26 de agosto 2020
No es suficiente que las masas populares con sus protestas y demandas se desborden en las calles, no basta con los ríos humanos indignados, no alcanza con las multitudinarias y gigantescas marchas cuestionando el poder, no da la poderosa protesta ciudadana como para cambiar las cosas. Triste conclusión.
¿Qué somos entonces los pueblos? ¿No somos nada ante las maquinarias de poder de varios países coludidos en la defensa de las tiranías? ¿De qué sirve que se levante la mayoría de la población de Venezuela, de Nicaragua y de Bielorrusia si le responderán con la violencia institucional de los ejércitos y policías subordinados a las dictaduras y estas contarán con el apoyo de Rusia, Irán y Cuba?
Cinco tanques petroleros recorrieron casi 2 mil 400 kilómetros transportando más de un millón de barriles de gasolina a Venezuela —uno de los principales países petroleros del mundo con una industria colapsada por el desastre administrativo de Nicolás Maduro—, para apoyar a su gobierno autoritario. EE. UU. los bloqueó e incautó el combustible. ¿Otra vez guerra de ejes o polos?
Los pueblos en lucha quieren libertad, democracia, institucionalidad y respeto a los derechos humanos, pero los países ejes de poder los convierten en vulnerables territorios de sus disputas e inmediatamente estas sociedades en pugna con sus opresores quedan entre las peligrosas patas de los caballos.
Lukashenko amenaza con la represión
Como parte de la llamada “Primavera Árabe” del 2010 al 2012. se levantó gran parte del pueblo sirio contra el dictador Bashar al Ásad y no pasó mucho tiempo para que se internacionalizara el conflicto con la participación de los países árabes más poderosos, Estados Unidos y Rusia. Después derivó en una indescifrable guerra de más de medio centenar de milicias, guerrillas y pequeños ejércitos financiados por las potencias que terminaron por borrar el inicio genuino de la lucha por la libertad. Una década después, continúa la dictadura.
La represión en Bielorrusia ha producido dos muertos y miles de prisioneros en su mayoría ya puestos en libertad, todavía no pasan a la fase de la matanza como ocurrió en Nicaragua, donde el freno policial y paramilitar detuvo las grandes marchas desde septiembre del 2018. El domingo más de 200 mil almas protestaron en las calles de Minsk, la capital, y apresaron a centenares.
Pero el autoritario Lukashenko —en el poder desde julio de 1994— ya se presentó en traje de fatiga color negro, como el de los antimotines de Nicaragua, y alzando enérgicamente con su brazo izquierdo un fusil AK en un claro mensaje al pueblo que protesta. Puso al Ejército en alerta máxima.
En Minsk, la capital, abrieron causa penal contra los siete activistas que acababan de conformar el consejo coordinador de la oposición bielorrusa. Y detrás de todo está Rusia —y el opresivo fantasma de “la vieja y gloriosa patria grande”, la URSS— moviendo todos los hilos para impedir un cambio de gobierno, no importa que la demanda principal no sea la destitución del autoritario presidente Alexander Lukashenko.
La única salida es la resistencia pacífica
Se acabaron los tiempos en que los llamados “patios traseros” eran del dominio único de la potencia más cercana geográficamente, pues como hemos visto ahora EE.UU. le disputa influencia a Rusia en Ucrania y en este momento en Bielorrusia; o Rusia presente en Siria, un territorio influenciado por Washington, y hasta en América Latina, como hemos observado en Venezuela, donde su fuerza militar ahí estacionada frenó una operación norteamericana de desalojo del poder de Maduro.
Nada de esto significa que no hay salida, esto no implica que los pueblos están derrotados, que no pueden hacer nada sin la tutela de una nación poderosa, no es cierto que la ciudadanía no incide en su destino, que no es capaz de remar contra la corriente y de enderezar la historia a su favor.
Frente al mundo cambiante, frente al mundo globalizado, frente a las sociedades de países autoritarios, la respuesta debe ser la misma de siempre, la que los pueblos han usado por miles de años para sacudirse el yugo de sus opresores: la resistencia pacífica ciudadana organizada (en otros casos ha sido violenta, lo que no tiene sentido en nuestro país tras dos guerras dramáticas, sufridas y destructivas que significaron verdaderos cataclismos sociales, familiares y materiales).
Esta es la única salida para Nicaragua en combinación con la presión internacional, y no ese armatoste que han fabricado en el que la carreta está delante de los bueyes, porque qué otra cosa es haber relegado la resistencia popular para priorizar una ilusa vía electoral que jamás aceptarán los Ortega–Murillo porque saben que irremisiblemente perderían en una votación libre, así que harán lo mismo de antes: fraude y más fraude y continuarán en el poder.
Hemos estado perdiendo el tiempo por culpa de ese enfoque electoralista que ha desviado la atención de lo más importante para concentrarse en algo impráctico e irreal.