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La política exterior de Milei y la “Doctrina Discépolo”

Una curiosa ironía la pretensión de reinsertarse en un mundo que ya no existe, y pelearse a cada paso con el mundo que sí existe

El presidente de Argentina, Javier Milei. Foto: EFE | Confidencial

Fabián Bosoer

17 de julio 2024

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La “reinserción argentina en el mundo” es un propósito declamado como un mantra por casi todos los gobiernos argentinos al comenzar sus gestiones. Un supuesto por cierto alegórico que remite a una escena mítica original: hubo un tiempo en el que la Argentina “estuvo en el mundo” y fue expulsada -o se salió – de ese paraíso terrenal, producto de las malas políticas y yerros de los gobiernos que se sucedieron. Hasta que llegaron a darse cuenta, y por ello se proponen, ahora mismo, virar drásticamente el rumbo para volver a él.

Lo hemos escuchado a lo largo de décadas, en una y en otra dirección. ¿Fue hace 20, 30 o 80 o 90 años? El presidente Javier Milei llevó mucho más atrás la línea de tiempo y con ello elevó la magnitud de su ambición actual: hace cien años, dice, que “nos quedamos fuera del mundo”. Y algo de razón tiene, siempre aclarando a qué “mundo” se refiere: la crisis de la esfera de influencia británica y del modelo agroexportador que le permitió a la Argentina una exitosa inserción en el mundo, con crecimiento sostenido, instituciones políticas republicanas y progreso social, a partir de los años 30 del siglo XX, habría dejado a la Argentina “a la intemperie”.

El modelo de autarquía y sustitución de importaciones del peronismo (1946-1955) terminaría frustrándose, abriendo paso a un ciclo pendular de infructuosos intentos de “reinserción en el mundo” que se correspondería, a su vez, con la inestabilidad institucional y la crisis de legitimidad de nuestro régimen político. La Argentina, se escribirá entonces, se había convertido en un “paria internacional”. La erraticidad de la política exterior, las relaciones triangulares con terceros países como gestos de acercamiento -o de distanciamiento- con las potencias dominantes y las diplomacias paralelas o dobles carriles de vinculación serían corolarios de estas fluctuaciones en el comportamiento internacional de la Argentina que tuvieron su máxima expresión en la derrota de Malvinas, en 1982, que terminó con la última dictadura militar y desembocó en la recuperación de la democracia.

Algunos de estos patrones de conducta persistieron y persisten hasta nuestros días. Como la introyección de la política internacional en los desacuerdos de la política nacional y la proyección de la política partidaria doméstica a la política exterior del país. Comportamientos y gestos que contrastan con la contribución de la diplomacia argentina a la paz, la seguridad y el derecho internacional, la participación destacada en los organismos multilaterales y la identificación con los principios de no intervención, no injerencia, autodeterminación, ayuda humanitaria, resolución pacífica de los conflictos y defensa de los derechos humanos.


Los gobernantes argentinos que salen a explicarle al mundo lo equivocados que estuvieron sus antecesores no parecen darse cuenta de la incredulidad que despiertan en sus interlocutores. Sobre todo cuando se les señala que ellos mismos han vivido equivocados, como se encarga de hacerlo el presidente Milei cada vez que sale del país. Nueve giras internacionales en seis meses –ninguna a vecinos de la región– ponen a Milei al tope del listado de presidentes que más viajaron, desde el retorno de la democracia en diciembre de 1983. A la cantidad se le suma el objetivo de los viajes, ya que además de su notoria preferencia por los Estados Unidos se destaca que varios de ellos tuvieron que ver con inquietudes personales o con la recepción de premios de distintas instituciones y think tanks, practicamente sin encuentros de Estado y con un ya extenso listado de altercados con otros gobernantes que derivaron en conflictos diplomáticos bilaterales: México, Colombia, España, Brasil y Bolivia.

La nutrida agenda de viajes de Milei al exterior durante los primeros seis meses de gobierno se cerró en junio con la asistencia a la cumbre del G7 en Bari, Italia y a la Cumbre Global por la Paz en Ucrania, realizada en Suiza, con la presencia de un centenar de mandatarios, en la que el presidente argentino manifestó su total apoyo al presidente ucraniano Volodimir Zelenski. Milei subrayó allí: “Esto es parte del gran giro que estamos dando como país luego de décadas de darle la espalda al mundo”. Días más tarde viajó nuevamente a España y luego a Alemania y República Checa, para recibir distinciones por su militancia libertaria. En Praga, manifestó además la intención de buscar que la Argentina se transforme en “un socio global de la OTAN”.

De tal modo, en sus primeros seis meses de gestión, el gobierno de Milei expone la vigencia y persistencia de aquellas “tendencias profundas” de la política exterior argentina  y sus corolarios -sobreactuación, erraticidad, unilateralidad, pendularidad-, moviéndose entre el pragmatismo y la ideología, con la fuerte impronta de un estilo personal caracterizado por sus rasgos de excentricidad. Una curiosa ironía la pretensión de reinsertarse en un mundo que ya no existe, y pelearse a cada paso con el mundo que sí existe y del que formamos parte, un mundo complejo e interdependiente que si algo debería esperar de sus líderes es prudencia, inteligencia, ecuanimidad y ductilidad, capacidad de despertar confianza. El presidente Milei parece seguir más en la línea que escribiera Enrique Santos Discépolo en aquellos otros años ’20, en aquel célebre tango cantado por Carlos Gardel, “verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa: yira, yira…”.

*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21

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Fabián Bosoer

Fabián Bosoer

Periodista y politólogo argentino. Máster en Relaciones Internacionales. Editor jefe de la sección Opinión del diario argentino “Clarín”. Experiencia profesional en el ámbito académico e institucional como docente, investigador, consultor y analista.

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