Logo de Confidencial Digital

PUBLICIDAD 1M

PUBLICIDAD 4D

PUBLICIDAD 5D

La nueva política “imperfecta” de EE. UU. en Nicaragua

Lo que describe Feinberg es un acuerdo de convivencia obligada entre la población y el régimen dictatorial luego del fraude electoral de Ortega

Fernando Bárcenas

25 de febrero 2021

AA
Share

Confidencial publicó el 15 de febrero un artículo de Richard Feinberg, profesor de economía política internacional en la Escuela de Política y Estrategia Global de la Universidad de California, titulado “El uso de las sanciones en la política exterior de EE. UU: las elecciones de Nicaragua en 2021”, en el cual aborda, sin escrúpulos, lo que sería la actual política norteamericana para Nicaragua bajo la dictadura orteguista, de acuerdo a los intereses norteamericanos. No es una pieza de diplomacia ni mucho menos. Al contrario, Feinberg expresa, diríamos con cinismo descarnado, el pragmatismo grosero del pensamiento político norteamericano que no muestra empatía alguna respecto a la lucha actual del pueblo nicaragüense por su libertad.

Una lucha del pueblo difícil de ver como tal por el momento, si no se comprende la metamorfosis oculta que experimentan las sociedades en la historia, y si uno observa únicamente en superficie, como en este caso, los abatimientos inútiles de la oposición tradicional carente de disciplina, dispersa porque cada aspirante a político lleva su propia agenda personal, ya que ninguno tiene en su haber militancia partidaria.

La lucha del pueblo, bajo una represión bestial, se expresa en su fase incipiente como una avalancha mal contenida, que obliga a la dictadura a estar en guardia, sin pestañear, armada hasta los dientes. Las luchas asimétricas tienen por esencia que su estrategia consiste en contraponer la inmensa voluntad popular al poderío militar reaccionario, antinacional. A esta característica combativa masiva, fundamentalmente política, progresista, que resquebraja al Estado opresivo, Robert Taber le llamó la guerra de la pulga. Ortega, a pesar que la población asediada policialmente por ahora no se toma las calles, ve al enemigo, sin embargo, en cada escuela, en cada universidad, en cada ciudad, en cada caserío, barrio, cuadra, casa. Es decir, Ortega sabe que el enorme descontento popular ha tomado por asalto su mente. Y, visto que desconoce el arte político de la negociación, no encuentra salida, limitándose a dar zarpazos terribles que hacen más perentorio su final. Parece un hombre entrampado.

La metamorfosis en curso, con la prolongación y el agravarse de la crisis, conduce hacia una situación revolucionaria. La cultura, la filosofía prepara los grandes debates entre futuros dirigentes de las masas en rebelión, por ahora desconocidos, sobre el cambio radical de la sociedad en crisis.


La libertad del pueblo nicaragüense no es un objetivo norteamericano. El artículo de Feinberg trata, en el fondo, de la molestia que la crisis en Nicaragua representa para EEUU, que ve con disgusto la inestabilidad del país en una zona considerada como su patio trasero, pero, sin la menor importancia para los intereses norteamericanos. Aquí no hay petróleo, gas natural, carbón, tierras raras, piedras preciosas o metales nobles. Su única preocupación consiste, entonces, en que el conflicto, para ellos insignificante, entre la nación y la dictadura, no genere un flujo migratorio de exilados políticos.

En consecuencia, la política imperfecta que describe Feinberg consiste en forzar, luego del evidente fraude electoral de Ortega, un acuerdo de convivencia obligada entre la población y el régimen dictatorial.

Lo bueno del cinismo profesoral de Feinberg es que pone a la orden del día, para los nicaragüenses, desprenderse de las ilusiones sobre el rol democratizante norteamericano que la oposición tradicional electorera fomenta como guía estratégica con gran convicción, aunque, como vemos, sin verdadero asidero en la realidad.

Feinberg alaba el montaje antidemocrático que hizo Ortega del Estado absolutista:

Ortega construyó una amplia coalición nacional, incluyendo a otros partidos políticos, a las principales organizaciones del sector empresarial y a la Iglesia Católica. Eventualmente, Ortega se extralimitó: el régimen Sandinista redujo el gasto público hasta llegar a imponer medidas de austeridad poco populares. El resultado fue una insurrección popular masiva en abril del 2018. La respuesta del gobierno de Estados Unidos, a base de sanciones, hasta ahora no ha tenido éxito. Tenemos un Ortega cada vez más autoritario que se mantiene firme en el poder”.

La versión nostálgica de Feinberg hace creer que la crisis sea consecuencia única de las medidas de austeridad exigidas por el BID y el FMI en 2018. Para él, Ortega iba bien.

En realidad, Ortega aplastó la vida política con el cogobierno empresarial desde 2007. Creó un Estado dictatorial absolutista a marchas forzadas a partir del primer día en el poder. Las instituciones del Estado pasaron a ser orteguistas a inicios del gobierno de Ortega (ya a finales de enero de 2007 –menos de veinte días de la toma de posesión- la papelería oficial del Estado llevaba slogans y símbolos orteguistas sicodélicos al puesto de símbolos patrios, y en las instituciones del Estado ondeaba la bandera sandinista, como en terreno partidario, luego, se obligó a cada empleado público a adherir como militante al orteguismo). Al fin, en 2018, Ortega provocó una masacre porque subestimó el hartazgo del pueblo al abuso dictatorial, recurrió a crímenes de lesa humanidad contra el pueblo sublevado que demandaba libertad. En consecuencia, Ortega no se mantiene firme en el poder, como dice Feinberg superficialmente, al contrario, enfrenta una crisis múltiple que no logra resolver con un régimen cada vez más policíaco e inviable.

He aquí el compromiso imperfecto, que propone Feinberg:

Ortega cedería a las presiones internacionales (por reformas electorales), esquivando deliberadamente conceder aquellas condiciones electorales que asegurarían su derrota. Ante un compromiso imperfecto, algunos (opositores) podrán abogar por un boicot (electoral), otros líderes de oposición tomarán la oportunidad (electoral fraudulenta) de presentar su posición ante el público nicaragüense, y ganar al menos algunas cuotas de poder en la Asamblea. Si Ortega llegase a exigir un paracaídas dorado (impunidad), la comunidad internacional y los nicaragüenses tendrán que decidir hasta dónde mantener los principios de rendición de cuentas o garantizar (preferiblemente) una transición del poder que sea calma y sin conflictos”.

Si Ortega esquiva las condiciones electorales conforme estándares internacionales (que asegurarían su derrota electoral), significa que reprimirá, fraudulentamente, la voluntad de la soberanía nacional. Ortega se burlaría de todos, con la complicidad internacional. Un compromiso “imperfecto” es un eufemismo bobo de Feinberg para ocultar un pacto sinvergüenza de EEUU con Ortega que avalaría el fraude electoral en función de intereses norteamericanos, no de intereses nacionales.

Feinberg promueve que los nicaragüenses claudiquen sus principios bajo la guía de la comunidad internacional.

Las cúpulas de la oposición tradicional se llaman a sí mismas líderes para actuar con independencia del pueblo, en propio interés (como ha ocurrido tradicionalmente). Ganar cuotas de poder (insignificantes e inútiles en la asamblea legislativa orteguista) es darle a Ortega apariencia de legalidad a cambio de privilegios exclusivamente personales. Es lo que el pueblo llama con desprecio zancudismo.

Un paracaídas dorado significa darle impunidad a Ortega, sin que haya transición. Es decir, Feinberg piensa en una victoria estratégica para Ortega, cocinada por EEUU en los pasillos de la comunidad internacional.

Para Feinberg, la presión de la política norteamericana, luego de la farsa electoral, debe dirigirse contra la población:

La política estadounidense también puede ver más allá de las elecciones del 2021 para urgir a los nicaragüenses a que negocien una forma de vivir juntos después de las elecciones. Ningún gobierno futuro será exitoso sin algo de cooperación de la oposición. Si Ortega se mantuviese en el poder, necesitará que la empresa privada invierta. Un nuevo contrato social podría disminuir los temores de que los ganadores aplasten a los perdedores”.

La interpretación de los cambios posibles más allá de las elecciones de 2021, depende de la perspectiva estratégica, de la línea de acción. Los intereses norteamericanos ven con interés una derrota del pueblo para que viva, no junto, sino, temerosamente resignado bajo la dictadura después de las elecciones fraudulentas. Y, en esa circunstancia, EEUU pasaría a doblarle el brazo al pueblo, y no más a Ortega.

Habría que ver si el pueblo comprende entonces que su estrategia deberá enfrentar, además del fraude orteguista, también, a la política norteamericana esbozada por Feinberg, para conformar por su cuenta una nación libre de dictadura y de imposiciones.

Un poder dictatorial no se debilita mínimamente con cambios constitucionales, sino, con un cambio significativo en la correlación de fuerzas producto de enfrentamientos. Lo más tonto es suponer que un nuevo contrato social pueda garantizar que la dictadura criminal, absolutista y corrupta, no aplastaría al pueblo cotidianamente para ejercer con impunidad sus abusos.

Feinberg, con lógica retorcida, piensa que, si las sanciones contra Ortega son ineficaces, interrumpir dichas sanciones pueda producir resultados, aunque imperfectos:

El gobierno estadounidense puede relajar las sanciones para alcanzar resultados sub óptimos. El gobierno estadounidense puede aceptar arreglos mediante los cuales nicaragüenses que le disgustan sigan siendo parte del panorama político del país. Pero mi corazonada es que la mayoría de los nicaragüenses, conocedores como son de su propia historia política, estarán más que contentos de vivir con soluciones imperfectas”.

Feinberg disparatadamente habla de resultados sub óptimos (porque debajo de lo óptimo cabe cualquier cosa, como la resignación ante la opresión). Obviamente, una solución imperfecta se refiere al fracaso de las expectativas libertarias del pueblo nicaragüense ante la dictadura orteguista.

Una solución imperfecta, es un objetivo contrario al rigor de la ciencia. Los cartógrafos del imperio -relata Borges en un cuento sumamente breve- llevaron la perfección cartográfica a elaborar un mapa del tamaño del imperio. La solución imperfecta de Feinberg pretende, en sentido contrario, que nuestro país se encoja en extremo, contrahecho y minúsculo, hasta convivir con el capricho dominante de una familia.

Lo que interesa a los nicaragüenses no es qué gobierno sub óptimo aceptan los norteamericanos en Nicaragua, sino, qué gobierno aceptan los nicaragüenses en su país, como objetivo de su lucha.

La mayoría de nicaragüenses, por conocer que su trágica historia por más de un siglo es resultado de la influencia negativa de Norteamérica, se contenta sólo con un cambio radical histórico, progresivo, independiente, de modo, que no sea posible otra dictadura criminal y corrupta como la actual.

El pueblo conoce su historia, pero, Feinberg no conoce al pueblo, y lo confunde con la oposición tradicional creyendo que le gusta perder.

*El autor es ingeniero eléctrico.

PUBLICIDAD 3M


Tu aporte es anónimo y seguro.

Apóyanos para que podamos seguir haciendo periodismo independiente en el exilio. Tu contribución económica garantiza que todas las personas tengan acceso gratuito a nuestras publicaciones.



Fernando Bárcenas

Fernando Bárcenas

PUBLICIDAD 3D