26 de mayo 2019
La única manera de librarnos de la dictadura orteguista es por la fuerza, pero no por las armas, sino mediante la generalización y masificación de la resistencia pacífica de la ciudadanía. El diálogo por sí mismo, sin respaldo popular, no llevará a la solución de la grave crisis política, social y económica que vivimos, y que peligrosamente se profundiza día a día.
La resistencia pacífica de la ciudadanía incluye todas las formas de protesta, todas las expresiones y manifestaciones de desacuerdo y descontento ante el régimen, toda acción de desobediencia civil, por lo que se puede hacer un listado de cientos de actividades que caben dentro de este concepto de lucha no violenta.
Hay quienes de manera blandengue e irresponsable sostienen “No queremos exponer al pueblo”, para justificar la inactividad y esconder su incapacidad y sus dudas, y con este posición bloquean el accionar popular pues tienen incidencia en organizaciones de lucha contra la tiranía.
Por supuesto que los liderazgos no deben exponer a la ciudadanía, pero no hay lucha que no tenga riesgos, porque precisamente se trata de una confrontación, y en este caso, con un adversario capaz de todo, como lo ha demostrado el orteguismo-murillismo con su matanza, sus delitos de lesa humanidad y toda la tragedia que le están causando a la población.
Esos falsos líderes esperan una situación inodora e incolora, ascéptica, para la lucha, como si eso fuera posible, como si se requiriera el permiso del oponente, de la dictadura, para enfrentarla con firmeza y decisión. La resistencia francesa se manifestó ante la ocupación fascista durante la II Guerra Mundial. No esperó a que los nazis abandonaran suelo francés para expresarse, entonces no habría sido resistencia, sino complacencia con los invasores.
Nicaragua vive en un estado de sitio de hecho con policías anti motines con armas de guerra en las rotondas, calles, parques y mercados de las ciudades, como si fuéramos un país ocupado por un ejército invasor, en una clara demostración de fuerza de una dictadura que está muy aferrada al poder, que no lo quiere soltar, que no escucha el clamor popular ¡Que se vayan!
El despiadado régimen orteguista no ha logrado interiorizar que lo que hubo en abril del 2018 fue un estallido social, un despertar “ronco y sonoro” de todo un pueblo ante la injusticia acumulada, y no un intento de golpe de Estado. No han logrado darse cuenta que las causas del levantamiento popular no solo no han desaparecido, sino que han aumentado exponencialmente por su respuesta genocida a la justa protesta popular. No saben, todavía, que no habrá ni perdón ni olvido.
La ciudadanía ha sido víctima de una represión pocas veces vista en una sociedad, con más de 300 muertos en cien días, miles de heridos y de secuestrados, cientos de desaparecidos y judicializados, más de 60 mil exiliados, entre ellos casi cien periodistas. Y la represión continúa, no ha cesado ni un instante y más bien se ha profundizado con la negación mediante la violencia de los derechos y garantías constitucionales.
A una dictadura represiva, sangrienta, corrupta y nepótica, hay que oponerle la resistencia pacífica ciudadana, expresada en las más diversas acciones y actividades de protesta. No se trata de salir a pecho descubierto, sino de actuar de manera organizada, con altos componentes de planificación y secretismo, adoptando estrictas normas conspirativas.
Pueden hacer maravillas pequeños grupos de tres o cinco personas actuando de manera organizada, con preparación física, claridad de objetivos, medidas de seguridad, conocimiento del terreno, conscientes de las implicaciones de cada actividad a realizar, con planes completos de ejecución, retirada e incluso escapes de emergencia.
La organización de estas pequeñas unidades de resistencia pacífica ante la dictadura y la realización frecuente y masiva, en todo el territorio nacional, de acciones de protesta, denuncia y desobediencia civil, presionaría de manera muy fuerte a la tiranía y la empujaría a aceptar una salida política a la crisis en la mesa de negociaciones. Hay que tomar en cuenta que, por la misma represión del régimen, solo mostrar una bandera en la calle, es algo subversivo, lo que en una sociedad normal sería un juego de niños. Esto es algo a favor de la lucha popular.
Esta es la única manera en que podremos librarnos de una dictadura sangrienta, criminal, que le ha causado un dolor profundo a la sociedad, que no tiene nada que ofrecer, solo más luto y llanto, más ignominia a la ciudadanía. Los Ortega-Murillo deben renunciar, no nos representan por lo menos al 75 por ciento de la ciudadanía que no quiere nada con ellos, solo cuentan con una parte de los empleados públicos, policías y militares que forman parte de su base social fanatizada, atrapada en el discurso del “golpe de Estado fallido” y del “Comandante Zekeda”.
Las sanciones internacionales son complementarias, importantes. Junto a la resistencia pacífica ciudadana, forman la pinza para atenazar al régimen orteguista, estremecerlo hasta sus cimientos debilitados, doblegarlo, y hacerlo renunciar. Y después a trabajar con planes de corto, mediano y largo plazo, con miras al desarrollo y con los mecanismos que garanticen que nunca más habrá dictadura en Nicaragua.