28 de marzo 2017
La definición de la OEA como “ministerio de colonias de los Estados Unidos” no fue, ni podía ser, producto de un arrebato del dinámico canciller cubano Raúl Roa, sino una convicción nacida de su experiencia de lucha contra las intrigas dentro de ese organismo en perjuicio de la soberanía de su país. Roa, el canciller de la dignidad, bien pudo parafrasear con todo acierto y derecho lo que opinó su paisano, el héroe José Martí, sobre el sistema político de Estados Unidos, que ahora y desde 1948 opera como el patrón de la OEA: “viví en el seno del monstruo, y conozco sus entrañas”. Y cómo conoció y de qué manera Roa combatió dentro de las entrañas del organismo colonial cada una de las promociones contra Cuba –incluso la expulsión— tratando de liquidar su revolución. En esa tarea, la OEA no ha conseguido su propósito, y tras varios años de fracasos, terminó invitándola a regresar a su seno, recibiendo un digno y rotundo no.
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Son hechos de una historia de la OEA que aún no acaba, y ahora se encuentra estancada en su capítulo anti venezolano, mientras su capataz uruguayo se mueve entre las amenazas de intervención contra Venezuela y las palaciegas negociaciones con Daniel Ortega en Nicaragua, buscando apaciguar a la oposición para propiciar la continuidad en su gobierno. Razones para explicar esta contradicción sobran, pero no hay ninguna que les parezca convincente a quienes andan buscando refugio en la cueva de Roberto Rivas, con su argumento de que ahora sí van a derrotar a Daniel, porque las próximas elecciones municipales serán observadas por la OEA. Es el colmo de la desvergüenza, pues fingen olvidar que la OEA observó las elecciones municipales del 2008, y las generales del 2011, sin más novedad que el Frente orteguista… se tomara otras “victorias”. ¿Alguien ignora cuál fue el resultado de los informes críticos de los observadores de la OEA sobre esas elecciones?
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Aparte de la naturaleza, el origen y el compromiso de la OEA con la política exterior de los Estados Unidos, y pensando ingenuamente en que sus observadores vinieran con la sana inocencia de niños recién nacidos, ¿cuántos observa dores serían los necesarios para que pudieran observar en todas las estructuras de una maquinaria electoral forjada para el fraude y al gusto de Ortega durante más de diez años? Sigamos suponiendo que la OEA quisiera contratar la cantidad de observadores que creyera necesarios, ¿tendría los recursos en su presupuesto –o extra presupuesto— para ello? Actualmente, la OEA se lamenta de no tener los suficientes fondos para mover normalmente a su burocracia, pues ya no le bastan los 84.9 millones de dólares que recibe anualmente.
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Los soñadores creyentes de esta institución, se habrán preguntado, ¿cuál de sus 35 países miembros aporta más a su presupuesto anual? ¿Necesito decirlo? No, porque al que no lo sabe le resulta fácil imaginarlo. De esos 84.9 millones de dólares, 50 millones de dólares los entrega el gobierno gringo, y salen de los impuestos del pueblo estadounidenses, más los impuestos de los emigrantes. El país que le sigue es Canadá con 9 millones de dólares, y los otros 63 millones y pico los aportan los otros 33 miembros con un promedio de poco más de dos millones de dólares cada uno. De ello resulta un doble inconveniente: uno, que por muy poco que aporten esos 33 miembros se lo quitan, por lo menos, a la salud y la educación de nuestros pueblos; y dos, que el gobierno que más paga la fiesta de la OEA es el mismo que decide sobre la música que debe bailar.
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Claro, que siendo Estados Unidos el patrón de la OEA, es lógico que oriente sus decisiones, porque eso funciona como las potencias coloniales han sabido hacer funcionar su condición respecto a sus colonias: les secuestra sus soberanías, les extraen de sus tierras todo lo que pueden y procuran abaratar su inversión en la operatividad de su obediente burocracia. De esto último le nace el problema que tiene la OEA, porque mientras su burocracia quiere más, Donald Trump amenaza con disminuir su aporte, igual que a todas las agencias del gobierno estadounidense, incluso a una de las más efectivas en sus labores, como lo es la Usaid. Es difícil que Almagro logre superar esas limitaciones para pagar observadores, cuando la oficina de su secretaría general ya no le alcanza para su burocracia con los 2.7 millones de dólares anuales que recibe.
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Si los opositores que esperan el milagro de la OEA no perdieran el tiempo tratando de averiguar los “misteriosos” vacíos electorales en los acuerdos entre Ortega y Almagro, tal vez les quedaría tiempo para darse cuenta de que el único vacío que ellos tienen en sus agendas políticas es el del pueblo como actor de sus actividades. Ese es el vacío que les convendría llenar, si en verdad quisieran que el gobierno respetara el derecho del pueblo a tener elecciones libres, dirigidas por un organismo electoral donde el partido de Ortega no ejerza funciones de juez y parte, ni mediaran “vacíos” ni acuerdos misteriosos –que violan nuestra institucionalidad— entre el gobierno y una de las agencias estadounidenses, como la OEA.
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Pero ese viraje no se vislumbra en ellos, menos cuando desde un sector de la oposición que se supone más progresista, hay ideólogos que rebuscan argumentaciones justificadoras del capitalismo mediatizado, y apoyan la lucha de la OEA por la restauración neoliberal, y el retorno de gobiernos de la derecha en donde ha sido derrotada su “democracia indivisible”. Según esos ideólogos, las sociedades capitalistas deben seguir monopolizando el concepto de la democracia, sin permitir otro concepto ni otra práctica de democracia. Pero resulta que si la democracia –su democracia— fuera ciertamente “indivisible”, significaría la continuidad sin fin de sociedades con la concentración de la riqueza en manos del sector minoritario y de las condiciones de pobreza para el sector mayoritario. ¡Les resultó un pregón fatalista sobre la eternidad de la injusta distribución de la riqueza!
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¿Acaso no ha sido esa la característica de la “democracia indivisible”? Aparte de ser un viejo engendro teórico con nuevo lenguaje, el argumento de la “democracia indivisible” encuentra una contradicción insalvable con nuestra realidad, porque al mismo tiempo que esos ideólogos definen al régimen de Ortega como “socialismo del siglo XXI –sistema que no ha existido en ninguna parte, sino como simple consigna política—, hace una total omisión de que aquí prevalece una estructura social y económica capitalista, una distribución de la riqueza desigual y una concentración de la riqueza y la pobreza “indivisibles” entre los dos polos opuestos de la sociedad. Si esto no fuera cierto, ¿por qué los capitalistas hacen causa común con la política económica de Ortega, y este a su vez, apoya sus programas económicos en las cámaras capitalistas existentes en el país?
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Todo lo que en Nicaragua funciona bajo la arbitraria voluntad política de Ortega, no niega los rasgos propios de la “democracia indivisible”. ¿No dicen esos mismos ideólogos que “Daniel y Somoza son la misma cosa”? Si algo ellos tuvieron en común, es que ambos se enriquecieron explotando los rasgos negativos muy particulares de la “democracia indivisible”. Y muchos opositores igual coinciden con Somoza, en cuanto a que adversan y critican a los gobiernos que impulsan los cambios sociales, políticos y económicos, más la unidad de América Latina frente a la política estadounidense de subordinación económica y política, con el pretexto de que no practican la democracia tradicional, la “indivisible”. Por eso están apoyando la restauración conservadora y neoliberal que ya se produjo en Brasil y Argentina, y la impulsan contra otros países del Sur.
Ruperta y Ruperto:
--Yo, que creí que el licenciado Luis Ángel Montenegro se había jubilado, Rupertó, sufrí un gran susto cuando de pronto apareció leyendo un informe sobre las “actividades” de la Contraloría General de la República…
--Pues yo no me asusté por la súbita reaparición de don Luis, Rupertá, sino porque estaba convencido de que… ¡la Contraloría ya estaba muerta!
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