Guillermo Rothschuh Villanueva
10 de marzo 2024
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Por vez primera en la historia disponemos de una herramienta que da escalofríos
No existe un solo usuario de las redes sociales que no recuerde que estas nacieron bajo la promesa incumplida de que nos conducirían a rescatar el paraíso perdido. Los iluminados de Silicon Valley nos prometían el oro y el moro. Podríamos utilizarlas a nuestro gusto y antojo. Nos abrirían las puertas de la libertad. Avizoraban el advenimiento de una nueva época. A la vuelta de la esquina nos encontramos con que los discursos de redención no eran más que una treta para atraparnos con un anzuelo azucarado, y lo lograron. Se apoderaron de nuestras predilecciones políticas, gustos culinarios y preferencias de toda índole. Un formidable negocio. Igual pasa ahora con la invención de la inteligencia artificial (IA). Algunos de sus programas causan asombro, perplejidad y encantamiento.
Los olvidadizos somos nosotros al no querer darnos por enterados que la avalancha de invención y desarrollo tecnológicos ocurría en las entrañas del capitalismo. Era imposible pensar que la nueva invención estaría a nuestra disposición. La muestra de gratuidad es lo que la profesora Naomi Klein denomina como falso socialismo. El interés primordial está orientado a familiarizarnos y convencernos que la IA no es más que una herramienta que vendrá a resolver la mayoría de problemas que nos afligen (todos creados por nosotros mismos) y que parecían irresolubles. Una manera de habituarnos a su existencia y nos olvidemos de los riesgos que supone el uso de la IA. El nuevo juguete creado por OpenAI se llama Sora. Nos devuelve en video cualquier descripción que hagamos de una persona.
Solo una minoría de expertos —en su mayoría exfuncionarios y trabajadores de las grandes tecnológicas— han sido capaces de advertirnos de sus peligros. Geoffrey Hinton, considerado como uno de los grandes artífices de la IA renunció a su puesto en Google. Alegó que le resultaba difícil ver “cómo se podía evitar que los malos actores lo usen para cosas malas”. Renunció a su cargo de vicepresidente de ingeniería para poder hablar con libertad. Contrario a lo solicitado por Bill Gates, de no frenar el avance de la IA, Hinton forma parte del grupo de especialistas que pidieron pausar por seis meses la realización de pruebas y ensayos de sistemas de IA más poderosos que el GPT4. La cantidad de intereses económicos y militares en juego son demasiados fuertes para frenarlos.
¿Por qué desoír a entendidos comprometidos con el avance de la IA? Tuvieron el valor de denunciar que “durante los últimos meses los laboratorios de IA han entrado en una carrera sin control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de forma fiable”. Una prevención oportuna. Como el dinero pauta la conducta de los grandes empresarios, difícilmente escucharán los argumentos vertidos para no transitar por encrucijadas de las que probablemente no podríamos salir ilesos. El único norte al que se atienen es el aumento de sus ganancias. A la prueba me remito. Los dueños de las gigantes tecnológicas abultaron sus fortunas en 2023 gracias al uso de la IA.
En vista que Bill Gates ha sido la cara más visible defendiendo a ultranza los avances de la IA, conviene saber que su empresa Microsoft es la que “mejor surfea la ola de la nueva tecnología… La compañía dirigida por Satya Nadella se ha convertido en la más valiosa del mundo y supera los tres billones de capitalización, de la mano de OpenAI y de la integración de la inteligencia artificial en sus productos y servicios. Su ejercicio fiscal se cierra en junio, pero en el año natural 2023 la compañía aumentó su facturación un 11,5%, hasta un récord de 227.583 millones de dólares, y el beneficio un 22,4%, hasta los 82.541 millones” (el subrayado es mío) como deja sentado Miguel Jiménez. La IA incrementó la voracidad de los dueños de las grandes tecnológicas. Padecen de gula.
Desde hace un par de años sigo con atención los planteamientos de la esclarecida Naomi Klein. Con abundantes argumentos ha demostrado la falacia que encierran muchos argumentos lanzados por quienes se regodean con la IA: Apple, Microsoft, Alphabet, Meta y Amazon. La profesora del Reino Unido fue la primera en llamar las cosas por su nombre. Se trata de un robo colosal. Su conclusión es que continúan “adueñándose unilateralmente de todo el conocimiento humano que existe en formato digital y desechable y encerrándolo dentro de unos productos patentados, que, en muchos casos, atacarán de forma directa a los seres humanos cuyo trabajo de toda una vida ha servido para entrenar a las máquinas, sin que ellos hayan dado su permiso ni su consentimiento”.
Su planteamiento no se circunscribe a mostrar la forma ilegal con que se apropian de todo lo creado por los seres humanos, también desacraliza y desmiente sus propuestas. Sus ofertas jamás llegarán a la mesa de todos. Son simples negociantes. Como sostiene Klein para que los beneficios sean disfrutados a manos llenas, las “tecnologías tendrían que desplegarse en un orden económico y social muy diferente al nuestro, cuyo objetivo fuera satisfacer las necesidades humanas y proteger los sistemas planetarios que sustentan la vida”. Algo que resulta impensable. Ni Bezos, Gates, Zuckerberg, Musk y Page, trabajan en provecho de la humanidad. Los escándalos que rodean a Meta y Google en la venta al por mayor y al detalle de datos indican hacia donde apuntan sus ojos y narices.
Ante la inminencia de los peligros que nos acechan —ni los especialistas están claros dónde desembocará la IA— los políticos han asumido una conducta reprochable. Están lejos de la concepción del italiano Antonio Gramsci. Muy pocos cuentan con suficientes conocimientos técnico-científicos para ejercer con dignidad el cargo. A esto debemos agregar el peligro de caer seducidos por el dinero como demuestra la historia pasada y reciente. En Estados Unidos, cuna de las gigantescas tecnológicas, la derrama en dólares continúa en ascenso. Sabedores de lo que esto implica, el dinero invertido entre los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado se disparó. A cambio esperan que sus aportes económicos sean retribuidos de la forma que ellos les planteen.
En vista que los números no mienten y resultan apabullantes, vale la pena conocer la cuantía invertida en 2023. “El año pasado, las principales empresas tecnológicas gastaron nada menos que 70 000 millones de dólares —una cifra récord y superior a la del sector del petróleo y el gas— en hacer labor de presión en Washington, una cantidad, señala Bloomberg News, que se suma a los millones gastados en su enorme variedad de grupos comerciales, organizaciones sin ánimo de lucro y laboratorios de ideas”. Es difícil suponer que los miembros del Congreso estadounidense diferirán y actuarán de manera diferente a las exigencias que lleguen a presentarles en un momento determinado. Los políticos dependen cada vez más de sumas millonarias para resultar electos.
Entre los diferentes beneficios ofertados por IA voy a referirme a uno solamente. “La inteligencia artificial proporcionará una gobernanza sensata”. Cedo la palabra a la profesora Klein:
“¿Si los políticos imponen políticas crueles e ineficaces es porque carecen de datos? ¿Por qué son incapaces de ‘ver patrones’, como sugiere el documento del BCG? ¿Acaso no comprenden el coste humano de privar de fondos a la sanidad pública en medio de una pandemia, o de no invertir en vivienda social cuando nuestros parques están llenos de tiendas de campaña, o de aprobar nuevas infraestructuras de combustibles fósiles cuando las temperaturas se disparan? ¿Necesitan que la IA les haga ‘más inteligentes’? por utilizar el término de Schmidt, ¿o precisamente son tan inteligentes que saben quién va a financiar su próxima campaña o, si se desvían de lo acordado, a sus rivales?”.
Estamos suficientemente grandecitos para llamarnos a engaños. ¿Seremos capaces de entenderlo? Por vez primera en la historia disponemos de una herramienta que da escalofríos. Octavio Paz jamás pensó que seríamos capaces de inventar máquinas que sobrepasarán nuestra inteligencia o al menos con la autonomía suficiente para tomar decisiones incluso en el campo de batalla. Ese momento llegó. Debemos atender las prevenciones hechas por quienes están al frente de la IA. Sam Altman tiró la moneda al aire. Su postura es preocupante. A nosotros corresponde ser precavidos. “Esperemos que todo salga bien”, arguyó. Para luego afirmar: “Creo que acabarán triunfando los ángeles buenos”. Juzgo que se refería a los ángeles celestiales. Nadie se atrevería a equiparar con los ángeles a Bezos, Gates, Zuckerberg, Musk y Page. ¡Uyuyuy! ¡Diosito lindo!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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