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La locura de los tiranos y sus consecuencias

Ortega y Murillo deben dejar el poder. Están destruyéndose y nos quieren llevar con ellos al infierno. No aceptemos ese destino

Rosario Murillo y Daniel Ortega

Ortega y Murillo deben dejar el poder. Están destruyéndose y nos quieren llevar con ellos al infierno. No aceptemos ese destino

Gioconda Belli

8 de marzo 2023

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Recuerdo leer en los años 70 sobre el presidente desquiciado de Uganda, Idi Amin.

Este hombre, criminal e irracional, gobernó hasta que se tuvo que marchar a Arabia Saudita donde vivió, confinado con sus cuatro esposas y más de treinta hijos, hasta su muerte el 16 de agosto de 2003. Idi Amin mató, robó e hizo lo que quiso en Uganda. Se declaró anticolonialista y en uso de una supuesta “soberanía” destruyó su nación. La humillación y el crimen fueron sus instrumentos para mantener el poder: Sus desplantes e insultos hacia la comunidad internacional, la indiferencia con que mandaba a matar a su misma gente, su mandato autocrático y sus irracionales persecuciones, fueron noticia en el mundo. Expulsó a israelís del país, y a 40 000 ciudadanos que tenían pasaporte británico. Tras fallidos intentos de invadir Tanzania, fue obligado por exiliados de Uganda y fuerzas de Tanzania a huir. Apresado en Zaire, ningún país, excepto Arabia Saudita lo recibió. Allí vivió en exilio hasta su muerte.

Personalidades desquiciadas con enorme poder han existido en el mundo. Sus muertes y daños han causado innumerables sufrimientos: Stalin, Hitler, Batista, Trujillo, han sido de los más connotados. Pasan a la historia negra de la humanidad por sus actos irracionales y su arrogancia sicótica. En Nicaragua hemos tenido nuestra cuota de ellos. De Manuel Antonio de la Cerda, nuestro primer presidente, jefe supremo del Estado de Nicaragua dentro de la República Federal de Centro América por dos períodos 1825 (electo) y 1827-1828) (en rebelión), el historiador José Dolores Gámez lo describe así:

El tipo del primer jefe del Estado de Nicaragua, fue muy semejante al de algunos señores feudales de la Edad Media. Cerda era incapaz de robar un centavo; pero sonreía gustoso, cuando le presentaban las orejas de los enemigos, ensartadas en una tizona.


Observó castidad toda su vida y no conoció otra mujer que la que le dio la iglesia; y aquel hombre que temblaba a la sola idea de un acto de impureza, veía tranquilo correr a torrentes la sangre de sus hermanos y reducir a escombros su propio suelo, antes que ceder una línea de sus pretensiones.

Cerda ayunaba, usaba cilicio y hacía penitencia; pero su corazón eminentemente piadoso, habría presenciado impasible la destrucción del género humano, si éste hubiera disentido en opiniones religiosas o políticas.

En estos tiempos que vivimos bajo el régimen Ortega-Murillo, esas características de De la Cerda, así como las tropelías y abusos de otros tristemente célebres mandatarios de la historia, no nos son ajenas. Hay pocos días en que no tengamos que contener el estupor que nos causan las acciones erráticas e irracionales de esta pareja que, sin asco, ha venido destruyendo instituciones, leyes, nuestra Constitución y cuanto derecho ciudadano obstaculice sus acciones. Lo más desconcertante es que, con su propia mano, han ido socavando y hundiendo toda posibilidad de coexistencia pacífica en el país, declarándose enemigos y verdugos de moros y cristianos. Bajo sus arranques autoritarios no están seguros ni opositores, ni partidarios. Nicaragua bajo su poder se ha convertido en una tierra de arena movediza, un lodo mortal que puede tragar a cualquiera en cualquier momento.

Uno quisiera entender los bandazos que dan, las sentencias crueles e injustas como la de condenar a monseñor Rolando Álvarez a la cárcel por veinte y seis años, o la de expropiar sin razón o suprimir los pagos de las jubilaciones a personas de la tercera edad, las carceleadas, las persecuciones, los secuestros, la prohibición de la procesiones de Semana Santa, el odio desaforado contra la Iglesia, contra los medios de comunicación, contra las mujeres, un odio descomunal que recuerda escenas de la mitología cuando cíclopes, medusas y Saturnos maldecían, mataban o se comían a sus hijos.

Da profunda lástima y dolor percibir y oír el miedo que flota sobre el país, que hace enmudecer a los ciudadanos y los somete a la más cruel de las impotencias.

Nicaragua se hunde en el lodo más negro; la gente huye en masa, se impone el oprobio y el silencio. Seis millones de habitantes son manejados como títeres y cogidos del cuello y asfixiados por una pareja y su grupo de secuaces.

Ortega y Murillo deben dejar el poder. Están destruyéndose y nos quieren llevar con ellos al infierno. No aceptemos ese destino.


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Gioconda Belli

Gioconda Belli

Poeta y novelista nicaragüense. Ha publicado quince libros de poemas, ocho novelas, dos libros de ensayos, una memoria, y cuatro cuentos para niños. Su primera novela “La mujer habitada” (1988) ha sido traducida a más de catorce idiomas. Ganadora del Premio La Otra Orilla, 2010; Biblioteca Breve, de Seix Barral (España, 2008); Premio Casa de las Américas, en Cuba; Premio Internacional de Poesía Generación del ‘27, en España y Premio Anna Seghers de la Academia de Artes, de Alemania; Premio de Bellas Artes de Francia, 2014. En 2023 obtuvo el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más prestigioso para la poesía en español. Por sus posiciones críticas al Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, fue despatriada y confiscada. Está exiliada en Madrid.

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