7 de marzo 2018
Creo que la oposición cayó en la trampa del dilema falso: participar o no participar, y sin haber resuelto el dilema real, ¿qué logra la unidad? Ahora se quedó pegado en ese debate estéril, agudizando su división y complicando el triunfo de cualquiera de las dos estrategias. Sin unidad, motivación, hoja de ruta y capacidad de acción, votar o no votar lleva al mismo resultado: la derrota.
Hay muchas razones para justificar una estrategia abstencionista. La elección no cumple casi ninguna condición democrática; la población no podrá elegir entre los líderes que desea, sino entre los que el gobierno les permite. Además, varios de los partidos políticos están proscritos, el árbitro es sesgado, la fecha de la elección es una manipulación para favorecer a la fuerza dominante y la comunidad internacional desconoce el evento si no se respetan las condiciones competitivas. La pregunta de los pro-abstencionistas a quienes quieren votar es demoledora: ¿por qué participar si el resultado está cantado y eso validará al abusador?
El problema de los abstencionistas, en cambio, es que no son capaces de explicar qué hacer el día siguiente. No queda claro cómo se convertirá la ilegitimidad del líder en un cambio de gobierno ni cómo se mueve de la abstención pasiva a la lucha activa por los derechos democráticos.
La respuesta alternativa viene de los promotores del voto. Proponen ir a una elección aunque sea sesgada y no competitiva, no porque la validen ni crean en quienes la organizan. No se chupan el dedo pensando que les van a dejar ganar. Es obvio que van contra corriente, que esperan que abusen del poder y los roben, pero van porque quieren protestar activándose, no desactivándose. Les interesa que la gente se mueva, vote, se muestre y que luego el adversario se vea obligado a hacer cosas que hagan que la mayoría esté dispuesta a defenderse, y es ahí cuando se crea el “momentum” en el que pueden conducir a un pueblo a defender sus derechos, que es más fácil cuando éstos se están violando que cuando ni siquiera fueron ejercidos. El plebiscito de Pérez Jiménez y la elección de Toledo en Perú son ejemplos de esto. La pregunta de los pro-votos a los abstencionistas es: ¿cuál es la acción posterior a abstenerse?, ¿se moverá la gente de su sofá a la calle para defender un derecho que no ejerció?
Pero el problema de este grupo pro-voto no es menos grave que el del pro-abstención: ¿y quién es el líder capaz de hacer que la gente, frustrada y desanimada, participe masivamente en una elección de este tipo para crear el “momentum”? Y si no los logran mover y terminan con una votación raquítica, ¿qué van a hacer para evitar la legitimización del adversario? ¿Qué van a hacer con la comunidad internacional cuando validen indirectamente una elección que nadie reconoce?
Confieso que ambas propuestas tienen argumentos sólidos (aquí viene la avalancha lineal pensante que es incapaz de entender que dos propuestas alternativas pueden tener elementos lógicos, porque su mundo es blanco o negro, y cuando es gris, lo llaman blanco o negro, aunque sea mentira, para no parecer “indefinidos”), pero las dos adolecen del mismo mal: ninguna es capaz de mover la fibra de la mayoría, de explicar cómo termina su historia, de ofrecer una vía clara y creíble de participación social. La verdad es que no habrá éxito en una votación si no están dispuestos a defender el voto y los derechos cuando se los violen. Y no sirve abstenerse pasivamente si luego no se está dispuesto a actuar y no hay quien organice esa acción. Ninguna de las dos propuestas explica cómo lo hará, y eso las hace débiles de origen. Ojalá ellos sepan algo que yo no logro ver, porque lo que veo dividido… es el barranco.
*Este artículo se publicó primero en ProDavinci