Guillermo Rothschuh Villanueva
23 de abril 2017
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Una vez que la prensa estadounidense aceptó someterse a las reglas del cuerpo castrense, los gobernantes tenían el camino despejado.
I
Sin que mediasen cambios sustanciales en su comportamiento como gobernante de la primera potencia del mundo, la prensa estadounidense elogió y se plegó de manera abrupta, a las acciones militares desencadenadas por un presidente comprometido ante sus electores, que no se involucraría en conflictos bélicos. Una mentira más de Donald Trump, en su larga y provechosa cadena de mentiras. Nada más que esta vez su mentira fue aceptada sin remilgos por los medios de comunicación. Desde los ataques a las Torres Gemelas (2001) y la invasión en Irak (2003), la conducta de los medios estadounidenses cambió sustancialmente. Abandonaron valiosos principios. George W. Bush agitó las banderas del patrioterismo. No dejó espacio para la discrepancia. Los medios echaron por la borda muchos de sus postulados y desde entonces no se han animado a recuperarlos.
Las satrapías cometidas por Bush fueron obviadas, buena parte de la prensa ni siquiera chistó cuando los militares impusieron la censura de campo en Irak. No más presencia mediática en los sucesos bélicos. Solo bajo supervisión. El mandato fue evitar que los medios no informaran nada de lo acontecido, si sus despachos no pasaban antes por la criba de los militares. Una herida profunda. Encubrieron su decisión bajo el eufemismo de periodistas incrustados. En términos concretos significaba aceptar la censura previa impuesta por los militares. Todo lo que tenían que informar debía ser visto y aprobado de antemano. Los ingleses se habían adelantado. Durante la guerra de Las Malvinas (1982), fueron los primeros en incrustar a los periodistas. La protesta de los periodistas de la BBC, no implicó que el reclamo resultara exitoso. Más bien se avinieron a la censura.
Una vez que la prensa estadounidense aceptó someterse a las reglas del cuerpo castrense, los gobernantes tenían el camino despejado. El inicio fue con la invasión —con más pena que gloria— en la isla de Grenada, para deponer al Movimiento New Jewel, fundado por Maurice Bishop. El presidente republicano, Ronald Reagan, había aprobado los manuales de guerra: Documentos Santa Fe 1 y 2. La invasión a Grenada fue consecuencia directa de estos postulados. Se trató de una acción terrible. El segundo país más pequeño del hemisferio occidental (344 km2), con una población menor de 100 mil habitantes, fue mancillado por la potencia militar estadounidense. No contentos, magnificaron los hechos. Filmaron la película Heartbreak Ridh, dirigida, producida y protagonizada por Clint Eastwood. ¡Sus excesos todavía no los he podido asimilar!
Lo ocurrido con Noriega, en Panamá, fue una réplica con otros añadidos. La invasión de los Estados Unidos en diciembre de 1989 —a ojos vista del mundo— vino acompañada con la censura previa. Los halcones deseaban continuar acostumbrando a la prensa estadounidense y mundial, someterse a estas decisiones. La libertad de expresión era violentada de manera impune. Pasaban por alto la Primera Enmienda. El pregonero del liberalismo discursivo —atento e inflexible en sus demandas hacia fuera— imponía la censura en casa. ¿En base a qué predicamentos morales exigir a los otros no imponer la censura si ellos mismos lo hacen? Seguramente se sentían con derecho, no solo de invadir Panamá, sino especialmente sustraer de la jurisdicción panameña, al general Manuel Antonio Noriega, antiguo servidor en los cuarteles de la CIA.
Sometida a las presiones de gobernantes y militares, la prensa estadounidense no ha procurado reencausarse. Desde aquella época a esta parte no ha sido la misma. Su canto del cisne fue la cobertura de la Guerra de Viet Nam. Los militares adujeron que guerra se había perdido en casa y responsabilizaron a la televisión por la derrota. La debacle no fue atribuida a la audacia de los vietnamitas y a la estrategia de combate desplegada por el general Vo Ngvuyen Giap. Los actos terroristas ocurridos el 11 de septiembre de 2001 —en el corazón del centro financiero de New York— sirvieron como catalizadores y de pretexto para los militares. Estaban convencidos —ahora más que nunca— que los medios forman parte de las fuerzas contendientes. Sus analistas y teóricos lo han venido pregonando a grandes voces desde los cuarenta del siglo pasado.
II
Sin que el presidente Trump haya reconsiderado su relación con la prensa —al menos no se conocen arreglos bajo la mesa— en vez de oxigenarse, esta magnificó las acciones militares en Siria y Afganistán. Los dueños de medios y periodistas estadounidenses estaban claros, que al ordenar a las tropas disparar contra Siria —contabilizaron 59 Tomahawks— únicamente era una maniobra de distracción. No podían creer otra cosa. La bomba en Afganistán agrandó las expectativas. No habían concluidos los disparos, cuando buena parte de la prensa elogiaba esta determinación. Una vuelta de tuerca que pone en cuestión la autonomía relativa de los medios estadounidenses. La prontitud de su repliegue se parece mucho a la rapidez con que los militares obedecen a su comandante en jefe. Los medios gustosos se cuadraron e hicieron coro al mandatario.
Dos destacados académicos protestaron y develaron las razones por las cuales Trump, ordenó sus ensayos de guerra en Siria. Uno de ellos, Paul Krugman, analista del The New York Times y premio Nobel de Economía (2008), fue contundente en su crítica. Las acciones militares de Trump solo fueron trucos publicitarios y no políticas reales encaminadas a cambiar su posición interna. Los ataques surtieron el efecto calculado. La cobertura mediática ocultó los conflictos caseros que afronta la sociedad estadounidense. Las conclusiones de Krugman son irrebatibles. Ordenarle al ejército estadounidense que dispare unos misiles —expone Krugman— es fácil. Hacerlo de una manera que realmente sirva a los intereses estadounidenses es la parte difícil, y no hemos visto indicios de que Trump y sus asesores hayan resuelto esa parte. Nada más cierto. ¿Lo entenderían los medios?
Ian Buruma, Premio Erasmus, cuestionó a la prensa, mostró su dualidad y falta de tacto. Una sumisión demasiado cara. Atrás quedaban los intentos de Trump de prohibir el ingreso de ciudadanos de seis países, su derrota en la Cámara de Representantes (no logró eliminar el Obamacare), la renuncia del general Michael Flynn, por acuerdos sospechosos con los rusos, sus tuits virulentos y su incoherencia política. Todo pasó al olvido en los predios de The New York Times, The Wall Street Journal, The Washington Post, etc., etc. Brian Williams, conductor de MSNBC —en su euforia— describió como hermoso el espectáculo que brindaban las imágenes de los misiles. The New York Times se justificó: oponerse al presidente en sus ataques al exterior, no solo era inmoral, sino también antipatriótico. Buruma, exclamó con sorna: La dimensión moral de Trump se ha recuperado.
Prueba evidente que quién cambió fue la prensa, ha sido la reciente orden ejecutiva de no otorgar visa en los próximos 220 días, a inmigrantes altamente cualificados. ¿Estados Unidos, país de migrantes, dejará de serlo? Trump insistió además en su exigencia de comprar productos estadounidenses; reiteró las acusaciones contra China, de expoliar a Estados Unidos. Estas decisiones revelan su doble juego político. El viaje a Chinta del Secretario de Estado, Rex Tillerson, ¿en qué clave debe leerse? La dualidad del presidente permite saber de qué lado verdaderamente se ubica. ¿Cuándo es realmente sincero? ¿Cuándo habla para su base electoral o cuándo trata de ganarse el favor de los medios? El verdadero y genuino Trump es el xenófobo, racista, misógino, tuitero, etc. Los ataques militares aplacaron a los duros y fue un guiño con el que se ganó a la prensa.
¿Cómo pudieron dar crédito a Trump, cuando dijo no sería partícipe en nuevos juegos de guerra? Estados Unidos ocupa el primer lugar como potencia militar. Su condición hegemónica de ahí deriva en gran parte. ¿Cuánto afectará este viraje la credibilidad de los medios? ¿Será que ante la imposibilidad de lidiar con el presidente, los dos operativos militares les proporcionaron la justificación requerida para acercarse al mandatario? Ante el ataque a Siria, Krugman piensa que la reacción de medios y expertos, demuestran que no han aprendido de los fracasos pasados. La prensa encubrió acciones dirigidas —Trump está urgido— para tratar de mejorar su posicionamiento interno. La caída en sus índices de aprobación ha sido estrepitosa. La prensa efectuó un giro indebido. Convirtió a la guerra en factor de unidad. ¿Y los desaguisados de Trump? ¿Esa es historia antigua?
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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