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La próxima globalización

Los avances en estas tres áreas —teletrabajo, renovables e IA— relacionarán a los países en nuevas redes de interdependencia

Vista de unos participantes en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza. Foto: EFE

Mark Leonard

28 de enero 2023

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¿Está resucitando la globalización? Fue la gran pregunta planteada en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, donde su fundador Klaus Schwab preguntó si es posible tener cooperación en una era de fragmentación.

Durante la última década, el gran tema aquí ha sido la paulatina desaparición del “Hombre de Davos”, el avatar de los negocios globales y el cosmopolitismo, debido a la crisis financiera de 2008, el Brexit, la elección de Donald Trump, el retroceso de la democracia en el mundo, la covid-19 y la guerra de Rusia en Ucrania. Todos factores que se veían como señales de que la globalización había ido demasiado lejos y que tendría que ponerse en reversa.

Pero este año el estado de ánimo ha sido ligeramente más optimista. A pesar de las grandes inquietudes sobre los conflictos y las dificultades económicas, el mundo parece estar un poco mejor de lo que esperaban las elites globales cuando se reunieron por última vez en mayo pasado. Los ucranianos están resistiendo con valentía a los invasores rusos, Occidente está unido, Europa se las ha arreglado para mantener su red eléctrica encendida este invierno y algunos piensan que todavía se podría evitar una recesión.

Es más, bajo estos importantes acontecimientos de corto plazo corre un cambio más profundo hacia una nueva forma de globalización, aunque una bien diferente a la que la precedió. Si bien la globalización de los bienes parece haber legado a su máximo, los servicios se están globalizando cada vez más, debido a la revolución del teletrabajo durante la pandemia.


Además, hay en curso una revolución creciente en el ámbito energético, en parte impulsada por la guerra de Ucrania. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y el canciller alemán Olaf Scholz predicen que la adopción generalizada de energía procedente de fuentes renovables y el hidrógeno será tan significativa como la Revolución Industrial del siglo XIX. Al mismo tiempo, los avances en la inteligencia artificial están abriendo vastas y nuevas posibilidades, al tiempo que crean tensiones sobre los microchips y nuevos temores sobre el aumento del paro y los robots “maliciosos”.

Los avances en estas tres áreas —teletrabajo, renovables e IA— relacionarán a los países en nuevas redes de interdependencia. Como plantea un informe reciente del McKinsey Global Institute, “ninguna región está cerca de ser autosuficiente”.

Pero la reglobalización avizorada en Davos será fundamentalmente distinta a sus versiones previas. En primer lugar, mientras el modelo antiguo giraba en torno a las utilidades corporativas, el nuevo gira alrededor de la seguridad nacional, en todas sus dimensiones. Los países occidentales han presentado la guerra de Ucrania como una defensa del orden liberal basado en reglas contra la agresión unilateral de Rusia (y, por extensión, de China). En consecuencia, están ocupados en desvincularse de Rusia y reformular sus lazos económicos con China. En Davos, la Ministra de Finanzas canadiense Chrystia Freeland fue una de las tantas autoridades que recalcaron la necesidad de “apuntalar a los amigos” (“friend-shoring”).

Pero para muchos fuera de Occidente, Europa y Estados Unidos son tan culpables de perturbar el orden global como Rusia y China, y con enormes secuelas para su propia seguridad y prosperidad. En su perspectiva, Occidente tomó la decisión de convertir la guerra en un conflicto económico (a través del paquete de sanciones más grande y de mayor alcance de la historia), con consecuencias devastadoras para miles de millones de personas.

En la era de oro de Davos, se consideraba el sistema financiero global respaldado en dólares como un bien público global que llevaría la prosperidad a todos los rincones del planeta, pero hoy se lo ve cada vez más como un garrote que Estados Unidos puede utilizar para imponer sus preferencias ideológicas y estratégicas. Las sanciones a Rusia siguen el mismo patrón de las medidas que Occidente utilizó para emprender la “guerra contra el terrorismo” y la lucha contra la proliferación nuclear en Irán y Corea del Norte.

Como lo aprendió el banco francés BNP Paribas en 2014, cuando fue multado con más de ocho mil millones de dólares por violar las sanciones estadounidenses, estas medidas se han convertido en un peso muerto global cuya eficacia depende de la politización directa de sistemas globales que hasta entonces se habían considerado neutrales (en principio, si no en los hechos).

Ahora que se ha dejado salir al genio de la botella, otros actores están politizando el marco global de reglas y normas. Por ejemplo, la Unión Europea considera aplicar a las importaciones un nuevo arancel basado en el carbono, y ya ha tomado medidas para impedir que los datos sobre sus ciudadanos se almacenen más allá de sus fronteras.

Por su parte, Estados Unidos ha redoblado su apuesta, por ejemplo, con la imposición de una amplia prohibición a la venta de tecnologías estratégicamente importantes a China. El resultado no es solo una balcanización del conocimiento. Hoy la totalidad de los países están intensificando sus esfuerzos por protegerse de los riesgos de la interdependencia.

Es posible que otra tendencia que diferenciará la próxima etapa de la globalización tenga todavía más consecuencias. Mientras Gran Bretaña y Estados Unidos fueron, respectivamente, los centros de las primeras dos olas globalizadoras, la que se avecina será multipolar y, por tanto, multiideológica. No solo China ha cerrado su brecha económica con Estados Unidos, sino que lo ha superado como el mayor socio comercial de la mayor parte de los países del mundo. Eso implica un importante cambio en el equilibrio del poder económico.

Esta nueva dinámica sugiere que el mundo se dividirá no solo por nacionalismos, sino por ideas muy diferentes acerca del orden. Los participantes de la reunión de Davos tuvieron una clara ilustración de ello cuando el presidente ucraniano Volodímir Zelensky apareció en una proyección para dar un discurso en el que llamaba al mundo a unirse contra la guerra no provocada de Rusia contra su país. Mientras la mitad del público aplaudía con entusiasmo, la otra mitad parecía impertérrita. Incluso si muchos simpatizan con los ucranianos, temen que el conflicto se esté utilizando para precipitar una segunda Guerra Fría que divida al mundo entre democracias y autocracias.

Eso es lo último que desean la mayoría de los líderes políticos. En conversaciones privadas, los líderes de África, Oriente Medio y América Latina se quejan de que sus países ya sufrieron una pérdida de su soberanía y capacidad de control durante la primera Guerra Fría. Para ellos, no hay mucho que ganar si tienen que escoger bandos una vez más.

Incluso los aliados de Estados Unidos están en contra de tener que escoger. Conversé con un magnate japonés que se siente muy preocupado por la política exterior de China, pero que se opone vehementemente a la desvinculación de esta potencia. Y en su propio discurso en la conferencia, Scholz declaró que el mundo de 2045 sería multipolar, no bipolar.

Puede que, a fin de cuentas, Schwab esté en lo correcto al esperar que haya cooperación en nuestros tiempos de fragmentación. Pero debemos tener muy en cuenta los modos en que la próxima globalización será diferente de la última.


*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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Mark Leonard

Mark Leonard

Autor y politólogo británico. Fundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). Ha publicado: "¿Por qué Europa gobernará el siglo XXI?" (2005), "¿Qué piensa China?" (2008) y "La era sin paz" (2021).

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