20 de febrero 2023
No es algo que yo quería hacer, es algo que me vi obligada a hacer para preservar mi libertad.
No es lo mismo querer y desear algo, que verte obligado a hacerlo. En el transcurso de mi activismo y participación en distintas plataformas y organizaciones, he conocido varios países, pero en ninguno he deseado vivir más que en mi bella Nicaragua. Y muchos me han preguntado: ¿por qué no te quedaste en Estados Unidos cuando tuviste la oportunidad? Entonces les digo: “yo tengo un compromiso personal, social y político con Nicaragua”. No era el momento para exiliarme.
El desplazamiento forzado es un fenómeno del cual he sido testigo desde que se dio el estallido social en abril de 2018 en Nicaragua, centenares de miles de nicaragüenses huyendo del horror de una dictadura brutalmente sanguinaria, represiva, asesina y despiadada. Miles de ciudadanos nicaragüenses obligados a abandonar a sus familias, cargando una gran mochila con muchos sentimientos, recuerdos y sueños, una mochila que pesa tanto, sobre todo, cuando te invade el sentimiento de soledad y llega a tu mente la palabra “migrante”, y peor aún, cuando se experimenta la xenofobia de algunas personas que te ven como un ladrón de oportunidades dentro de sus países.
De Nicaragua han partido 604 485 nicaragüenses, entre 2018 y 2022. Jamás espere ser testigo de este éxodo masivo de compatriotas, de quienes me puedo imaginar la angustia de sus familiares, quienes quedan con la pena en sus hogares, aguardando la fe de que sus seres queridos lleguen con bien a sus destinos, que no sean extorsionados o secuestrados por carteles, quienes aprovechan la situación de los migrantes para cobrar grandes sumas de dinero en dólares, para poder pasar en lo que ellos declaran es “su territorio”, y rogándole a Dios encontrar una oportunidad de empleo en el lugar de destino, para poder cubrir la deuda del préstamo del viaje realizado.
Recuerdo cuando escribí un correo electrónico a mi papá, el 5 de marzo de 2020, unas semanas antes de la tragedia mundial de la covid-19, diciéndole que me iría al exilio, para intentar sanar las heridas que aun llevo abiertas de esa horrorosa experiencia de haber sido secuestrada, luego encarcelada y acusada de una serie de delitos que nunca cometí, buscando una mejor oportunidad para mi futuro, y él me dijo:
Y ahora, desde el exilio, vienen a mi mente sus palabras y me doy cuenta que tenía razón en lo que me decía, en la respuesta de su correo. Siento que me han desgarrado por dentro el alma y el corazón, que me han arrebatado una parte esencial y muy importante de mi vida, han querido aislar las moléculas del átomo que me componen como toda una pinolera: me han acusado de ya no ser más nicaragüense, porque no me lo merezco. Siento como, a veces, la mochila pesa más que nunca, sobre todo al ver las imágenes de los que aun están secuestrados, como mi amigo Edder Muñoz, excarcelado y recapturado, y otros presos por asuntos políticos desde 2014: los de la masacre del municipio “Las Calabazas”, quienes ya llevan nueve años sin libertad. Esos rostros masacrados, entre tristezas y alegrías, me recuerdan cuando yo fui una de ellos, una presa política.
Los 222 desterrados esta semana, experimentan la angustia de lo que será sus nuevas vidas en el exilio, angustia que ya muchos, como yo, hemos experimentado e intentamos superar porque, sí o sí, debemos sobrevivir y adaptarnos a nuevos sistemas, nuevas reglas y costumbres de las que en muchos casos, como el mío, cuesta bastante apropiarse, y seguir con nuestras vidas, al mismo tiempo llevando a cabo esta lucha entre condenas y denuncias contra la dictadura orteguista.
Desde el exilio en ciudad de Guatemala, donde me encuentro en proceso de solicitud de refugio, experimento el tránsito de muchos nicaragüenses que hacen estación por esta ciudad, en su pasó hacia su nuevo destino: los Estados Unidos de Norteamérica, buscando una mejor oportunidad de vida para ellos y sus familiares, sentir el peso de esa mochila al abrazarlos, y la nostalgia que me genera cuando veo sus ojos llorosos pero llenos de fuerza y muchas esperanzas, de querer salir adelante y ser mejores, me hace sentirme más resistente. Con algunos he compartido en mi casa de habitación y nos hemos desahogado platicando sobre las terribles situaciones de todos los escenarios que se viven en Nicaragua, y a otros simplemente me los encuentro de casualidad en la estación de bus que viajan hacia el norte de Guatemala, con la frontera de México.
Comparto esta hermosa fotografía como recuerdo de un encuentro inesperado con jóvenes nicaragüenses que se encontraban en la estación de bus a finales de noviembre de 2022, que sueñan con trabajar y vivir una vida sana y tranquila, pero que no la pueden hacer en nuestro país porque no hay condiciones ni oportunidades. Muchos jóvenes, como ellos, viajan a la buena de Dios porque no van pagando coyote por falta de dinero, y tampoco tienen apoyo de nadie para aplicar al parole humanitario, impuesto por el Gobierno de Estados Unidos, a inicios de enero 2023.
El desplazamiento forzado es algo que nos marca para toda la vida, personas como yo anhelamos algún día volver a Nicaragua, tierra que tanto amamos, y retomar nuestras vidas con nuestras familias, mientras tanto queda poner en práctica la resiliencia y la displicencia, en lo que vamos empujando la salida del dictador y toda su mafia, y pongamos como prioridad el tema de la justicia para los asesinados y sus familias; de paso, creando propuestas de un nuevo tejido social en aras de cultivar democracia en todos los rincones de nuestro suelo pinolero, y no se nos asome el sentimiento de resentimiento social para que no se vuelva a repetir esta tragedia que ha sido como una terrible pesadilla.
*Este artículo es dedicado a todas las juventudes que con el dolor de su alma se han visto obligados por desplazamiento forzado a abandonar su país, y vivir el amor de sus seres queridos a distancia.