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La trampa de la guerra cultural

Según PEN America, se prohibieron 1648 libros en las escuelas públicas de Estados Unidos entre julio de 2021 y junio de 2022 y el número aumentará

Prohición de de libros en Estados Unidos

Ian Buruma

24 de marzo 2023

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Estados Unidos está prohibiendo libros a un ritmo frenético. Según PEN America, se prohibieron 1648 en las escuelas públicas del país entre julio de 2021 y junio de 2022. Se prevé que la cantidad aumentará este año a medida que las organizaciones y los políticos conservadores intensifiquen sus esfuerzos para censurar obras que se ocupan de la identidad sexual y racial.

Los estados controlados por los republicanos, como Florida y Utah, implementaron medidas enérgicas contra las bibliotecas escolares en los últimos meses, y prohibieron obras que tratan cuestiones raciales, de género y sexuales, como Cómo ser antirracista, de Ibram X. Kendi, y Género Queer: una autobiografía, de Maia Kobabe. En algunas zonas de Florida se indicó a las escuelas que limiten el acceso a los libros sobre raza y diversidad, y se les advirtió que los maestros que compartan «materiales obscenos y pornográficos» con los alumnos podrían ser sentenciados a cinco años de prisión. En Carolina del Sur, el gobernador Henry McMaster señaló al libro de Kobabe —que en 2020 ganó el Premio Alex de Literatura para Jóvenes Adultos de la Asociación de Bibliotecas Estadounidenses— como un ejemplo de «materiales obscenos y pornográficos».

Las prohibiciones actuales de libros son impulsadas principalmente por políticos populistas de derecha y grupos de padres que afirman proteger a las comunidades cristianas sanas y orientadas a la familia de la decadencia del Estados Unidos urbano. Por definición, los libros para niños con personajes LGBTQ+ entran en su definición de pornografía.

Tal vez Ron DeSantis, gobernador de Florida y probable candidato a presidente, sea el principal defensor de la censura estatal y la prohibición de libros modernos. El mes pasado DeSantis y sus aliados de la Cámara de Representantes del Estado presentaron un nuevo proyecto de ley que prohibiría a las universidades e institutos de educación superior apoyar actividades en los campus que «propugnen la retórica de la diversidad, equidad e inclusión, o de la teoría crítica de la raza». La propuesta también busca eliminar a la teoría crítica de la raza, los estudios de género y la discriminación interseccional, así como a toda «derivación, grande o pequeña, de esos sistemas de creencias» del plan académico.


Pero aunque los progresistas de izquierda hacen menos pedidos para prohibir libros, también pueden mostrarse intolerantes frente a la literatura que los ofende: clásicos como Matar a un ruiseñor y las aventuras de Huckleberry Finn fueron quitados de algunas listas de lectura escolares por sus comentarios racistas y porque pueden «marginar» a ciertos lectores.

Ciertamente, la ofensiva de derecha contra la libertad académica es más peligrosa que las alergias literarias de la izquierda. Lo interesante, sin embargo, es cuánto tienen en común la intolerancia de izquierda y la de derecha. Los populistas de derecha como DeSantis tienden a imitar la retórica progresista sobre la «inclusión» y la «sensibilidad» en el aula. Se debe proteger a los alumnos blancos, afirman, del aprendizaje sobre la esclavitud o el papel de la supremacía blanca en la historia estadounidense porque podría disgustarlos y hacerlos sentir culpables.

Los progresistas que quieren impedir que se enseñe Huckleberry Finn en las escuelas o exigen que se eliminen palabras como «gordo» de los libros para niños de Roald Dahl siguen la misma lógica. Ellos tampoco quieren que los niños se sientan ofendidos o «que están de más». Su idea de la educación es similar a la terapia: el objetivo es que los niños se sientan bien consigo mismos, no que aprendan a absorber información y pensar por sí mismos.

La imitación de derecha de la jerga de izquierda se puede entender como una forma de revancha de mala fe. Después de todo, la fuerza que impulsa al puritanismo conservador en EE. UU. siempre fue el fundamentalismo, no la inclusión. Pero el dogmatismo religioso está íntimamente ligado al miedo a ser ofendidos. La controversia posterior a la publicación de Los versos satánicos de Salman Rushdie en 1988 es un claro ejemplo. Además de la fetua del ayatolá Ruhollah Jomeiní pidiendo la muerte del autor, los conservadores cristianos condenaron a Rushdie por burlarse de la religión. Algunos miembros de la izquierda, aun sin pertenecer a religión alguna, criticaron a Rushdie por ofender a millones de musulmanes.

Los puritanos cristianos no se oponen a los libros sobre temas gay solo porque la Biblia prohíbe la homosexualidad, sino también (y tal vez principalmente) porque violan lo que ellos consideran el orden natural. Esto no difiere tanto del sentimiento de los miles de personas que hace poco firmaron una carta de protesta contra la cobertura de cuestiones transgénero en el New York Times. Los firmantes estaban molestos porque algunos artículos suponían que la cuestión del género no se puede resolver de manera científica. Uno de ellos, escrito por la columnista Pamela Paul en defensa de J.K. Rowling, resulta especialmente ofensivo. Rowling no odia a quienes cambiaron de sexo, pero no cree que ser mujer u hombre sea simplemente algo que se elige.

Los progresistas que piden la prohibición de los libros de Harry Potter escritos por Rowling (que también fueron denunciados por los fanáticos de derecha por promover la brujería) no lo hacen completamente por motivos religiosos. Nuevamente, hablan de lugares de trabajo inhóspitos, marginación, insensibilidad, etc., pero a menudo son tan dogmáticos como los creyentes religiosos. Están convencidos de que alguien que nació con genitales masculinos es mujer si él/ella lo afirma. Dudar de esta convicción, como lo hace Rowling, viola su visión de la naturaleza.

Con esto no quiero sugerir que las amenazas de la izquierda al acceso de los estudiantes a los libros sean tan graves como las que provienen de extrema derecha. A diferencia de los partidos de extrema derecha, incluido el partido republicano hoy día, los políticos a la izquierda del centro no suelen pedir que el estado implemente prohibiciones legales. De todas formas, cierta retórica progresista le está otorgando ventajas a la derecha populista.

Desprovisto de una plataforma económica coherente, el Partido Republicano se volcó de lleno a la guerra cultural estadounidense, pero dado que el llamado de los conservadores religiosos y sociales suele captar mucho más el favor de los votantes que las posturas dogmáticas sobre identidades sexuales raciales, esta no parece una guerra que la izquierda vaya a ganar. Los demócratas y otros partidos progresistas del mundo occidental harían bien en centrarse menos en las sensibilidades heridas y más en los intereses económicos y políticos de los votantes.

*Texto original publicado por Project Syndicate.


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Ian Buruma

Ian Buruma

Escritor y editor holandés. Vive y trabaja en los Estados Unidos. Gran parte de su escritura se ha centrado en la cultura de Asia, en particular la de China y el Japón del siglo XX.

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