Guillermo Rothschuh Villanueva
4 de febrero 2024
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Las bodas entre dos personas que ignoran su condición de hermanos tampoco han sido ajenas a la literatura
Envuelta en una polémica apareció Las hijas de la criada, Premio Planeta 2023. Sus mismos coterráneos fueron los primeros en disparar morteros contra Sonsoles Ónega. Los juicios más duros fueron vertidos en El País de España por Jordi Gracia. Para el periodista y profesor de literatura, la novela carece de valor literario. No posee ningún merecimiento para haberse alzado con la estafeta. Igual tunda le propinó el editor Malcom Otero Barral. En su trabajo para ElPeriódicodeEspaña recurre al siguiente símil: la novela es una hamburguesa de buen tamaño y sin ningún sabor. ¿Incitan a los lectores? Recibimientos de este calibre les convoca para ver si coinciden con juicios que ponen en mal predicado a jueces que también desmeritan uno los reconocimientos más celebrados en habla hispana.
Tengo rato de venir diciendo que muchas de las novelas premiadas por jurados nombrados por editoriales de renombre no lo merecían. Los premios poco a poco han venido devaluándose. Están perdiendo crédito. La desconfianza continúa extendiéndose hacia otras firmas llamadas a resguardar su prestigio. ¿Será que están empecinadas en debilitar una de las expresiones literarias más sobresalientes en todas las lenguas? Un riesgo mayúsculo. La falta de credibilidad sigue en ascenso y algo tienen que hacer para no seguir alarmando a quienes año con año permanecemos expectantes para conocer quién se alzó con el galardón de Alfaguara o Planeta. Cito solamente dos premios muy elogiados en este lado del mundo. Un llamado urgente a sus promotores.
Creí justo zambullirme en las 476 páginas de Las hijas de las criadas para cerciorarme de dos cosas: si a los críticos asistía la razón y conocer si guardaba parentesco con Esclava de la libertad (2022). El argumento de Otero Barral llamó mi atención. Creyó injustos los cuestionamientos. Tratándose de una novela de entretenimiento no tenía que pasar “por el harnero de una crítica literaria estricta”. ¿Olvidó que se trataba de una obra cuyos méritos la hicieron acreedora de un millón de euros? El argumento cae por la ligereza que fue planteado. La cantidad recibida por Ónega es superior a la suma que reciben los ganadores del Premio Nobel de Literatura conferido año con año por la Academia Sueca. El Premio Planeta no es un asunto menor. El premio más cuantioso del mundo.
De ser cierto el argumento de Otero Barral no comprendo por qué realizó un ejercicio donde se impuso la tarea de demostrar que, aun tratándose de una novela de entretenimiento, no pasaba la prueba. “Los criterios para juzgar la calidad de una hamburguesa no son los mismos que aplicamos para valorar un menú degustación de un afamado restaurante. Pero a la postre habrá que dilucidar si la hamburguesa como tal es buena o no”. Crítico avezado Otero Barral analiza a grandes rasgos la obra de Ónega para concluir de manera elegante que reúne “todos los ingredientes folletinescos que hacen las delicias de los lectores de evasión”. Con el añadido que “la hamburguesa es de buen tamaño y tiene muchos ingredientes, lamentablemente no sabe a nada”. Se trata de un premio fallido.
Desde la perspectiva de Jordi Gracia los únicos responsables de este desliz son los integrantes del jurado. Como Júpiter tronante los embiste de frente. Una vez asumida su posición no se anduvo con reparos. Suelta misiles dirigidos a golpear el corazón de los miembros electos por Planeta. “¿Rosa Regàs o Carmen Posadas no sintieron una vergüenza cósmica? ¿Qué vio el fino lector Pere Gimferrer que haya empujado su voto favorable? ¿A José Manuel Blecua no se le han llevado todísimos los demonios académicos y no académicos? ¿Cuál es el límite a partir del cual el lector de un jurado se cloroformiza o se anestesia de tal manera que renuncia a ser quién es?”. No le tembló el pulso. Un cuestionamiento frontal que extiende a los dueños de Planeta. Ambos resultan cómplices.
La suma otorgada exigía mostrarse severos en la escogencia de la novela merecedora del galardón. De su firmeza y actitud dependía totalmente la responsabilidad de seleccionar una obra que reuniera las calidades literarias pertinentes para entregarle un premio que avalara sus juicios. ¿Se atreverán a responder las indicaciones lanzados en su contra? ¿Pasarán por alto afirmaciones que ponen en duda su seriedad académica y su calidad cómo lectores experimentados? El silencio indica que no habrá ninguna respuesta. Ser cautos o mostrar prudencia no abona nada a su favor. Lo único que hacen es convalidar las aseveraciones de sus detractores sobre su incapacidad de enjuiciar con rigurosidad literaria y sumergen en la duda un premio de tanto prestigio.
¿Será que sus posicionamientos obedecen a que Sonsoles Ónega labora para una empresa que compite con Prisa (dueña de El País), como ella afirmó en su defensa? Me parece sintomático que las aguas encrespadas hayan bajado de nivel demasiado rápido. Dos riendazos y luego vino el silencio. A ninguna de las empresas convenía que la disputa subiera de tono. A través de los medios de los que son dueños se encargan de encumbrar determinadas obras y autores, especialmente aquellas que publican en los sellos editoriales de su propiedad. Nadamos en un mar de suspicacias. A estas alturas ni siquiera el Nobel se salva. ¿Qué gestos o conductas deben asumirse para eliminar cualquier asomo de desconfianza? ¿Estarán dispuestas a asumirlos?
Por mi parte adelanto que el tema de Las hijas de la criada constituye un acierto. El intercambio de dos niñas que hace una criada por demás esclava, víctima del abuso de su dueño, resulta más que creíble. Especialmente en el contexto en que ocurren los hechos. Al solo el despuntar el año 1900. Una trama de la que tradicionalmente no solo se han ocupado los grandes artífices del folletín. Las bodas entre dos personas que ignoran su condición de hermanos tampoco han sido ajenas a la literatura. El hecho que las mujeres resulten más resueltas y firmes que los hombres constituye una realidad insoslayable. La cobardía del padre de las dos criaturas (Gustavo), negándose a revelar sus vínculos biológicos aun cuando una de ellas se lo pide (Catalina), no resulta nada extraño.
¿En dónde radican entonces las debilidades de Las hijas de la criada? No solo en haber alargado el paginaje. Algo innecesario. Las porosidades obedecen al traspiés que incurre el narrador omnisciente. Quién debería saber todo duda en saberlo. Una pifia mayúscula. Las interrupciones bruscas en momentos que debería intensificar el drama y crear una atmósfera irrespirable o alucinante resta clímax a la novela. La muerte de la niña añade un elemento discursivo importante. Al ser hija de dos hermanos biológicos la deformación que padece resulta explicable. La lectura de Las hijas de la criada me produjo goce. No esperaba más. Su autora no tenía otra pretensión. ¿O me equivoco?
Mi atracción por leerla estaba encaminada a descubrir su parecido con Esclava de la libertad (Ediciones Grijalbo, 2022), la novela de Ildefonso Falcones. Un relato denso que denuncia la forma que arrancaban de sus tierras a los negros africanos. Un cuestionamiento a la expoliación a la que se veían sometidas de parte de los españoles dueños de los ingenios azucareros en Cuba y luego llevadas a España en las mismas condiciones. Entre ambas propuestas no existe afinidad. Una diferencia sustancial es que Sonsoles Ónega maneja la información con soltura. Sin visos de sentirse ahogada o asfixiada. Tampoco se extralimita en su utilización como hizo Falcones. El novelista echó mano de una cantidad de información que a la postre resultaba sobrancera.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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