que otra mujer, Annegret Kramp-Karrenbauer, quien hoy en día se desempeña como ministra de defensa de Alemania, sea su sucesora en el puesto en el año 2021.
La oleada de mujeres en la política abarca Europa, así como el espectro político europeo. Dalia Grybauskaitė, la “Dama de Hierro” de Lituania, quien se convirtió en la primera presidenta de su país en el año 2009 (dejó el cargo este mes), tiene opiniones de centro derecha, pero no está afiliada a ningún partido político. La conservadora Erna Solberg, quien se convirtió en la primera ministra de Noruega en el año 2013, logró un equilibrio entre el libertarismo y el Estado de bienestar. Yuliya Tymoshenko llegó al cargo de primera ministro dos veces, en medio de un ambiente político plagado por el machismo.
La liberal conservadora Kersti Kaljulaid se convirtió en la primera jefa de Estado de Estonia en el año 2016, así como la persona más joven en asumir la presidencia de dicho país. Y, el mes pasado, la socialdemócrata Mette Frederiksen fue elegida como la primera ministra más joven de Dinamarca y la segunda mujer en ocupar el cargo. Al mismo tiempo, otra poderosa mujer política, la nacionalista Pia Kjærsgaard, quien fue cofundadora del Partido Popular Danés, renunció a su puesto como presidenta del Parlamento de Dinamarca después de ocupar ese cargo durante cuatro años.
A su vez, otro partido de extrema derecha, el Rally Nacional de Francia (antes el Frente Nacional), también tiene una mujer líder, Marine Le Pen, quien en el año 2011 tomó la posta de su padre, Jean-Marie Le Pen, con el objetivo de ampliar el atractivo del partido y hacer que las opiniones extremas de su padre sean más aceptables.
Asimismo, a la exprimera ministra británica Theresa May se le encomendó la tarea de limpiar el desastre creado por su antecesor masculino, David Cameron. Después de haber convocado al referéndum Brexit para apaciguar a los euroescépticos en su Partido Conservador, la única opción que tuvo Cameron cuando la votación no arrojó los resultados que él esperaba fue dimitir. May, quien también se oponía a salir de la Unión Europea, recibió la misión de hacer que, de alguna manera, dicha salida funcionara. (No pudo, así que no llevó a cabo dicha misión).
La representación femenina también está en aumento a nivel europeo. Durante su mandato como comisaria de competencia de Europa, Margrethe Vestager de Dinamarca tomó medidas audaces para controlar a la industria Big Tech. La ex ministra de Finanzas francesa, Christine Lagarde, quien se convirtió en la primera directora gerente del Fondo Monetario Internacional en el año 2011, ahora será confirmada como la primera mujer presidenta del Banco Central Europeo. Y, la protegida de Merkel, Ursula von der Leyen, asumirá el cargo de primera presidenta de la Comisión Europea.
En cuanto a Estados Unidos, aunque la exsecretaria de Estado Hillary Clinton perdió ante Trump en el año 2016, sentó un precedente importante (y obtuvo mayor cantidad de votos). Las elecciones de mitad de período del año 2018 trajeron un número récord de mujeres al Congreso de los Estados Unidos, incluidas aquellas cuatro congresistas que han estado en la mira de Trump. Y, dos de los cinco candidatos favoritos para enfrentarse a Trump en las elecciones de 2020 son mujeres.
Ninguna de estas mujeres necesita la validación de los hombres. Sin embargo, eso no significa que no agradecerían el apoyo de los hombres, ya sea político, personal o incluso artístico. Por ejemplo, Philipp Stölzl está en proceso de llevar al escenario una adaptación contemporánea del Rigoletto de Giuseppe Verdi en Austria. En su opinión, Rigoletto – obra en la que un bufón de la Corte intenta poner fin a las actividades licenciosas de su poderoso empleador – es la ópera ideal para la era del movimiento #MeToo. Quizás es por eso que una mujer, la directora de ópera australiana Lindy Hume, trae su propia adaptación de Rigoletto a Seattle el próximo mes.
En el mundo de hoy, al igual que en Rigoletto, los hombres continúan teniendo un poder desproporcionado, que a menudo utilizan para impedir que las mujeres ganen más. Pero, a juzgar por el número cada vez mayor de mujeres en el escenario político – y, dado que dicho número incluye a fascistas, liberales, verdes y socialistas – los días de la supremacía masculina están contados. No es de extrañar que estemos siendo testigos de una violenta reacción en contra de dicha situación proveniente de “machos alfa”, como por ejemplo Trump.
Nina Khrushcheva es profesora de asuntos internacionales en The New School. Su libro más reciente (con Jeffrey Tayler) es In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones. Copyright: Project Syndicate, 2019.