4 de agosto 2017
Una de las principales banderas de propaganda del gobierno es el crecimiento económico en Nicaragua. Voceros y paniaguados del orteguismo se llenan la boca con sus pregones sobre la presunta gestión exitosa del régimen. Sin entrar a discutir hasta dónde las autoridades económicas estiran, encogen o esconden datos, como lo aseveran algunos expertos, ciertamente, la economía nicaragüense, desde hace más de veinte años registra tasas de crecimiento que promedian el 4% anual. Y ese es un hecho positivo. Sin embargo, si la cifra estadística se enfoca de manera aislada, no es más que eso: un guarismo de alcance nominal.
Un crecimiento económico, para ser sano y fecundo, al menos debe surtir los siguientes efectos: generar empleo estable y de calidad, elevar los salarios e ingresos de la población y aumentar las utilidades y la capacidad de inversión del tejido empresarial. Si esos resultados se logran es lógico esperar que mejoren los niveles de bienestar de la población y el progreso general del país.
Veamos pues, con cifras, que hay detrás de la patraña del crecimiento económico.
Comencemos por el empleo. Los datos del banco central revelan que en el 2006 el 65% de la población ocupada laboraba en la economía informal. De acuerdo al último dato que publicó la misma institución sobre este tema la cifra se había elevado al 80%.
¿Qué tan sano puede ser un crecimiento económico que en lugar de generar empleo formal lanza a la gente a la economía informal?
En cuanto al subempleo, en el 2006 la cifra ascendía al 33%. El último dato publicado por el Banco Central mostraba que el subempleo afecta al 50% de la población ocupada. ¿Qué es subempleo? Es la población que por causas ajenas a su voluntad trabaja un día sí, y un día no, una mañana sí, una tarde no; es decir, no goza de empleo estable o su salario no alcanza siquiera el salario mínimo.
¿Qué tan sano puede ser un crecimiento económico que en lugar de generar empleo pleno más bien provoca una elevación del subempleo?
Por razones inexplicadas el Banco Central dejó de publicar los datos relativos a la economía informal y al subempleo. Posiblemente piensan que la solución es esconder el problema.
Los paniaguados intentan encubrir esta realidad apelando al crecimiento de los afiliados en el INSS. Pero cuando se escarban esas cifras nos encontramos con la siguiente realidad: los nuevos afiliados a la seguridad social son principalmente trabajadoras domésticas, empleados del estado y afiliados al seguro facultativo. Esas nuevas afiliaciones no son atribuibles al crecimiento económico. Hay un dato más grave: uno de cada tres afiliados al INSS cotiza menos de seis meses al año. En otras palabras, la afiliación al INSS disfraza un subempleo indecoroso.
El segundo impacto potencial de un crecimiento económico sano es mejorar los ingresos de los asalariados. ¿Qué nos encontramos? Que los salarios reales de los trabajadores muestran una tendencia declinante, precisamente a partir de la llegada de Ortega al gobierno. Esa tendencia por ahora está contenida, pero no a causa de mejoras salariales sino a la disminución de los precios internacionales del petróleo y de los alimentos. Utilizando el lenguaje de los economistas, obedecen a “factores exógenos”.
Por otro lado, cuando nos enfocamos en los sectores medios las cifras oficiales indican que los ingresos de técnicos y profesionales se encogieron un diez por ciento, bajo el gobierno de Ortega, y para aquellos profesionales que desempeñan cargos de dirección la contracción fue salvaje: sus ingresos reales se redujeron en 25%. Ya que estas cifras son sorprendentes invito a quien tenga dudas a revisar las estadísticas del Banco Central.
Pasemos ahora al sector empresarial. En una economía de mercado es legítimo y conveniente que las empresas obtengan utilidades pues la rentabilidad de los negocios posibilita que los empresarios dispongan de recursos para invertir, incorporar nuevas tecnologías, ampliar sus plantas, abrir nuevas líneas de producción y por ende, crear más oportunidades de empleo.
¿Qué ha ocurrido con las empresas? Según un estudio publicado por el COSEP, el 70% de las empresas pequeñas y medianas reportan que sus ingresos han permanecido estancados o han disminuido, a pesar del crecimiento económico.
¿Qué crecimiento económico es ese que en lugar de elevar las utilidades de las empresas más bien las conduce al estancamiento?
La explicación es la siguiente: el mismo estudio del COSEP revela que el 70% de las empresas grandes reportan que sus ingresos aumentaron, o levemente, o significativamente. Es decir, los beneficios los concentran las grandes empresas.
¿A qué obedecen estas realidades?
Si las empresas funcionan pagando el combustible más caro de la región, las tarifas eléctricas más elevadas y las tasas de interés bancario más onerosas de Centroamérica, y si además sufren el impacto de la competencia desleal y de la corrupción en un capitalismo de compadres y amigotes, que favorece únicamente a los allegados y aliados del régimen, es natural que la mayoría de los empresarios que juegan limpio no se beneficien del crecimiento económico en Nicaragua.
La realidad es que los beneficios del crecimiento económico en Nicaragua se concentran de manera obscena en la minoría que está en el negocio del petróleo, de la energía, los banqueros y empresas ligadas a las corruptelas del régimen.
(Por supuesto, hay que separar de aquí a los empresarios que juegan limpio y que por sus su posicionamiento empresarial obtienen elevados márgenes de rentabilidad).
¿Conclusión?
Subempleo, empleos precarios, reducción de ingresos reales y estancamiento en la mayoría de las empresas es lo que se esconde detrás de la patraña del crecimiento económico. A la par, opulencia y enriquecimiento desmesurado para la minoría sentada en la acera de enfrente.