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La negociación del "aterrizaje suave"

Después del baño de sangre, “la salida de la pareja presidencial es requisito sine qua non para restablecer algún nivel de armonía cívica”

Después del baño de sangre

Richard Feinberg

10 de noviembre 2018

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Los componentes principales de un acuerdo negociado para resolver sin más baño de sangre la crisis de Nicaragua son identificables de inmediato. Estos responderían a las principales demandas de la oposición para revertir la regresión democrática, enfocándose inicialmente en reformas al sistema electoral. Pero un acuerdo viable también tendría que responder a las principales preocupaciones de Ortega-Murillo y el FSLN, cuyo apoyo electoral, aunque ciertamente erosionado, sigue siendo sustancial. El camino hacia adelante puede combinar:

  • Un acuerdo con Ortega-Murillo que asegure su eventual salida del Gobierno. Muchos en la oposición prefieren fuertemente su renuncia temprana, previa a las elecciones (y su exilio temporal en refugios como Panamá o Cuba). Alternativamente, la pareja se mantendría en el poder hasta las elecciones, pero accede a no postularse a la reelección. Cualquiera de estas dos opciones estaría combinada con garantías para la pareja, sus familiares y asociados más cercanos de conservar sus bienes acumulados, e inmunidad ante enjuiciamiento nacional o internacional.
  • Ante la eventualidad de una renuncia temprana y siguiendo los procedimientos constitucionales, el reemplazo de Ortega-Murillo por una figura nacional ampliamente respetada, durante una breve transición.
  • Reformas de las instituciones electorales (posiblemente requiriendo un 50% de los votos, o una segunda ronda en elecciones presidenciales) y reformas de la Corte Suprema de Justicia, convirtiéndolas en instituciones más imparciales y creíbles; así como condiciones creíbles para la observación electoral tanto por observadores nacionales como internacionales.
  • Adelantar las elecciones presidenciales, del calendario original de noviembre 2021 a 2020, permitiendo tiempo para reformar los mecanismos electorales y para que la oposición pueda organizarse como fuerza política y prepararse para hacer campaña.
  • Limpiar la contaminada Policía Nacional y desmovilizar a los paramilitares.
  • Establecer una Comisión Nacional de Verdad y Justicia, bajo reglas apropiadas para la Nicaragua de hoy.

Daniel Ortega saluda al jefe de la Policía de Masaya, Ramón Avellán, el 13 de julio de 2018. Presidencia | Confidencial

Más tarde, durante la transición, otros asuntos complejos requerirían atención. Cómo comenzar a separar la burocracia estatal del partido FSLN; elecciones libres y justas para la Asamblea Nacional y para las autoridades municipales; y quizás un asunto más crítico aún, un compromiso del liderazgo del FSLN de no tratar de repetir las debilitantes experiencias de los 90, cuando el FSLN al mando de Ortega “gobernó desde abajo”, ejecutando huelgas constantes y otras tácticas desestabilizadoras. Al mismo tiempo, la comunidad internacional y la oposición tendrán que aceptar que el FSLN, muy probablemente, seguirá siendo una fuerza política potente y legítima, y que la seguridad y las libertades públicas de sus miembros deberán garantizarse.

Además, un amplio acuerdo sobre un plan económico de reconstrucción, contingente en un arreglo político, contribuiría a una rápida recuperación económica. Las instituciones multilaterales de crédito (IFIS) proveerían recursos financieros y técnicos esenciales. Estas instituciones podrían continuar con la asistencia a proyectos, sumando un apoyo indispensable a la balanza de pagos, para restablecer la estabilidad financiera y la confianza en los negocios.

Para llegar a estos acuerdos, todas las partes tendrán que hacer gala de un realismo frecuentemente ausente en los cálculos nicaragüenses. Temprano durante la insurrección, la oposición malogró el abortado Diálogo Nacional, e ignoró la resiliencia del FSLN. Hoy, Ortega-Murillo aparentemente subestiman la profundidad y la resistencia de las fuerzas opositoras, así como el grado al cual su gobernanza ha generado anticuerpos, especialmente entre la juventud. La oposición tendría que ofrecer un paquete de garrotes y zanahorias que incentiven al FSLN a cumplir.

Daniel Ortega visita la delegación policial de Masaya en un intento de conmemorar el Repliegue. La ciudad le cerró las puertas. Presidencia | Confidencial


Más importante aún, Ortega-Murillo, habiéndose acostumbrado a un poder sin contrapesos, deben asumir que su propio futuro, el de sus familiares y allegados, estaría mejor asegurado por un acuerdo con concesiones. Si el desorden civil continúa, y la economía se erosiona aún más, es muy probable que la base política del FSLN culpe al Gobierno por su zozobra, quizás incentivando a Ortega-Murillo a optar por una salida sosegada. Alternativamente, el colapso económico podría crear presiones para que las fuerzas de seguridad empujen a todas las partes a negociar.

La profunda desconfianza entre los actores políticos en Nicaragua, exacerbada por los traumas actuales, está inserta en una larga historia de conflictos internos y traiciones. Por lo tanto, la negociación e implementación de estos acuerdos muy probablemente requerirá de una significativa presencia internacional. En el momento apropiado, los Estados Unidos o una combinación de gobiernos actuando bajo la OEA o la ONU, podrían enviar una misión de alto nivel para motivar una reunión de actores influyentes (conociendo la experiencia histórica el éxito está lejos de ser seguro). Más aún, la OEA, Naciones Unidas y la Unión Europea tienen experiencia como garantes externos, incluyendo su rol en décadas recientes en Nicaragua. Entre sus tareas estaría el escrutinio a la Policía y la desmovilización de los paramilitares, y la reconstrucción de un sistema electoral eficiente e imparcial.

Este escenario de “aterrizaje pacífico” considera que Ortega-Murillo, en el balance, se han convertido en fuerzas desestabilizadoras, cuya remoción es condición sine qua non para el progreso político (ver recuadro 1). Se necesita construir un reconocimiento nacional de “culpa colectiva”, para que todos los actores puedan reexaminar sus estilos políticos y buscar reformas a las instituciones e incentivos, para escapar de otra tanda de discordia civil y autodestrucción (ver recuadro 2).

El costo del fracaso sería trágicamente alto. La economía ya está cayendo en picada, y ante la falta de un arreglo político, el desempleo podría elevarse empujando a más disturbios sociales y criminalidad. El Gobierno podría verse tentado a incrementar su represión, y moverse en contra de la oposición política y las élites económicas. El flujo de nicaragüenses al exterior seguiría aumentando, exacerbando la crisis de refugiados, ya aparente en Costa Rica, y las caravanas de migrantes del Triángulo Norte, avanzando hacia México y la frontera sur de EE.UU. Como ocurrió en 1978-1979, los exiliados viviendo en países vecinos podrían tratar de montar una resistencia armada, repitiendo el perturbador ciclo de represión violenta y respuesta. La espiral destructiva también es una posibilidad concreta. Esperemos que las cabezas frías prevalezcan.


RECUADRO 1:

¿Es Ortega un factor de estabilidad o inestabilidad?

Estabilidad 

  • Décadas de experiencia en el Gobierno: profundo tejido social a través de todas las ramas de Gobierno.
  • Control jerárquico del FSLN: por mucho, el partido político más grande y mejor organizado.
  • Lealtad de las fuerzas de seguridad: durante más de once años en el poder, Daniel Ortega ha fortalecido sus lazos con oficiales de alto rango, concediéndoles acceso a bienes comerciales. Desde la insurrección de abril, su involucramiento activo en el conflicto ha cimentado la cohesión institucional en la Policía, y ha plantado el miedo a las represalias, si la oposición llegara al poder. No hay señales visibles de fractura dentro de la jerarquía militar.
  • Eficacia antinarcóticos. Bajo Ortega, las fuerzas de seguridad han trabajado efectivamente en limitar la penetración de organizaciones criminales internacionales (OCI), cooperando activamente con las agencias antinarcóticos de EE.UU.
  • El riesgo de lo desconocido: la remoción de Ortega-Murillo podría dar paso a un período de inestabilidad y potencialmente más disturbios civiles. La oposición es una coalición demasiado amplia y de reciente creación, que podría dividirse bajo el peso de la responsabilidad gubernamental.

Inestabilidad

  • La falsa promesa de la estabilidad autocrática: bajo un régimen autocrático, las encuestas de opinión e incluso las elecciones, pueden no registrar los verdaderos sentimientos de la población. El repentino e inesperado levantamiento de abril reveló amplia molestia latente hacia la pareja presidencial y su estilo de mando. La relación de trabajo que Ortega había establecido con el sector privado y la Iglesia católica ha colapsado.
  • Ortega ya no es un interlocutor confiable después de muchos años de maniobras astutas, lealtades oscilantes y promesas rotas. Más aún, el baño de sangre posinsurrección, dejando centenares de muertos y miles de heridos, ha generado un nivel desestabilizante de polarización extrema. La salida de la pareja presidencial es requisito sine qua non para restablecer algún nivel de armonía cívica.
  • La debacle política ha saboteado la economía y ha socavado la confianza de los inversionistas. El incremento del desempleo ha generado migración al exterior, y amenaza con crear más disturbios sociales. Los ataques retóricos de Ortega en contra de las principales asociaciones de empresarios, y su orientación hacia la “economía del pueblo” centrada en la microempresa, no es reconfortante. La recuperación económica no es posible sin un acuerdo político.
  • Regionalmente, la consolidación del régimen autocrático en Nicaragua puede enviar un mensaje equivocado a través de la ya atribulada Centroamérica. También sugeriría que el supuesto actor hegemónico regional, EE.UU., no tiene voluntad, o no es capaz de sostener a las democracias liberales, ni siquiera en pequeños estados cercanos. Más aún, esto sería interpretado como un desarrollo prometedor por el Gobierno Chavista en Venezuela y sus aliados en La Habana.

RECUADRO 2:

La culpa colectiva

Cuando un gobernante autoritario triunfa al pervertir una democracia liberal, aunque sea naciente, muchos otros individuos, partidos, o instituciones, apropiadamente ponderan su propia complicidad. En el caso de Nicaragua, la culpa colectiva es ampliamente compartida:

  • El liderazgo original sandinista, que inicialmente elevó a Ortega a la presidencia en los 80, falló al no percibir su verdadero carácter e intenciones. Con el tiempo, muchos sandinistas incómodos con Ortega salieron de la estructura para seguir sus propias carreras o intereses familiares.
  • Mientras Ortega avanzaba sus ambiciones políticas 24 horas al día, 7 días a la semana, construyendo una base fuerte en el FSLN, otros políticos solo hacían campaña en los fines de semana.
  • Los políticos de oposición repetidamente negociaron con Ortega para avanzar sus agendas personales inmediatas, pero engrandeciendo la cuota de poder de Ortega. El ejemplo más notable es el pacto del año 2000 entre Ortega y el expresidente y líder del Partido Liberal, Arnoldo Alemán. Dándole prioridad a sus ambiciones personales, las disputas entre los políticos de oposición impidieron unirse detrás de un solo liderazgo, permitiendo que Ortega y el FSLN ganaran por pluralidades y eventualmente por mayoría de votos.
  • Muchos generales, jueces y otros funcionarios se contaminaron al aceptar incentivos económicos de Ortega-Murillo.
  • El liderazgo de la Iglesia católica, a cambio de la postura antiaborto del régimen y de la boda eclesiástica de Ortega-Murillo, se alineó durante el ocaso del cardenal Miguel Obando y Bravo.
  • Aupado por casi tres décadas de recuperación económica y expansión, el sector privado había ganado fuerza financiera y organizativa, así como considerable autonomía del Estado. Sin embargo, complacido con las políticas macroeconómicas ortodoxas y el crecimiento estable a cambio de acceso al poder y favores, muchos ejecutivos corporativos fueron complacientes ante la hegemonía de Ortega sobre la esfera política.

Mirando hacia adelante, muchos jóvenes nicaragüenses rechazan la cultura política tradicional de clientelismo y sumisión a la autoridad. Mejor educados, más globalizados, y más conectados a través de las tecnologías de la información que sus mayores, ellos están determinados a hacer algo mejor.

Richard Feinberg. Archivo | Confidencial

*Fragmento del ensayo “Nicaragua: Revolution and restoration”, publicado en The Brookings Institution. (Traducción no oficial, publicado con autorización de Brookings). Richard Feinberg es académico e investigador, ha mantenido estrecho contacto con Nicaragua en los últimos quince años, exfuncionario del Departamento de Estado y del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos.


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