26 de mayo 2021
El trágico 30 de mayo del 2018 ocurrió una de las mayores matanzas de la dictadura Ortega-Murillo al reprimir una enorme manifestación popular que estaba llegando a su final en Metrocentro y la UCA, en conmemoración del “Día de las Madres” y en protesta contra la tiranía. Era la marcha más grande de las últimas seis semanas y quizá de la historia contemporánea.
La movilización había sido convocada seis días antes en apoyo a las adoloridas madres que habían perdido a sus hijos en la violenta represión de la dictadura, cuya orden de “¡Vamos con todo!” ya había causado 76 muertos, la mayoría jovencitos. Este día se agregarían 19. Paradójicamente, en horas de la mañana el dictador Ortega hipócritamente había firmado con la CIDH un acuerdo para crear un Grupo Interinstitucional de Expertos Internacionales (GIEI), para que investigara los asesinatos causados por la represión.
Venía feliz, con un entusiasmo desbordante, marchando con mi esposa y personas de la Articulación de Movimientos Sociales (AMS), pero me separé de la multitud sin precedentes para subir al puente peatonal que está por la embajada de México a fin de tomar detalles del encrespado mar de gente que pasaba eufórica y de los coloridos carteles que portaba, para una nota periodística que escribiría. Escuchaba muchas consignas y leía gran cantidad de afiches de todo tamaño alusivos a la madre nicaragüense. No me daba tiempo de apuntar todo.
Después caminé rápido, casi corría en dirección al centro comercial Metrocentro, hasta donde ya había llegado la cabeza de la marcha, incluso había grandes grupos de personas por las universidades UCA y UNI. En los tres pisos de la fuente en la rotonda había jóvenes agitando banderas de Nicaragua y haciendo pintas “subversivas”. Una muchachada levantaba pequeñas barricadas de la rotonda 50 metros al norte.
Me subí al puente que está al norte de la rotonda Rubén Darío desde donde observé movimiento de policías uniformados de negro en la parte superior del cercano Estadio Denis Martínez y escuché los primeros balazos. Olía a peligro. Entonces me pareció claro que iban a reprimir violentamente, me invadió el miedo y traté de salir de ahí lo más rápido posible con una horrible sensación de escalofrío pegada a mi espalda.
No sabía que esos hombres de negro que estaban en el Estadio Denis Martínez eran tiradores especializados, quizás del Ejército, armados con fusiles de larga distancia de esta institución (Dragunov), que habían recibido la criminal orden de disparar a matar. “Del pecho para arriba”, les ordenaron a los despiadados francotiradores.
Entre gritos de alarma, desesperación e impotencia, del lado de la UNI varios motociclistas raudos empezaron a sacar con urgencia a jóvenes heridos en la cabeza, muchos de los cuales ya iban muertos cuando los llevaban a algún hospital. Fue una carnicería. La guardia orteguista también asesinó a tres personas en Chinandega y a otras en Masaya y Estelí. Hubo cerca de 200 lesionados.
No ordenaron contener la manifestación del “Día de la Madre” con un despliegue intimidante de grupos de guardias antimotines ni disparos de salva, de bombas lacrimógenas o balas de hule, sino que organizaron una batería de expertos fusileros que se turnaban en la matanza, pues mientras llenaban los que de primero vaciaban sus cargadores de tiros, otros disparaban a la cabeza.
Las radiografías que publicó “Confidencial”
Con mi esposa logramos reunirnos una hora después y refugiarnos en una casa de Colonial Los Robles, mientras escuchábamos el estrépito de los disparos y percibíamos el terror y la desesperación de la temerosa y desconcertada multitud que trataba de salir de la zona para evitar las balas criminales. Mucha gente corría despavorida por la calle. Unos cinco mil ciudadanos se refugiaron en la Universidad Centroamericana.
Más tarde, la máxima gloria nacional de beisbol, Denis Martínez, emitió un comunicado: "Me duele saber que el Estadio Nacional que lleva mi nombre se esté ocupando para fines de violencia, afectando a mis hermanos nicaragüenses. El estadio es un lugar que yo soñaba para que los nicaragüense nos reuniéramos a disfrutar del deporte que llevo en mi corazón", expresó el lanzador de un juego perfecto en Grandes Ligas.
Poco después la revista CONFIDENCIAL publicó un extraordinario reportaje sobre la represión de ese día. Mostró por medio de radiografías los orificios en las cabezas o la parte superior del pecho de jóvenes asesinados criminalmente por los francotiradores de la dictadura.
Este fue “el regalo” de la tiranía de los Ortega-Murillo a la madre nicaragüense en su día.