27 de marzo 2023
Muchas gracias Congresistas por prestar atención a lo que ocurre en Nicaragua.
Mi nombre es Juan Sebastián Chamorro, soy activista político y fui precandidato a la presidencia de la República de Nicaragua para las elecciones de noviembre de 2021. El 8 de junio ese año, la Policía Nacional entró con violencia a mi casa y me secuestró, frente a mi esposa e hija, que en los días siguientes, ante el temor por lo ocurrido tuvieron que abandonar el país. Durante mucho tiempo mi familia no supo nada de mí, fue hasta el 30 de agosto que finalmente permitieron que mi hermana me visitara, es decir casi tres meses después de mi captura.
Mientras estuve preso sufrí detención arbitraria, tratos inhumanos, intimidación, interrogatorios constantes y amenazas de castigo si no obedecía las reglas internas de la cárcel. Fui condenado a 13 años de prisión en un juicio amañado en el que no se me permitió defenderme. Luego fui desterrado de mi país y despojado de mi nacionalidad.
Mi historia es la de miles de nicaragüenses que hemos decidido defender la libertad, la justicia y la democracia. Fui preso político durante un año y ocho meses y esos 611 días que pasé en cautiverio sufriendo injusticias, reforzaron mi determinación de luchar por recuperar la libertad y la democracia que ha perdido Nicaragua.
La ausencia de libertad y democracia que enfrenta mi país, es el resultado de la destrucción absoluta del Estado de derecho, demolición que comenzó en 2007, tras el retorno de Daniel Ortega al poder.
Hoy en día, como resultado de este proyecto autoritario en Nicaragua
- No se respetan las leyes
- No hay medios de comunicación independientes
- Todavía hay presos políticos, entre ellos monseñor Rolando Álvarez
- Y las probabilidades de que continúe el sufrimiento para millones de nicaragüenses son muy altas
La represión que enfrenta actualmente la Iglesia Católica de Nicaragua no tiene precedentes en la historia de América Latina. Nicaragua es el único país que rompió relaciones diplomáticas con la Santa Sede en los últimos cien años. Ni siquiera las más brutales dictaduras de América Latina habían tenido la osadía de hacer algo semejante. Como dijo un diplomático recientemente: uno de los principios de la diplomacia Pontificia es permanecer en el país sin importar los riesgos, a menos que la misión sea expulsada. Y eso fue exactamente lo que ocurrió, Ortega expulsó a la misión y metió a Nicaragua en un selecto listado de 14 países que no tienen relaciones diplomáticas con el Vaticano, y el único de la región.
El ataque de Ortega contra la Iglesia Católica se remonta hasta los años ochenta, cuando durante su primer gobierno también encarceló y expulsó a sacerdotes. Un capítulo relevante de esa fase de hostilidades la marcó la embestida contra el Santo Padre, San Juan Pablo Segundo, cuando visitó el país en marzo de 1983. Durante la misa solemne que celebró, los seguidores de Ortega lo interrumpieron con una irrespetuosa protesta.
En la etapa actual, forzar el exilio de monseñor Silvio Báez fue uno de los signos más evidentes del ataque de Ortega a la jerarquía católica. El obispo Báez fue uno de los líderes religiosos que siempre alzó su voz para mantener una defensa firme frente a los abusos, los asesinatos y la violencia con la que Ortega sofocó las protestas cívicas y pacíficas que iniciaron en abril de 2018. Monseñor Álvarez, es otro de los integrantes de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, que también criticó los abusos del régimen; y desde muy temprano en la crisis fue víctima de persecución y acoso policial, hasta que oficializaron su encarcelamiento el 19 de agosto del 2021.
Monseñor Álvarez no fue el único capturado. Junto a él, cuatro sacerdotes, un diacono, dos seminaristas y personal de apoyo de la Diócesis de Matagalpa permanecieron secuestrados durante dos semanas en la curia arzobispal. Luego los trasladaron a la Dirección de Auxilio Judicial, cárcel conocida como nuevo Chipote. Allí, compartimos celdas con ellos y pudimos ver su sufrimiento pero al mismo tiempo sus fortalezas. Fortaleza dada por la fe y los fuertes ideales y principios de su líder espiritual, nuestro pastor Rolando Álvarez.
Pero surge una pregunta, ¿por qué esta guerra contra la Iglesia? La respuesta es simple. Después de encarcelar a los dirigentes de la oposición y reprimir todas las formas de protesta, el dictador tenía que lidiar con la única voz que se mantenía activa en defensa de la libertad, la paz y la dignidad humana. Ortega quiso silenciar la voz de la Iglesia para imponer su mensaje de odio y violencia.
Señor presidente, la violencia de Ortega no es únicamente contra la jerarquía católica, va más allá de los representantes de la Iglesia. Al prohibir las tradicionales procesiones de Semana Santa, Ortega reprime también a millones de nicaragüenses que cada año, durante cada viernes de Cuaresma y cada Viernes Santo, expresan su fe con devoción.
Ortega ha cerrado miles de organizaciones benéficas asociadas a la Iglesia. Con estas cancelaciones arbitrarias, miles o quizás millones de nicaragüenses perdieron el apoyo que estas organismos les brindaban para garantizar su educación, servicios de salud y su bienestar. Esto es inhumano e injusto. Estas son víctimas inocentes que no deberían pagar el precio por la obstinación de una familia de mantenerse en el poder.
Durante mi encarcelamiento, un día le pregunté a uno de los sacerdotes cuál había sido la excusa para encarcelarlo. Me dijo que la Policía lo había capturado por algo que dijo en un sermón. Cuando un sacerdote es encarcelado por este motivo, ¿qué más puede pasar? Desafortunadamente señor presidente, la dictadura de Ortega puede caer aún más bajo, el dictador no conoce límites.
Los nicaragüenses somos un pueblo profundamente religioso y la Iglesia Católica juega un rol fundamental en nuestra sociedad. Considero que al confrontar a la Iglesia, Ortega ha cometido un error descomunal, igual que lo hizo en los ochenta. En esa época, esa fue una de las razones que provocó su derrota en las elecciones de 1990. Ahora, Ortega sigue cometiendo el mismo error, y el ataque a la Iglesia acelerará el final de este régimen.
Señor presidente, los presos políticos pagamos con nuestra libertad el acto de resistencia en contra de la tiranía y la opresión. Pero necesitamos el apoyo de la comunidad internacional en esta lucha de los nicaragüenses, en nuestra lucha por la democracia y la libertad. Es crucial mantener la presión sobre los responsables de los crímenes, las muertes y los abusos. Estoy seguro que la justicia prevalecerá, pero solamente si nos mantenemos como una fuerza unida en la lucha contra la opresión. La comunidad internacional y los Estados Unidos en particular, han tomado tremendas acciones a favor de la liberación de Nicaragua, pero seguimos necesitando de su apoyo en lo que queda de este vieje.
Finalmente, señor presidente, agradezco al Congreso, a la Administración y al pueblo americano por el apoyo que nos han brindado desde que nos subimos a ese avión que nos trajo a Washington. Agradezco los esfuerzos que están realizando para reunificar a nuestras familias y para agilizar los trámites para regularizar nuestra situación migratoria.
Gracias a los Estados Unidos por ese compromiso con la justicia y la libertad. Desde esta ciudad resplandece la luz de la libertad, que ilumina a millones de personas en el mundo que aún sufren por la injusticia y siguen atados a las cadenas de la opresión.
Gracias
*Testimonio ofrecido ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos de Norteamérica, Washington DC el 23 de marzo de 2023