20 de agosto 2019
Quizás por la permanente atención a la dura lucha cotidiana librada por el pueblo frente a la dictadura, buscándole su fin para liberarse y conquistar sus libertades y derechos democráticos, poco se piensa en cuál podría ser la reacción de los orteguistas en el momento de su derrota y lo que podrían hacer las fuerzas represivas de la dictadura ese Día Después.
Cuando se piensa respecto de ese día, se viene a la memoria la violencia con que Daniel comenzó a “gobernar desde abajo” en el año 91 del siglo anterior, y ese recuerdo ha provocado la creencia de que la violencia será su posible y quizás única reacción después del inevitable final de su régimen dictatorial.
Que esa reacción violenta podría repetirse es lógico pensarlo, y aunque quizás no nos equivoquemos, es posible que nada se repita exactamente igual. Pero como ya los hemos visto hacer de todo, y por todo, en la presente y larga etapa represiva, es inevitable tener dudas y preguntarse:
Si en tiempos de la resistencia pacífica del pueblo el orteguismo ha cometido abusos extremos, y toda la gama de delitos, hasta de lesa humanidad… ¿cuántos peligros más acecharán la seguridad y la vida de nuestro pueblo en el momento inmediato posterior a la derrota de su dictadura?
Si ahora, durante esta etapa de la lucha por las libertades públicas, hemos tenido que atestiguar innumerables formas de atrocidades contra jóvenes y adultos de ambos sexos quienes, ansiosos por ser libres, actúan solo cobijados con la bandera nacional frente a las armas del orteguismo… ¿cuántas atrocidades más se podría sufrir de parte de un orteguismo enfurecido por su derrota?
Si ahora los dictadores no cesan de darles gracias a Dios por la “paz” que dicen les concede, mientras niños, jóvenes y adultos son secuestrados más allá del tiempo legal establecido, y cuando los presentan aún llevan las huellas de las torturas… ¿imaginamos cuán diabólica y feroz podría ser su maltrato el Día Después, cuando sientan que, en verdad, ningún Dios les ha escuchado nunca?
No se piense que con estas interrogantes acerca del posible futuro inmediato al fin de la dictadura pretendemos asustar a nadie, muchos menos para desestimular la participación en la lucha planteada, sino para prevenir sobre qué y cuánto serían capaces de hacer quienes, si en sus días de poder “viven encomendados a Dios” secuestran y matan sin piedad… ¿no es lógico imaginar cuán bárbara podría ser su reacción de fiera herida ante su derrota?
Y por si no bastara con las interrogantes anteriores, ante los hechos posibles del Día Después, aquí tenemos más:
Si ha sido enorme la cantidad de armas que hemos visto en manos de los paramilitares de la dictadura, aparte de las armas de su Policía, todas utilizadas durante más de un año de represión… ¿se puede pensar que dejarán de utilizarlas después de sentirse derrotados?
Si con el poder político en sus manos, y para conservarlo, han reprimido y han matado a quienes piensan diferente, ¿a cuántos más estarían dispuestos a reprimir y matar, en el momento en que sientan haber perdido el poder que ahora les garantiza su impunidad?
Los 332 o más asesinados, centenares de secuestrados, miles de heridos y exiliados producidos por la dictadura en perjuicio de ciudadanos desarmados en tiempos de “paz”, es lo que motivan las anteriores preguntas, pero aún quedan interrogantes del tamaño de la responsabilidad de la jefatura del Ejército Nacional:
Siendo el EN, además de la Policía, la institución organizada, armada y reconocida por la Constitución como cuerpo armado de la república… ¿seguirán sus jefes aparentando la misma indiferencia de ahora, si el Día Después se produjeran nuevos crímenes de parte de policías y parapoliciales (como le gusta llamar el general Avilés a los paramilitares), cuando estén enloquecidos por la derrota de la dictadura?
De lo único que hoy podemos estar seguros, es de lo inquietante de ese futuro inmediato para todo un pueblo desarmado, porque… ¿acaso no estaremos más expuestos a sufrir toda la gama de la delincuencia, cuando los opresores sientan que el mundo se les está hundiendo bajo sus pies?
Otra cosa que podemos asegurar desde hoy, fundados en el carácter cívico de la lucha del pueblo opositor, es que su mismo comportamiento cívico de ahora será la garantía de que ningún sector extremista y desquiciado podría actuar por su cuenta sin una previa corrección de parte de las alianzas.
Por ello se espera que para entonces las alianzas deberán de estar mejor organizadas, unidas y conscientes de que –víctimas como han sido de una dictadura atroz—, lo menos deseado y conveniente sería convertirse en imitadores de la conducta delictiva de las fuerzas represoras del orteguismo.
Si se permitieran actos revanchistas, no solo sería desdecirse a sí mismos como movimiento democrático y pacífico, sino también prolongar los métodos del sistema dictatorial del que con tanto sacrificio está costando liberarse y que, desde ahora y para entonces, ojalá las agresiones no se hayan multiplicado de parte de los dictadores en el momento de su decadencia total.
Por cuanto los jefes del EN hasta ahora no han dado señales de rectificación de su actitud, o acerca del rompimiento de su compromiso con los dictadores, ¿será ingenuidad pensar en que aproximándose el Día Después para su dictadura, ellos no tendrán más que dos opciones?:
Una, seguir solidario con el régimen y, por ende, intentar evitar su caída, volviendo sus armas contra el pueblo que le dio origen y lo mantiene.
Dos, asumir una conducta patriótica, evitando mayor derramamiento de sangre, mediando entre los dictadores y la oposición, para lograr una solución pacífica a la crisis policía y social del país.
Si la jefatura del EN se decidiera por lo primero, prácticamente, ya no habría nada que comentar al respecto y prepararse para la peor, y para resistir la continuidad de la crisis en las nuevas condiciones que se crearían, sino llegara ese Día Después tan urgente como necesario para todos.
Pero si se decidiera por la solución patriótica, de evitarle más sacrificios a la mayoría del pueblo que viene clamando por sus libertades y sus derechos democráticos, y que las fuerzas armadas liberadas de su dependencia de los dictadores, puedan convertirse en el garante (¡lo que siempre pudo ser, pero que hasta hoy no lo han querido!)— del proceso de paz para poder emprender la faena histórica del saneamiento de la vida social, política y económica de Nicaragua.
Pienso que aún queda qué decir acerca de la gran incógnita que significa el silencio que guarda la jefatura del Ejército Nacional, y si la despejará a favor de la salida patriótica. Sería hasta entonces que tendríamos la posibilidad de confiar en lo que sugirió en CONFIDENCIAL el ex ministro de Defensa, Avil Ramírez:
“…el Ejército va a tener que colaborar en todo lo que las nuevas autoridades le soliciten para ayudar a pacificar y para que se regrese al respeto al Estado de Derecho”.
Pero, según nuestra historia, si ese cambio fuera posible, que es también lo deseable, no sería “para que regrese el respeto al Estado de Derecho”… ¡sino para que por primera vez un ejército respete un Estado de Derecho de verdad!