15 de septiembre 2018
Tengo un triste recuerdo de esa tierra sin horas,
la picada de pájaros, la que se desmorona.
Con murciélagos me persigue de noche
su horizonte de barro y su luna de broza.
En la tierra aburrida de los hombres que roncan
se hizo piedra mi sueño y después se hizo polvo.
JOAQUIN PASOS (CEMENTERIO).
Puesto que polvo somos y en polvo nos convertiremos, antes, todo polvo lo convertiremos en libertad. Desde que las Fiestas Patrias en Nicaragua se convirtieron en Fiestas Pétreas, resulta evidente que nuestra historia ha dado un enorme y verosímil vuelco del pasado hasta el presente. Incluso, es como si en El Carmen hubiese una maligna mescolanza de lo que sucedió antes y lo que está sucediendo ahora. Una situación petrificada, que contradictoriamente se mueve y puede trasladarnos a pasados similares a este presente. Por ejemplo, (para no mencionar el reciente pasado de la dinastía Somoza), el 12 de julio de 1856, sin elecciones anticipadas, William Walker celebra haberse otorgado a sí mismo la Presidencia de la República de Nicaragua, decretando de inmediato el restablecimiento de la esclavitud.
“Diálogo” con sangre sobre la mesa
Todo es alborozo en El Carmen. El “presidente” Walker, gran cantidad de filibusteros encapuchados, paramilitares, parapoliciales, Pedrarias y los Contreras, se confabulaban contra la vida de los jóvenes, y secuestrando la libertad y su significado, la hundieron en las ergástulas de El Chipote. En una cuenta regresiva, ahora andamos por 1549. Entonces, los habitantes de El Carmen ponen en su mira la Mesa del Diálogo, que presiden Fray Bartolomé de Las Casas y Fray Antonio de Valdivieso. Por sustentar valientemente sus principios de justicia y paz, turbas, alentadas por los Contreras, califican de asesinos a los frailes. Fray Bartolomé se ve obligado a huir. Lo releva Fray Antonio de Valdivieso, quien poco después muere apuñalado. A quienes bien se puede llamar “verdaderos asesinos”, celebran aquel sacrilegio, tratando de destruir la Iglesia de la Divina Misericordia. Con la de Valdivieso, nuestra historia se ha teñido de sangre santa, pero continúa.
Como es de suponer, el filibustero que incendió Granada, destruyó Monimbó y cuanto pueblo no se sometió a sus caprichos. Aquel 12 de julio de 1856, ya “presidente” de Nicaragua, en El Carmen se sentía a sus anchas, sin imaginarse que, por persistir en sus incontrolables ambiciones de poder, cuatro años después, el 12 de septiembre de 1860, moriría fusilado en Trujillo, Honduras, y sin recordar que, curiosamente, cuatro años antes, también un 12 de septiembre, pero de 1856, ejércitos y gobiernos centroamericanos se unieron para expulsarlo de nuestra tierra, porque como dice nuestro poeta Joaquín Pasos: “Esta es tierra con perfume sólo para nosotros./…En este ambiente está el alma de un pueblo…
15 de septiembre de 1821
El 15 de septiembre de 1821, se declara la Independencia en Guatemala. Lo más claro y hermoso es que nuestros pueblos siempre exigieron: “¡Independencia o muerte!” Muy ambigua y con muchos “nublados”. Precisamente así nació, cuestionando el Acta de la Independencia de Centroamérica, la famosa Acta de los nublados. Estos “nublados” o ambigüedades, continúan en leyes, constituciones, etc., hasta nuestros días. Todo sigue nublado. En El Carmen, sin llover, siempre está nublado. Hasta hace poco, los 15 de septiembre, los jóvenes escolares centroamericanos recorrían nuestros países, en relevos en nuestras respectivas fronteras.
Ya no es así. Porque ahora los encapuchados del régimen de Nicaragua, disparan a los jóvenes por el delito de correr o trotar, portando banderas de Nicaragua o antorchas. Se escucha un disparo. Nuestra bandera azul y blanca no la suelta una joven que con su sonrisa a flor de labio, cae aferrándose a ella. La bandera se tiñe de rojo teniendo de fondo el asfalto negro. Ahora, la azul y blanca se convierte en una bandera rojinegra. La bandera azul y blanca es secuestrada y conducida a las cárceles de “La Esperanza”. Ahí, donde no hay esperanza alguna.
La desesperanza se nota en los rostros de prisioneros y torturados. Es un sentimiento que sólo expresa desolación. Es, en sus víctimas, la imagen de sus victimarios. También en los rostros desolados de los parientes que intentan llevar alimentos a sus presos aflora la tristeza de toda Nicaragua. Son rostros humillados. Seres basura para sus captores. Pero es también la valentía para resistir, que se les hizo piedra en el alma. Es una valentía pétrea. La silenciosa valentía de sin hablar, gritar: ¡El miedo nunca será mi dueño!
14 de septiembre de 1856
Allá, en 1821, otros jóvenes recogen la bandera de la muchacha que la tiñó con su propia sangre. Como la de Fray Antonio de Valdivieso, es también sangre santa. Sangre primaveral la de ella. Vienen los jóvenes hasta San Jacinto, en plena Guerra Nacional, a reforzar las fuerzas del entonces coronel José Dolores Estrada, héroe nacional, y más adelante con toda justicia ascendido a General. Están dispuestos a expulsar al filibustero invasor. Montan tranques para que no penetren. Lo mismo hacen sesenta indios flecheros. Ya la hacienda San Jacinto es prácticamente inexpugnable.
En uno de aquellos tranques se atrinchera valientemente el sargento primero Andrés Castro. Su acción heroica es inolvidable por ser “un gesto de valentía, decisión y patriotismo en la defensa de la soberanía nacional”. Fue herido de bala en una pierna, causándole cojera el resto de su vida. En el fragor de la batalla de San Jacinto, el 14 de septiembre de 1856, a falta de munición derribó de una certera pedrada a un filibustero que pretendía saltar el tranque que defendía. Se dice que en aquella ocasión también intentaban los filibusteros capturar a Andrés Castro, para acusarlo de golpista y terrorista, y fusilarlo en el acto, dándolo por “desaparecido”, lo que el propio coronel José Dolores Estrada impidió.
En nuestra historia, la piedra de Andrés Castro ha recorrido la cultura nicaragüense, en numerosas narraciones y poemas. Es nuestra fiesta pétrea y patria. Algún objeto sólido que veamos surcar el cielo, desde el pasado hasta el futuro, para impactar a un tirano, no dudemos en identificarlo como la piedra justiciera de Andrés Castro.