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La prensa vive su peor momento

¡El momento ha llegado! ¡Periodistas y encuestadores están obligados a revisar las bases de su trabajo!

Guillermo Rothschuh Villanueva

27 de noviembre 2016

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La prensa… sigue la tendencia y la incrementa

con esa vanidad de creer que contando las cosas

definimos las cosas: que según lo que digamos

que está pasando pasara tal o cual


Martín Caparrós

 

Las elecciones en Estados Unidos, donde resultó triunfador Donald Trump, demostraron que los medios informativos atraviesan su peor momento. No solo evidenció la crisis del establishment político. La utilización de sondeos y el uso big data tienen que revaluarse. La credulidad a ciegas que con segmentar al electorado por edades, raza, escolaridad, profesión, ubicación geográfica, ingresos, bastaban para ganar una elección, sufrió un rotundo revés. Los datos recogidos a través de sondeos y encuestas expresaron sus límites. Tampoco basta que un candidato cuente a su favor con el mayor número de medios. Deben tomarse en consideración otros factores. Las mudanzas radicales introducidas por Internet en los hábitos de consumo informativo y la multiplicidad de ofertas que vehiculiza, resultan más atractivas que las propuestas de los medios informativos. El socavamiento de las preferencias electorales y la volatilidad de los votantes, empezó con la televisión. Las redes sociales las agudizaron y siguen profundizando.

El panorama actual invita un regreso a los clásicos de la política y estudiosos de la comunicación. Las advertencias tempranas de Giovanni Sartori, sobre el nacimiento del homo videns fueron rechazadas casi de manera unánime. En una sociedad profundamente mediatizada como la estadounidense, la televisión terminó por convertirse en su principal agencia socializadora. Su impronta en millones de ciudadanos ha terminado por crear un pensamiento insípido, con saldos catastróficos. La naturaleza de sus narrativas, asentadas esencialmente en la emotividad, la sensualidad lúdica y el ataque nutrido a la racionalidad de parte de numerosos autores de prestigio, han propiciado un clima ajeno al pensamiento crítico. El discurso de la TV “favorece a los estrambóticos, a los excitados, a los exagerados y a los charlatanes… premia y promueve la extravagancia, el absurdo y la insensatez. De este modo refuerza y multiplica al homo insipiens”, ratifica Sartori. Una verdad a la que se ha venido dando las espaldas. Auspicia un pensamiento frágil.

Las afirmaciones anteriores repugnan a muchos analistas, como también les causaron escozor las diatribas de Trump. La reacción de los medios informativos fue la correcta. Su racismo, misoginia, chabacanería y procacidad son intolerables. El candidato republicano rompió lanzas contra todos. Nadie quedó a salvo de su lenguaje soez y despectivo. A medida que se conocían los resultados de los sondeos, Hillary Clinton ocupaba el primer lugar. ¿A qué razones atribuir que sin modificar sus intervenciones, Trump mantuviera una cercanía constante con la candidata demócrata? ¿Cómo era posible que Clinton, teniendo de su lado 229 diarios y 31 semanarios y Trump contando solo con el apoyo 13, continuara imperturbable dando dolores de cabeza a quienes controlan el aparato partidario? ¿Cómo explicar que con menos recursos y poca inversión publicitaria punteara en las encuestas? Las explicaciones del fenómeno Trump llegaron a destiempo. El acto de contrición de la prensa ha sido tardío, no por eso es menos importante.

¿El ascenso de las redes sociales fue definitivo para su victoria? ¿Cuánto incidió Facebook en la decisión de los votantes? Por mucho que quiera Zuckerberg hacerse el desentendido, y afirme que la incidencia de Facebook fue menos de lo que supone —para él se trata más bien de una plataforma y no de un medio de comunicación social— lo cierto es que los registros estadísticos reafirmaron su importancia durante la campaña electoral. La plataforma mediática cuenta con su propio historial. Con esa costumbre arraigada en Estados Unidos de realizar experimentos, Facebook, en alianza con la Universidad de California, puso un botón en 2010 para que la ciudadanía dijese si habían votado en la renovación del senado y cámara de representantes. Además incluyó la posibilidad de incorporar fotografías de seis amigos que ya lo habían hecho. Los investigadores concluyeron que el mensaje había movilizado a 340 mil personas que no pensaban votar. El error consistió en suponer que Facebook no iba incidir como lo hizo en las elecciones de 2016.

Los especialistas desnudaron las decenas de mentiras que poblaron las redes sociales. Para quienes están al frente de los medios informativos, llegó el momento de asumir como suyos, los señalamientos que ha hecho distintos momentos el semiólogo Umberto Eco. No se trata nada más que el balance negativo en cuanto al número de mentiras difundidas por las redes. Sabiendo que los asiduos de estas plataformas son jóvenes, tienen que ir a fondo. La crítica de Eco es certera. Los lectores de medios informativos tienen cierto control sobre la noticia: “Con Internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que hable de complots o que se inventen historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio”. Cuando quedaron al descubierto las mentiras divulgadas por las redes ya era tarde. Los artífices de la campaña de Trump, habían logrado embaucar a millones de personas. Todavía no hay disculpas.

Para enfrentar la adversidad, los medios informativos tienen que asumir como parte de sus políticas informativas y editoriales, una crítica sistemática de las redes. No pueden dejar que las cosas empeoren. Eco cree que “el periodismo podría tener otra función... uno que haga una crítica cotidiana de Internet, y es algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: ‘Mira qué hay en Internet, mira qué cosas falsas se están diciendo, reacciona ante ello, yo te lo muestro’. Y eso se puede hacer tranquilamente. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos –ya que los jóvenes no leen— que además no usan Internet. Habría que hacer, pues, un periódico que se convierta no solo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual. Este es un posible futuro para un buen periodismo”. Por mucho que hayan querido pervertirlo, el periodismo sigue siendo firme abanderado de la democracia. Mientras quienes están al frente de los medios informativos continúen embelesados, copiando burdamente las narrativas de la televisión, peor les irá. No seguir exaltando el infonteiment. Están como están, por hacerle el juego a la TV.

Desde hace más de una década Sartori había cuestionado a los políticos estadounidenses. El italiano había llegado a la conclusión “que los políticos cada vez tienen menos relación con los acontecimientos genuinos y cada vez se relacionan más con acontecimientos mediáticos, es decir, acontecimientos seleccionados por la videovisibilidad y que después son agrandados o distorsionados por las cámaras”. Con los resultados del Brexit en Inglaterra y del No en Colombia, este ha sido un año negro para los encuestadores. No han dado ni una sola vez en blanco. El mea culpa de los medios informativos estadounidenses apunta en esta misma dirección. Engolosinados hasta el delirio con sus políticas informativas y editoriales y su inocultable aborrecimiento de Trump, jamás se percataron que la realidad real y verdadera estaba a años luz de sus narrativas electorales. No pudieron conectarse con las necesidades, apremios y esperanzas de los votantes. Los medios informativos sucumbieron ante las novedades que deparaban los especialistas en encuestas. Hoy elevan al cielo a su autocrítica. Eso no basta. Tienen que cambiar de raíz su mirada.

El descrédito de la prensa estadounidense hace tambalear su fortaleza y sus ondas expansivas estremecen a sus seguidores dispersos por el planeta. Apropiándose de manera indebida de los alcances de la teoría de la Agenda Setting, llegaron a suponer como verdad incontrastable, que los medios han enseñado a la gente cómo pensar y qué deben hacer ante determinadas circunstancias. Olvidaron que el discurso de la realidad es más fuerte que el discurso simbólico. La esencia del periodismo informativo tiene como base el reporteo. Nada puede sustituirlo. Una prédica incansable de Kapuscinski fue jamás despegar los pies del suelo. Evitar hospedarse en hoteles refrigerados, distante, muy distante de los lugares donde ocurren los hechos. Esa preferencia desmesurada por reportear a través del hilo telefónico, hace que el periodista pierda contacto con la realidad. Especialmente cuando ocurren acontecimientos que exigen pulsar a fondo el estado de ánimo de los votantes. Nada puede suplantar el cara a cara con la realidad. Una vez este axioma fue ratificado.

El distanciamiento y la falta de contacto con las personas resultan nocivos. El experto en campañas electorales Dick Morris, confió que parte del éxito de Bill Clinton se debió, entre otras razones, a que había dado la cara y estrechado las manos de los votantes. Trump supo captar el malestar del electorado. Pulsó a fondo sus sentimientos. Exacerbó sus ánimos, atizó sus miedos, agrandó sus temores, señaló como culpables a los políticos del establishment, explotó al máximo la emotividad de una ciudadanía, cuyos sentimientos han sido forjados por la TV. Él era el Mesías. Logró que la palabra posverdad se colara a través de la jerga mediática. Importa más el impacto emotivo de una información menos si esta es falsa o verdadera. Trump cultivó con esmero la emotividad e hizo trizas todos los pronósticos. James Carville, había adelantado a The New Yorker: “No hay campaña. Todos lo que se dedican a esto y les pagan por esto dicen: ‘Dios, imagina que funciona. Nos volveremos inútiles’. Habrá destruido una profesión entera”. ¡Y así fue! ¡El momento ha llegado! ¡Periodistas y encuestadores están obligados a revisar las bases de su trabajo!


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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