20 de septiembre 2019
Entre el gentío una mano con guante de látex le toca el cuello con dos dedos, luego le cierra los ojos y se lo llevan al hospital. Ya iba muerto. Vi su cuerpo y su rostro en el suelo antes de subirlo a la camilla de la ambulancia. El video lo pasa a cada momento el canal de Miguel Mora, y me fijo en sus ojos apenas abiertos sin mirada y sin brillo, veo cuando le abren la boca, su cabeza desmadejada, sus manos desgajadas sobre el bluyín. En su cuello muestra el pañuelo azul y blanco, su camiseta también blanca ensangrentada.
También hubo cinco heridos, entre ella una anciana y un estudiantes de la UAM que está internado en el Hospital Alemán Nicaragüense y afuera hay policías esperando por él para llevárselo. No se sabe exactamente el número de jóvenes capturados. Aparece una mujer llorando y expresándose furiosa como los atacaron, y otra mujer con su cara ensangrentada de los golpes que sufrió. La gente habla indignada y llora llamando con sus celulares al canal.
La marcha comenzó en las inmediaciones del Iván Montenegro, se anunció apenas ayer, saldría del Mercado de Mayoreo, lejos del centro de Managua, próximo a la carretera norte, lleno de barrios populares que antes habían sido asentamientos espontáneos gradualmente urbanizados.
No pudieron concentrarse en el punto acordado, ya estaban allí los antimotines y entre ellos, los paramilitares en sus motocicletas. Primero les cayó una lluvia de piedras pero la multitud siguió, luego bombas de gases y la multitud siguió, y después – cerca del barrio Las Américas II – vino el baño de sangre por las ráfagas de los AKs obedeciendo la orden de los jefes, y ahí fue cuando la multitud corrió con sus heridos, se refugió en la iglesia, se dispersó, se indignó aún más y aulló como jauría de lobos entrampada, perseguida, impotente, despreciándolos desde lo más profundo de su rabia y jurando “por esta cruz que se irán”.
Masacraron otra vez una marcha en que iban niños, carretoneros, ancianas, pueblo de a pie, jóvenes con sus sueños, hombres desempleados, mujeres bailando alegres con sus huipiles y banderas, sin más arma que el digno grito exigiendo ¡que se vayan!
Se llamaba Matt Andrés Romero, 16 de años, estudiaba en cuarto de secundario y vivía en el barrio Omar Torrijos. Su muerte sigue subiendo la cifra de los masacrados. Lo mataron de un balazo de AK en el pecho. Era parte de la estampida de la muchedumbre que corría para escapar de los balazos. Matt, se volteó para ayudarle a una señora que cayó herida, dice otro muchacho. Que “murió en un fuego cruzado” explicó la policía en un rápido comunicado que publicó esta misma tarde. La madre no firmó en el hospital el papel que dice que Matt iba armado al momento de morir. Su tío explica en el noticiero que su única arma era su mochila con una botella de agua, un pañuelo azul y blanco y la bandera de Nicaragua.