4 de enero 2019
Urge realizar cambios profundos en la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), conformada el 4 de octubre del 2018 en medio del aplauso nacional e internacional y de enormes expectativas. La unidad de las principales fuerzas en resistencia ciudadana ante la dictadura era una necesidad estratégica, porque sin ella se postergaría por más tiempo la victoria sobre la tiranía y sería muy complicado comenzar a organizar el período post dictadura, cuyas realizaciones serán claves para enrumbar o no a Nicaragua hacia la construcción de una verdadera democracia.
Entre el 4 de octubre y el 28 del mismo mes en que la Policía comunica la criminalización de las marchas y de toda protesta contra la dictadura, la UNAB tuvo su única oportunidad de mostrar su músculo de modo masivo, es decir, con el aglutinamiento en ese momento de más de 60 organizaciones, lograr una sinergia para profundizar la lucha, marcar “un ascenso en la resistencia pacífica de la ciudadanía, potenciando nuestras capacidades de planificación, coordinación, organización y ejecución de acciones de protesta (…)”, como ofreció en su Manifiesto constitutivo.
Primero hubo una lenta reacción sobre cómo lograr una real amalgama entre aquel abigarramiento de organizaciones. Unido a este desafío real, fue negativo un protagonismo desmedido de algunos funcionarios(as) –-o sus representantes—que participaron en el diálogo nacional, que con zancadillas pretendían imponerse en las comisiones de trabajo que se iban creando, obstaculizando los esfuerzos para contribuir de otras organizaciones. Más bien hubo un desgaste tratando de organizarse y volverse funcional, sin lograrlo. Para remate, el Cosep, con toda su capacidad organizativa y su poder, se dio el lujo de replegarse de la UNAB como si no tuviera tanto que expiar y aportar.
La estupefacción
Después del 28 de octubre se agrega que la UNAB queda estupefacta y anonadada ante el recrudecimiento de la represión. Nicaragua pasó a vivir con más intensidad la situación de un país ocupado por un ejército invasor y con un Estado de Sitio y Ley Marcial no declarados, ante lo cual había que reinventarse para darle continuidad a la resistencia ciudadana.
Finalizamos el 2018 y no fue posible crear una nueva estrategia que permitiera continuar con la resistencia pacífica de la ciudadanía ante las desatadas políticas de terrorismo de Estado. No hubo nuevos enfoques y metodologías para que, en un contexto diferente, de casi clandestinidad y conspiración, precisar cómo continuar la lucha para seguir presionando a fin de hacer realidad el generalizado clamor popular de “¡Que se vayan!”.
Además, la ciudadanía se acostumbró a protestar de manera acompañada, en grandes multitudes, lo cual quedó vedado en el nuevo escenario que exige el accionar sigiloso y secreto de pequeños grupos aunque sea –lo cual sería muchísimo-- solo para mostrar los colores de la patria en chimbombas, pintas o banderas. Los muros, paredes, postes y piedras del país entero, deberían estar tapizados con la pinta ¡Que se vayan!
Una mentalidad ultraconservadora se apoderó de las estructuras de la Unidad Nacional que sopesaban qué hacer y ante cada propuesta prevalecía el temor y no una mentalidad de cómo salvar los nuevos escollos impuestos por la extrema represión dictatorial, desarrollando una nueva estrategia, y asegurando medidas básicas de seguridad y protección para los participantes en las actividades o acciones que decidiera emprender.
Creer en la ciudadanía
Algunos sectores parecieran no creer en que “¡Solo el pueblo salva al pueblo!” y depositan sus esperanzas en la victoria en las actuaciones del gobierno de los Estados Unidos, o de la OEA, la ONU y la UE; y se olvidan de que no tendría validez ninguna salida al margen de la ciudadanía. El final será cuando, con base a la lucha de la población, confluyan otros factores, locales e internacionales, que iniciarán el desencadenamiento de ese cercano momento peculiar de la historia en que comience a desmoronarse la dictadura.
No se trata de realizar acciones de heroísmo, no más muertos, heridos o secuestrados, pero hay que actuar. Ninguna revolución, ningún estallido social, ninguna insurrección popular, armada o pacífica, le pide permiso a la dictadura para proceder. La protesta no se realiza solo cuando hay condiciones de libertad para ello, sino, y principalmente, cuando la bota autoritaria ha cerrado todos los espacios.
Adicionalmente, si desde la Unidad Nacional no se logra consensuar y llevar a la práctica una estrategia de reactivación de la resistencia pacífica de la ciudadanía, este caldero hirviente taponado por la dictadura estallará de modo incontrolable y hasta con manifestaciones armadas, lo cual hay que impedir a toda costa. La única salida debe ser mediante el diálogo político sostenido por la lucha pacífica de la población.
Las manifestaciones actuales de resistencia ciudadana son pocas y aisladas por la falta de definiciones estratégicas y operativas en condiciones de extrema represión, por lo que la UNAB debe hacer ajustes profundos en su organización interna, en moderar los protagonismos indeseables y en crear condiciones para que verdaderamente la suma de los activos de las 73 organizaciones que la conforman actualmente, genere una capacidad mayor que la de todas ellas.
La Unidad Nacional debe ser cuidada, fortalecida, enriquecida, desarrollada, desplegada y activada al máximo de sus posibilidades porque es un instrumento clave de la lucha popular.