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La pandemia: ¿Una oportunidad para cambiar?

El coronavirus covid-19, al final de cuentas, está sacando de su zona de confort al mundo y a todo mundo

Nadine Lacayo

16 de marzo 2020

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El CV19, con un costo de mortalidad que, hasta hoy, es infinitamente intrascendente si se compara con la población humana del planeta y con los muertos en las grandes guerras, en las grandes masacres y en las enormes oleadas migratorias, al final de cuentas está sacando de su zona de confort al mundo y a todo mundo. En particular esta desordenando y paralizando el esquema económico del mundo, su modelo estructural y el funcionamiento en torno al cual danzamos todos, la sociedad, en fila india según cada región del mundo, pero como los zompopitos que somos todos, cargando nuestro alimento, que ya sabemos es arrancado del planeta, de este desde fluye el petróleo y que ya hemos destrozado.

Hemos estado acostumbrados a la bulla alegre de las terminales aéreas ahora colapsadas, a la relativa estabilidad de las bolsas de valores, a las dinámicas de los mercados y su voracidad, a observar impávidos los grandes monstruos comerciales ahora llorando por sus pérdidas colosales, a la forma de trabajo o de ingresos o medio ingreso de la gente que, aunque hartos unos y asfixiados de miseria otros, la mayoría echamos de menos hoy que aparece esta amenaza y nos cambia el ritmo del baile. Extrañamos la “normalidad” que siempre ha sido anormal y comenzamos, con gran alarma y miedo,  a levantarnos adormilados del cómodo sillón para correr.

Ya no nos espantábamos —ni creo que ahora— al constatar por la TV o por las redes el vertiginoso avance de la tecnología con versiones más sofisticadas de robots creados para cualquier tarea frívola casi día de por medio, ni de la inteligencia artificial que a mí me da vértigo al ser creada hasta para erigir ruidos electrónicos y convertirlos en hermosa música que compite con la de Frank Liszt. Ya no nos espantamos cuando las noticias nos avisan que la vacuna contra el diminuto bicho en cuestión, tardará como mínimo uno o dos año en descubrirse, mientras un nuevo y sofisticado IPhone aparece todo los días. Pero eso no nos afecta, ni las guerras lejanas, ni las catástrofes remotas. Pero esto sí, —me refiero a la pandemia—, de una u otra forma nos afecta a cada uno. Aunque, debo decir, que como buena ciudadana que soy  nacida en los tiempos de utopías, sigo con ridículas esperanzas sobre cambios que salven a la humanidad y a la Tierra que es lo mismo, y por esto es que deseo que el mundo sea otro mundo, después de esta pánico planetario que estamos viviendo.

Ojalá que sepamos hacer una buena lectura de esta otra trágica experiencia de la historia (como lo es también la historia total), y comprendamos de una vez por todas cuán vulnerable, ciega y banal es la humanidad consigo misma. No voy a elucubrar idioteces como que si China o USA soltó al bicho del CV19 porque de nada sirve. Pero no niego que me gusta esta parte de lo que está ocurriendo porque nos mata y esto nos da miedo y el miedo mueve, aunque reconocer esto no es nada nuevo, ya que —con sangre o sin ella— nos vivimos matando a diario desde el principio de los tiempos, aunque lo hacemos con más espectacularidad desde que matamos la razón con el fascismo, el socialismo real y el capitalismo.


Esta posibilidad de la muerte nos hace levantarnos del acostumbrado sillón y, obligadamente nos ubica en una calidad nueva de aislamiento (soledad colectiva se le puede llamar) dándonos la oportunidad de movilizarnos, movernos, y tal vez con este nuevo ritmo nos ponga a pensar, a reflexionar sobre cómo le hacemos para vivir de una forma diferente y salvarnos sosteniblemente que es salvar el planeta. Pero esta complicado lograr ese deseo o nuestro deseo. No queremos aceptar que vamos al abismo o no queremos saberlo y quizás, luego que pase la pandemia seguiremos como antes, volvamos al sillón que extrañamos y continuemos sofisticándonos y enredándonos en la madeja de la autodestrucción. Sí, quizá siga siendo tarde como lo dijo hace más de dos siglos el pesador Schopenhauer: “No hay  ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”. Pasará esto, y vendrá otra catástrofe y otra, hasta que ¡plof¡ se apague el pasatiempo del mundo, caiga el veneno sobre las filas de los zompopitos que somos y se cierre el telón, sin que se enciendan más luces.

Digo esto que es amargo y negro, porque a pesar de mi época de sueños, ahora les confieso que cada día creo menos, y menos en las “certezas” sustentadas en incautas esperanzas. No creo que aprovechemos esta oportunidad para cambiar, para que el mundo al fin mueva el trasero y busque otro rumbo. A la humanidad nos fascina el sofá en que estamos sentados y ya no queremos reflexionar, pensar, detenernos bajo el árbol y ver caer la manzana, alzar la mirada y observar más de allá de nuestras narices. En el fondo nos susurramos que es mejor la "vidita" cotidiana detrás de la cual nos escondemos del horror que nos rodea y con lo que tratamos de evadir el abismo en que estamos —sin misericordia— cayendo.  

Todo esto que digo no tiene nada que ver con arreglar la casa, nuestra provincia. Esta república bananera desgobernada o medio gobernada por el oscurantismo, la ineptitud, la barbarie. Al estilo de Mary Condo, debemos seguir —contra viento y marea— poniendo cada cosa en su lugar aquí en Nicaragua, porque los vientos nos favorecen, ya sabemos todos dónde queremos ir.


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Nadine Lacayo

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