6 de febrero 2018
Por el lado Norte de nuestro planeta arribó, misteriosamente, un ser extraterrestre, y al poco tiempo conoció los aspectos exteriores de la situación política global del momento a través de la lectura de algunos medios de comunicación. Eso le permitió reparar en las formalidades de los problemas más comentados, y darse cuenta de que ese país muy rico se comportaba dominante sobre el resto de países en condición de subordinados suyos. Que sus nobles autoridades supremas manejaban bases militares alrededor del mundo –muchas de ellas en plenas acciones de guerra contra países de algunas regiones que al extraño visitante le parecieron que no quieren obedecerle, y que a países de otras regiones los tiene amenazados, porque tampoco quieren rectificar sus malas conductas.
Se enteró también de que el sustento de ese gran poder para que nadie se atreva a desoír sus mandatos, es ser el feliz poseedor de dos armas beatíficas: las económicas y las atómicas. Por los mismos medios conoció que la mayoría de los gobiernos de los países menores viven en completa armonía con el gran país, porque, complacientes y complacidos, aceptan sus mandatos. Pero los países que no aceptan sus mandatos, entonces –según les dicen los jerarcas del gran país—, se sentían en la pena de aplicarles sanciones correctivas de toda índole, para forzarlos a que armonicen sus políticas nacionales con las evangélicas políticas externas de la gran democracia del Norte.
Maravillado ante tan grande y benefactor poder, y conociendo sus razonamientos con que justifican sus medidas, el extraterrestre supuso que las bondadosas intenciones de los gobernantes del rico país, era mantener al mundo dentro de un orden moral y económico perfecto. O democrático, según ellos, porque su sana intención es que las sociedades de los todos los países vivieran en paz, armonía y felicidad, como una fiel copia de su sociedad “americana”. Ante ese interés de que el resto del mundo fuera un reflejo de todo lo suyo, el extraterrestre no tuvo más opción que reconocer las bondades de los gobernantes “americanos”.
Es que tan buenas y sanas intenciones, pensó, solo podían albergarlas mandatarios como los de esta metrópoli, por ser dueños –no de diabólicos bienes materiales que, en verdad, ninguno de ellos los tiene— sino de sus grandes y sanas cualidades morales. Al extraño visitante le pareció que por todo lo que hacían, estaban dotados de gran inteligencia, lo que les permite conocer todo lo que le conviene a la humanidad, porque para ellos la riqueza material no es nada, sino la riqueza espiritual de la que por Dios están dotados.
Es notorio que el extraterrestre está fuertemente influenciado por los periódicos-soldados del ejército mediático, fieles al espíritu cristiano de sus propietarios. Y por lo que opinan, sabía que un medio de prensa, para ser libre, tiene que ser de propiedad privada y fuente de buenos negocios.
Es mucha la suerte de los habitantes de este planeta —pensó el visitante— que tienen a su disposición a quienes se preocupan por sus vidas y su bienestar individual y colectivo, al bajo costo de sus recursos naturales y materias primas que, de todas maneras, los países menores no los utilizan por su atraso técnico industrial. En cambio, por el justo y libre intercambio comercial de las beneméritas transnacionales, se los regresan convertidos en preciosos productos de uso y consumo, a precios bajos. Así, ¿cómo no ser obediente y cooperador con su política exterior? –opinó el extraterrestre.
Ante tanta paz y armonía vistas en el Norte, el extraterrestre comenzó a imaginar lo bueno que sería para la gente de su planeta llevar la copia de sistema tan perfecto y armónico. Lo que más le gustaba imaginar era la gran felicidad que llevaría a sus complanetarios, si pudiera copiar al menos la mitad de lo que sucede en el interior de la sociedad “americana”: su buen vivir, libre de todo mal social y vicios mundanos, donde ni siquiera existen las clases y tiene armonía entre las razas. Dado que en su planeta los azules discriminan a los verdes, el visitante pensó en copiar el amor y el cuido con que gobernantes y policías blancos defienden los derechos humanos de sus felices conciudadanos negros.
El extraterrestre se dio cuenta de que son los vulgares y díscolos izquierdosos quienes pregonan la calumnia de que allá no se quiere a los migrantes, siendo que, en verdad, nadie se preocupa más por ellos que sus gobernantes, a quienes –por puro odio— les atribuyen sentimientos xenófobos, solo porque están construyendo un gigantesco muro en su frontera Sur. Tergiversan el hecho de que su único y gentil propósito es tener una especie de balcón para desde allí mirar darles la bienvenida a sus queridos amigos latinoamericanos.
Se informó también de que el verdadero fin de su muro, es evitar que sean los viciosos y haraganes mestizos del Sur los que entren a corromper a su virtuosa y sana juventud con sus drogas, siendo que sus jóvenes ni siquiera saben qué cosa es la mariguana ni el alcohol. El extraterrestre conoció que el deseo de los “americanos” era no ser víctimas de los sudacas (a esta altura, el extraterrestre ya no sabe quiénes son los verdaderos americanos, porque oye decir que “América” es el país donde radica la gran democracia del Norte, y entonces los de los países del Sur, se preguntó… ¿qué jodido serán?).
Cuando más extasiado estaba el raro visitante con todo lo bueno visto, se le ocurrió la mala idea de conocer el Sur, a donde llegó con su poder de traslación instantánea. Lo primero que miró fue a los vecinos más próximos, y no le gustó nada de lo que ve: miseria popular, secuestros en masa, asesinatos de periodistas, corrupción, represión y servidumbre oficial ante el gran vecino. Algo parecido miró más al Sur, mejor dicho, en el centro del continente, y decidió parar en un pequeño lugar con dos lagos que le parecen demasiado grandes para el tamaño del territorio.
Buscó sus medios de comunicación, y miró que hablan de los países con gobiernos malos que merecían las agresiones, injerencias, sanciones y el descrédito del gobierno de la gran democracia del Norte, por lo cual adoraban a los “americanos”. Leyó un editorial justificativo de todo lo que hacen desde allá sus políticos-policías y sobre su demanda de la pronta ejecución del pinochetazo en Venezuela, lamentándose a la vez de no haber allá uno lindos gorilas como los añorados gorilas chilenos.
El extraterrestre, leyó en el mismo diario la recién pasada entrevista a un político medio pelo, donde notó su falta de sentido de la dignidad nacional, porque declaró con orgullo su odio por la autodeterminación de los pueblos, la soberanía nacional, y las fronteras nacionales, porque solo sirven de pretextos a los autócratas del Sur para que los “demócratas” del Norte no siembren sus bondades en estas las tierras. Eso lo estimuló a pensar que, por lo visto acá, lo que había leído en el Norte no respondía a la verdad.
Aquí, miró pobreza y muchos árboles de lata que gastan mucha energía y nada de felicidad para el pueblo; vio la dominación de una dinastía neoliberal aliada de la gran burguesía, y que, a la vez, se habla de una “revolución”, pero la conoció. Más bien supo que cuatro años atrás su gobernante había enajenado la soberanía del gran lago que miró al llegar, a favor de un millonario asiático con el fin de haga buenos negocios, aunque nunca parta al país en dos.
Por otro lado, miró a políticos opositores de clase media con un pensamiento y una conducta tan apátrida como la de una vieja oligarquía y que, apartados de las masas, quieren el poder por medio de la “gran democracia” del Norte, a la que le conceden el derecho de joder al revés y al derecho en país, con el pretexto de que ella “nos hará libres” de los autócratas.
Apesarado, el extraterrestre rompió el proyecto de lo que pensaba aplicar en su planeta. No quiso decepcionarse más cuando se dio cuenta de que había parado en un lugar llamado Nicaragua, y desapareció como había llegado... misteriosamente.