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La necesidad de la belleza

No se puede vivir sin ella. Hay que exigirla. Está hasta en las ideas matemáticas. Busquémosla con la desesperación de los fugitivos

Árboles de la vida en Managua. Para muchos un símbolo de belleza en la capital, para otros un despilfarro de dinero y una excentricidad. Carlos Herrera | Confidencial.

Fco. Javier SANCHO MAS

18 de diciembre 2016

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El diccionario no está en lo cierto. Al definir la belleza, la relaciona con la perfección de la forma. Cualquiera que la experimente sabe que no es necesariamente la perfección lo que atesora la cualidad de belleza, sino más bien la sintonía con una aspiración, un recuerdo, un anhelo interior en eso que se ve afuera. Puede ser un atardecer en la Mezquita azul de Estambul, una visita a la Iglesia del Mar en Barcelona, una música de Bach, o una bailarina haciendo un requiebro o una figura imposible. Puede serlo todo, como una montaña, o unas gotas de agua tristes cayendo por un cristal y que Cortázar les escriba una historia.

El psiquiatra Víctor Frankl (autor de El hombre en busca de sentido) sobrevivió a los campos de concentración nazi, aunque perdió en ellos a su esposa y padres. Sin embargo allí redescubrió que la fortaleza interior del hombre le aumenta la sensibilidad por la belleza, aunque ni siquiera se le vea. Como aquella vez en que un compañero de barracón avisó a los otros para que contemplaran un atardecer más allá de las alambradas. Entonces, hubo uno que exclamó: “¡Qué bello podría ser el mundo!” Frankl comentó después que si alguien hubiera visto a esos hombres extasiados frente a un atardecer, no dirían que estaban a punto de perder la vida.

Se trata de eso. De la esperanza. La belleza existe porque recuerda la libertad inmensa e interior del ser humano. No es un capricho de formas, es un diálogo hacia adentro. Por eso los países donde se restringen las libertades se vuelven tan feos.

Verán. Uno puede pasarse la vida oliendo a aguas fecales, mirando láminas de cinc oxidadas, basura por todas partes, ese color café recalentado del barro, la piel sucia, los harapos, las fiestas de colores tan vivos como muertos, artificios, plástico y más plástico. Uno puede pasarse días enteros sin mirar nada hermoso. Noches sin atender la luna o las estrellas, meses sin sentir algo parecido al amor o una caricia, o simplemente contemplar el infinito cansancio de los caballos a punto de morir al lado de una carretera. Nada que recuerde a la belleza. Ese es el mundo que vemos, oímos, olemos, muchos días del año.


Pero si algo tiene la vida humana que se diferencie de otras clases de existencia es la esperanza, incluso en medio de la pobreza o la agonía. Y eso lo dan las buenas canciones, las buenas letras, los amores, la ternura, el arte en general, los buenos recuerdos…, la belleza.

Sonaré frívolo ahora, lo aviso. Pero todo esto lo escribo a la vuelta de unos días de suerte en París. Es en esa ciudad, perdido entre sus recovecos, que uno descubre lo mucho a lo que renunciamos gran parte del año en aquellos lugares en los que vivimos y a los que viajamos. No aspiro a que todo mi entorno sea París. No podría, pero tampoco a renunciar a dotarlo de un sentido de belleza, la misma que nos recuerda la naturaleza de forma espontánea y sin dobles significados.

Podemos encontrar rastros de la belleza en sitios inhóspitos. Managua, por ejemplo, se ha vuelto un lugar muy feo. Pero aún resiste un impulso de belleza en el intento de recuperación de sus parques. Si algo podemos destacar de las autoridades y los trabajadores municipales es eso. Por supuesto, no que lleven siempre los colores obsesivos de un partido, pero al menos sí que los devuelvan a la misma gente de los barrios.

Pero eso no sirve de nada, si sucumbimos a la fealdad de lanzar los plásticos por doquier, de despreciar a los otros arrojando las basuras a las calles. Es necesario exigir la belleza, no sólo como necesidad sino como derecho, para que no se imponga la fealdad de árboles de lata o monumentos hechos sin amor, como el de Alexis Arguello en Carretera Masaya. No se puede vivir sin ella. Hay que exigirla. Está hasta en las ideas matemáticas. Busquémosla con la desesperación de los fugitivos. Un sobreviviente de los campos nazis nos recuerda que la belleza se comunica con la libertad. Vamos a comprobarlo.

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Fco. Javier SANCHO MAS

Fco. Javier SANCHO MAS

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