10 de julio 2020
NUEVA YORK – Hace algún tiempo que las críticas más interesantes al presidente estadounidense Donald Trump y al trumpismo vienen de la derecha. Cuando digo derecha, no me refiero a la derecha «alternativa», radical, evangélica o racista, sino a conservadores auténticos que votaron o trabajaron para presidentes republicanos en el pasado.
Estos republicanos del movimiento Nunca Trump incluyen al periodista David Frum y a Peter Wehner (que como Frum, fue redactor de discursos para el presidente George W. Bush), así como a los miembros del Lincoln Project, cuyos punzantes videos causaron la ira del presidente. Habría que incluir además a columnistas conservadores como Ross Douthat o Bret Stephens del New York Times, o Jennifer Rubin del Washington Post, que también han sido sistemáticamente más capaces de alentar el pensamiento crítico sobre el trumpismo que sus colegas más progresistas.
¿A qué se debe esto?
Sobre todo, creo que los conservadores contrarios a Trump son menos propensos a moralizar que las personas de izquierda, y también menos esnobistas. El extremo más liberal del periodismo estadounidense critica todo el tiempo a Trump por sus gustos vulgares, sus rudos modales y su dominio primitivo del idioma inglés. Pero aunque estos aspectos de su personalidad son preocupantes, no son lo más peligroso que hay en él.
Los conservadores, los de verdad, suelen ser tenaces defensores de las instituciones. Al fin y al cabo, quieren conservar. Por eso fueron los primeros en darse cuenta de que Trump no es un conservador, sino un cínico destructor de normas, convenciones y fundamentos. Si tuviera la más mínima convicción (algo dudoso), Trump sería un revolucionario.
La izquierda radical ha sido menos eficaz en sus críticas a Trump porque no ve los peligros exclusivos que plantea. Lo ven en el peor de los casos como el rostro repugnante y grosero de un sistema que de todos modos rechazan, un mero síntoma de algo que anda muy mal en la democracia liberal estadounidense, que siempre estuvo apañada en favor de los ricos, de los blancos y de los varones. Para algunos miembros de la izquierda radical, Joe Biden (casi seguro retador demócrata de Trump en la elección de noviembre) puede ser marginalmente más aceptable, pero no es ninguna solución.
Es posible que en verdad algo ande mal con el capitalismo estadounidense y con la larga historia de racismo y sexismo del país; problemas que, lamentablemente, son endémicos en muchas sociedades, no pocas de las cuales no son ni capitalistas ni democráticas. Y los activistas que intentan reparar estas injusticias son dignos de elogio. Pero el riesgo está en que las importantes cuestiones raciales e identitarias distraigan la atención de los peligros particulares que Trump plantea a la república.
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Los demócratas y liberales típicos son muy conscientes de estos peligros, pero por lo general no son tan buenos propagandistas como la gente de derecha. Puede que tenga algo que ver con la naturaleza misma del liberalismo. Los liberales son por naturaleza contrarios a ideologías y más inclinados al término medio, o al menos a confiar en la razón y en la búsqueda esclarecida del interés propio. Pero tratándose del trumpismo, un argumento bien pensado no es tan eficaz como un golpe bien dado, y mejor aún un golpe bajo.
En general, los conservadores del movimiento Nunca Trump no se parecen al típico liberal conciliador. Algunos están muy ideologizados, por ejemplo, los «neoconservadores», como William Kristol, jefe de gabinete del exvicepresidente Dan Quayle y editor de la desaparecida revista The Weekly Standard (sus protestas contra el populismo de Trump tienen un dejo de hipocresía, ya que Kristol fue el primero en defender a la prototrumpista Sarah Palin como compañera de fórmula de John McCain en 2008).
Una razón por la que neoconservadores como Kristol odian a Trump es la renuencia del actual presidente a usar la fuerza militar para difundir la democracia al estilo estadounidense por el mundo. Kristol, como David Frum y otros, fue un vehemente partidario de la Guerra de Irak. Y como defensor del tipo estadounidense de democracia, ve en Trump una amenaza seria. Esta combinación de convicción conservadora y evangelismo ideológico lo convierte en un duro rival para el trumpismo.
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La cuestión es si la alianza temporal entre los conservadores del movimiento Nunca Trump y los liberales sobrevivirá al actual presidente. La izquierdización del Partido Demócrata, impulsada por aspiraciones generacionales, raciales y sexuales, hace pensar que muchos que votarán por Biden para sacarse de encima a Trump no estarán satisfechos con un «regreso a la normalidad». Lo que buscan no es restaurar el statu quo anterior a Trump. Y Biden parece consciente de ello. Ha dicho que será un presidente transicional (y no solo por la edad).
Es probable que los conservadores resistan una transición al tipo de Estados Unidos que imaginan el senador Bernie Sanders y sus simpatizantes de izquierda. Pero si Biden logra librarnos de Trump, la presión para que avance en la dirección de la socialdemocracia europea (con un sistema nacional de salud pública, tributación progresiva y redistribución de ingresos) será fuerte.
Esto puede romper la alianza anti Trump, lo cual tal vez no esté mal. Al fin y al cabo, a la par de la izquierdización de los demócratas, tal vez los conservadores auténticos puedan rescatar al Partido Republicano de las garras de los fanáticos destructivos. Por supuesto, solo será posible si Trump y los republicanos sufren una derrota aplastante (que tal vez sea el único modo de sacarlo de la Casa Blanca).
Pero puede suceder algo distinto, que sería incluso mejor. Lo que se necesita en Estados Unidos, sobre todo cuando se sientan los efectos de la depresión, es otro New Deal. Franklin D. Roosevelt emprendió el suyo como un pragmático, no como un idealista de izquierda.
FDR no era Bernie Sanders, pero comprendió que el Gobierno tenía que intervenir para salvar al capitalismo. Es posible que los del movimiento Nunca Trump lleguen a la misma conclusión. Esta posibilidad no agradará ni a la izquierda revolucionaria ni a la extrema derecha. Y tal vez ese sea el mejor argumento a su favor.
Ian Buruma es autor de A Tokyo Romance: A Memoir. Copyright: Project Syndicate, 2020.