13 de agosto 2021
He leído recién el muy bien escrito artículo del académico español Gabriel Tortella titulado “Qué es hoy ser de izquierda” (El Mundo 10.08.2021). Uno más que da cuenta de la dificultad para definirse de izquierda hoy día. Un texto que nos muestra una crisis de identidad de una entidad política que hasta hace poco aparecía como insustituible en el discurso público. Y evidentemente, hablar de la izquierda hoy día presupone hablar de la crisis de la izquierda. Pero más: de la crisis de un paradigma que daba orden a las coordenadas de relación política en casi todo el espacio occidental.
Como es ya corriente al discurrir sobre ese tema, Tortella nos hace un rápido repaso de las distintas fases, desde los orígenes del “ser de la izquierda”, hasta llegar a nuestros días donde uno puede cada cierto tiempo asumir determinadas posiciones sociales de izquierda sin “ser” necesariamente de izquierda. Como también defender algunos valores conservadores de la antigua derecha sin “ser” de derecha. Hecho que demuestra una separación del ser con respecto a su autodefinición política.
Eso es algo, después de todo, que debemos saludar: la relación entre el ser y la política le quedaba demasiado grande a la política y demasiado chica al ser. Hoy en cambio la relación entre ser y política ya no es un compromiso asumido hasta que la muerte nos separe, sino una simple opción circunstancial, determinada por esa discusión que siempre tiene lugar entre nuestras pasiones y nuestros intereses (A.O Hirchman).
La izquierda occidental (el mundo asiático -sobre todo el submundo chino- pertenece a "otra historia") nació de la revolución. En eso podemos estar todos de acuerdo. Particularmente nació de la división geométrica que trajo consigo la Convención revolucionaria en Francia. La primera izquierda era, por lo mismo, revolucionaria, y durante mucho tiempo lo siguió siendo. Ahora bien, la palabra revolución en Francia significaba adherir a los tres grandes ideales: libertad, igualdad, fraternidad. Tres ideales que salieron de la pluma de Rousseau según los cuales el humano, cuando es libre, es decir, cuando su naturaleza es libre, es igualitario y fraternal. Que los tres ideales no eran deducibles unos de otros sino diferentes y contradictorios entre sí, se encargarían de demostrarlo los mismos jacobinos. La cantidad de cabezas cortadas en nombre de la libertad no derivó de un acto igualitario ni mucho menos fraterno (más bien demostraría la naturaleza cainesca de la condición humana) .
La segunda versión de la izquierda heredaría del jacobinismo la idea de la libertad institucional, bajo la forma de los filósofos (desde Platón a Kant) llamada república. República que radicalizada socialmente, sería después llamada democracia. Democracia social. Socialdemocracia.
Desde la revolución industrial europea, la socialdemocracia se convertiría en el partido del trabajo y de los trabajadores quienes -según pensadores ligados a la cultura política socialdemócrata, entre ellos Marx y Engels- llevarían la democracia hacia una sociedad igualitaria de acuerdo a cambios producidos en la esfera de la producción, cambios que, según Marx, deberían tener lugar “independientemente a la voluntad de los hombres”.
Del proyecto jacobino la socialdemocracia conservó tres objetivos (no ideales) fundamentales: anticlericalismo, antimonarquismo (para lo que era necesario apoyar a la burguesía republicana) y gobierno del pueblo trabajador y no de “una” clase (democracia) como paso preliminar para alcanzar el final que redimiría a toda la humanidad: el socialismo.
La tercera versión de la izquierda, nacida de la revolución rusa, surgiría de una división de la socialdemocracia. Significó, además, bajo la conducción de Lenin y Trotsky, una ruptura con la democracia social y por lo mismo con la teoría marxista, pero en nombre del marxismo (ese fue el gran truco de Lenin). La llamaremos izquierda bolchevique. Sus postulados principales serían: 1. La revolución socialista no comenzará en los países del capitalismo avanzado sino en los países del capitalismo atrasado. 2. No solo los obreros, también los campesinos pasarían a formar parte de la vanguardia social de la revolución 3. La vanguardia política debería ser construida por los intelectuales, en nombre de los trabajadores, pero sin los trabajadores, organizados en un Partido. 4. la democracia parlamentaria, llamada burguesa, no sería más un objetivo de la revolución, cuando más un paso táctico, y cuando no, un obstáculo a ser removido por la dictadura del Partido. 5. El socialismo, para Marx sinónimo de comunismo, sería convertido en la fase inferior del comunismo, periodo histórico que solo podría tener lugar después de una revolución de carácter mundial. En espera del advenimiento sin fecha de esa “fase superior en el desarrollo histórico de la humanidad” (Trotsky), sería instaurada la “dictadura del partido del proletariado” cuyo objetivo debería ser destruir a la maquinaria “burguesa” de dominación.
En los países de alto retraso económico, sobre todo en los poscoloniales, surgiría una cuarta versión de la izquierda, muy ligada a la tercera. No el partido del proletariado, sino el partido-Estado representado en un líder mesiánico, apoyado en la violencia institucionalizada, se convertiría en la vanguardia de una revolución socialista en permanencia. Mugabe, Gadafi, Castro, entre otros, serían representaciones místicas de la revolución de los países pobres en contra del capitalismo mundial.
Lo hasta ahora expuesto no significa que cada una de las nuevas fases de la izquierda suprimiría a la anterior, sino de una relación de tipo más bien sumatorio. Socialdemócratas coexistirían con comunistas, comunistas con tercermundistas y así sucesivamente. De tal manera que la crisis de la izquierda ya se hacía presente antes del colapso del sistema comunista. El problema que se presentaba era mayúsculo. ¿Cómo incluir dentro del mismo concepto de izquierda a los seguidores de un Willy Brandt o de un Felipe González, con los de dictadores como Robert Mugabe o Fidel Castro? Fue entonces cuando las izquierdas debieron pluralizarse y en vez de izquierdas comenzó a hablarse de “las izquierdas”.
Después de la caída del Muro de Berlín parecía que una izquierda sin revolución, sin clase obrera, sin socialismo, ya no podría existir. En verdad, el concepto de izquierda debería haber desaparecido. El hecho que evitó esa posibilidad fue uno solo: las derechas continuaban existiendo. De ahí que ser de izquierda se convirtió rápidamente en algo muy impreciso: no ser de derecha. Vale decir, en opositores a a una derecha económica, neoliberal y antisocial. No fue la izquierda, fue la derecha la que salvó a las izquierdas de su ruina total y definitiva.
El “socialismo del siglo XXl”, tan popular en América Latina, solo fue un intento para unir a todos los fragmentos dispersos de las izquierdas. Pero unirlos ¿cómo? ¿En torno a un futuro común? Imposible, no había ninguna alternativa que sustituyera a las antiguas visiones. ¿En función de una nueva teoría socialista? Con el perdón de los socialistas, pero después de la caída del muro los pensadores de izquierda se han caracterizado por una notable sequía mental.
El problema sería mayor cuando los partidos socialistas, como consecuencia del fin del orden económico industrialista, comenzaron a declinar en casi todos los países europeos. El vacío que dejaron detrás de sí fue parcialmente llenado por algunos movimientos y partidos nacional-populistas de carácter neofascista cuyo objetivo es fundar sistemas posdemocráticos (Anne Applebaum) como hoy sucede en Polonia, Hungría, Turquía, Rusia, Bielorrusia. En algunos países europeos (España y Portugal), pero sobre todo en América Latina, su equivalencia ha sido la formación de una “nueva izquierda”.
A esa “nueva izquierda” la llamaremos aquí izquierda populista, no porque se defina como populista sino porque para existir no le queda otra alternativa que ser populista.
De acuerdo a autores como Bernd Stegemann, las nuevas izquierdas son conglomerados de movimientos muy diferentes entre sí, casi todos identitarios (nacionalistas, religiosos, de género, ecológicos, etc.) los que en algunos casos practican una unión confederativa con las antiguas izquierdas. ¿Como vincular a todas esas representaciones movimientistas, cada una con una visión excluyente y moralista de la política? No quedaba otra alternativa: mediante un liderazgo que los represente a todos. Pero como eso es imposible en un nivel social, ese liderazgo solo puede ser representado al nivel de lo simbólico e incluso de lo mágico.
Chávez, por ejemplo, tenía para cada uno de los segmentos de su heterogéneo movimiento una palabra diferente. Sin ahondar demasiado, hoy vemos en Perú un gobernante-líder, Pedro Castillo, que concita el apoyo de las identidades raciales (indios) sociales (campesinos) y de intelectuales de la izquierda tradicional pero también de una izquierda identitaria de carácter urbano. ¿Como unir las demandas libertarias (incluyendo las feministas) con el tradicionalismo patriarcal y extremadamente conservador de los campesinos e indios peruanos? No queda otra respuesta: mediante una simbolización radical de la política, vale decir, mediante el levantamiento de un populismo personalista, autoritario y caudillesco, al estilo del que representa informalmente Evo Morales en Bolivia o Lula en Brasil, para nombrar solo dos ejemplos.
De un modo distinto vemos que en Chile podría llegar a presentarse el mismo dilema. ¿Como unir las narcisistas identidades de género y cultura con las sociales, con las raciales, con las ideológicas, con las de los dogmáticos comunistas que provienen del siglo XX, en torno a una sola fuerza de gravedad? (en la expresión de José Joaquín Brunner). Un conglomerado muy potente para hacer oposición a un Gobierno de derecha pero muy impotente para ponerse de acuerdo en torno a un discurso coherente y unificado ¿Deberá convertirse Gabriel Boric en lo que el mismo seguramente no quiere ser, en el primer líder populista de Chile? ¿O surgirá un centro equidistante a las rancias derechas y a las rancias izquierdas? Las peguntas son inquietantes. Pero sobre todo, válidas.
O en Colombia ¿surgirá un centro político que logre evitar la confrontación altamente polarizada entre una izquierda “petrista” que no excluye a radicales violentistas y una derecha populista y autoritaria como es la uribista? En el futuro inmediato tendremos algunas respuestas. Por ahora solo podemos concordar con Gabriel Tortella: es muy difícil saber lo que es ser de izquierda hoy día. Solo sabemos por ahora que ser de izquierda no es ser de derecha. Y eso no es mucho. Es más bien, muy poco.
*Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor polisfmires.