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La llamada de atención de Europa

La UE va camino a la disolución, y sólo si se vuelve más receptiva a los reclamos de los ciudadanos de Europa podrá revertir la tendencia

Una bandera británica (dcha) ondea junto a una de la Unión Europea en Londres. EFE/Hannah Mckay.

Giles Merritt

23 de junio 2016

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Bruselas.– Los nubarrones oscuros de euroescepticismo populista que se están formando en la Unión Europea tienen un costado positivo. En Bruselas y en varias capitales de Europa, los líderes saben que la UE debe responder al creciente descontento y que -por fin- esto puede traducirse en un rédito político.

El catalizador ha sido el debate muchas veces absurdo sobre el "Brexit" del Reino Unido. Los argumentos de quienes hacen campaña a favor de una salida frecuentemente son imprecisos, cuando no mentiras rotundas; pero el debate furioso en Gran Bretaña sobre si permanecer o no en Europa ha dejado al descubierto las flaquezas arraigadas de la UE -y ha obligado a los líderes europeos a no ignorarlas más.

El ascenso de los partidos populistas de Europa ejerce una presión similar en todo el continente. Sin embargo, aunque temidos, tienen una escasa credibilidad política. Quienes están a favor del Brexit en el Reino Unido, por el contrario, incluyen a ministros de gobierno que cuentan con la toma de decisiones supuestamente antidemocrática de la UE entre sus principales falencias.

En verdad, los principales fracasos de la UE tienen poco que ver con la democracia. No se le puede echar la culpa de cómo toma las decisiones la UE al caos de la crisis de refugiados y de inmigrantes, a la respuesta inadecuada de Europa a la Primavera Árabe de 2011, a la crisis de Ucrania tres años más tarde y a la firmeza de Rusia. Pero estos hechos sí subrayan su incapacidad para reaccionar de manera rápida y decisiva. Peor aún, destacan su impericia a la hora de evitar problemas acordando sobre estrategias económicas y de seguridad claras.


De todos modos, la democracia es clave para el futuro de la UE. Durante años, los críticos han señalado el "déficit democrático" de Europa. El Consejo de Ministros -que, junto con el Parlamento Europeo, conforma la legislatura de la UE- es tan impenetrable y reservado como el de Corea del Norte; por cierto, opera a puertas cerradas, sin ningún registro público de quién dijo qué.

Ha habido acciones modestas para aumentar los poderes del Parlamento Europeo, pero no han sido lo suficientemente reconocidas por la población europea como para acallar los reclamos. Para apaciguar la antipatía de los votantes hacia la UE hará falta un cambio sustancial, y los políticos tradicionales de Europa están empezando a tomar conciencia de esta verdad incómoda.

El principal temor de los gobiernos de la UE ha sido que un voto a favor del Brexit el 23 de junio desate una oleada de referendos similares en otras partes. Eso efectivamente asestaría un golpe devastador a la credibilidad de la UE, tanto en sus estados miembro como en el exterior.

Pero una decisión británica a favor de permanecer sería casi igual de mala si las instituciones de la UE en Bruselas simplemente enviaran una señal de alivio y regresaran a su actitud de siempre, sin modificar las estructuras disfuncionales. En ese caso, los populistas utilizarían el cuco del "superestado" de la UE para carcomer el respaldo de base de los partidos tradicionales.

¿Qué tipo de reforma democrática, entonces, se podría concebir? La última vez que se formuló esta pregunta fue en 2005, cuando los referendos francés y holandés torpedearon el propuesto Tratado Constitucional de la UE. La UE estaba en su apogeo en aquel momento, gracias al nuevo euro y a la ambiciosa expansión "Big Bang" hacia el este de 2004, de modo que las posibilidades de garantizar un cambio hoy, cuando la UE está en su punto más bajo de popularidad, parecerían a simple vista menos probables.

En realidad, podría ser el caso contrario. Cuando el "proyecto europeo" estaba en etapa de ebullición, sólo unos pocos visionarios veían la necesidad de centralizar más poderes. Puede sonar ilógico, pero la caída de la productividad y la reducción de la fuerza laboral de Europa señalan tiempos aún más difíciles por delante y refuerzan la necesidad de que la UE sea más eficiente, más democrática y más receptiva.

Y esa es la cuestión más delicada de todas. ¿Cómo puede la UE transformar mecanismos desvencijados de toma de decisiones que han sido objeto de adiciones temporales y reajustados durante casi 40 años en una democracia eficiente y operativa? En el camino está la preciada soberanía de 28 países con culturas políticas muy diferentes y un conjunto de intereses nacionales y regionales en conflicto. No existen modelos obvios a los cuales recurrir.

Los politólogos han sugerido decenas de ideas, que van desde la reintroducción de dobles mandatos (dándoles a los parlamentarios nacionales una banca en el Parlamento Europeo) hasta la creación de un Senado de la UE en un sistema bicameral. Pero los detalles de una UE más democrática, en la que la Comisión sea verdaderamente responsable ante la población, son menos importantes que la voluntad política de avanzar.

La mayoría de los gobiernos nacionales de Europa, más allá de su tinte político, se han opuesto durante mucho tiempo a una UE más simplificada y democrática. Ahora, sin embargo, deben elegir entre ser superados por los partidos euroescépticos tanto en la extrema izquierda como en la extrema derecha, o responder a esa amenaza creando una democracia supranacional que pueda satisfacer las preocupaciones legítimas de los votantes.

La Convención Europea de 2003 que produjo la desafortunada Constitución de la UE no ofrece ninguna fórmula para el futuro. Su actividad enrevesada se llevó a cabo en gran medida fuera de la vista. Para frenar las crecientes críticas de "Europa", la UE necesita el golpe de efecto de un debate abierto que involucre a la sociedad civil, no sólo a un puñado de representantes políticos. Su premisa debe ser que la UE va camino a la disolución, y que sólo si se vuelve más receptiva a los reclamos de los ciudadanos de Europa podrá revertir la tendencia.

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Giles Merritt es el autor de Slippery Slope: Europe’s Troubled Future, publicado recientemente por Oxford University Press.

Copyright: Project Syndicate, 2016.
www.project-syndicate.org


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