26 de julio 2017
La oposición intenta usar la fuerza de su clara mayoría para ponerse frente a un gobierno que parece venir sin freno a la consecución de su Constituyente.
Así, el país se queda preso de dos fuerzas que sienten que ese evento es vital o mortal. El gobierno cree que sin Constituyente está acabado, pues su posición de respaldo popular es minoritaria y le sería imposible ganar una elección democrática convencional. También sabe que perder y salir del poder tiene un costo adicional infinito. Actúa en consecuencia y está dispuesto a todo por obtener una especie de Sóviet Supremo, sin límites, ni reglas, ni tiempos, que le permitirá destruir a sus adversarios y gobernar con poder total.
Usando esa Asamblea Nacional Constituyente, amenaza a la oposición con destruirla al obtener ese poder, que en realidad ya ejerce a través de su control institucional, pero que necesita limpiar, quitando de él las sombras que genera la Constitución de 1999 y que indica a todas luces que lo que está haciendo es inconstitucional e ilegítimo.
Para preservar ese Sóviet por el tiempo que quiera y para cambiar la forma de elección a futuro y permitir que la minoría pueda mantenerse en poder, necesita su Constituyente, sin aprobación previa del pueblo y con un sistema electoral corporativista.
Pero sabiendo que ese evento es vital para la revolución, la oposición también se convierte en un kamikaze dispuesto a lo que sea para pararlo. La cosa se complica cuando debe responder ¿cómo?, frente a un poder desatado, concentrado y sin barreras de contención. La oposición también tiene múltiples divisiones internas y se muestra sin lineamientos claros, ni liderazgo unificado y convive con presiones anárquicas ante la llegada inminente del “día final”.
Ha convocado una hora cero. ¿Pero qué es eso? Ella tampoco lo sabe a ciencia cierta. Intenta estructurarlo bajo los instrumentos de la protesta pacífica. Consultas, un paro, que luego escalará, trancones más largos, más calle y presión internacional. Esos son los instrumentos naturales de su lucha y ha avanzado en ese camino. El problema es que se mezcla, sin quererlo, con acciones violentas y de dibujo libre de actores que creen que no se debe seguir al liderazgo formal y que se hacen incontrolables. Así, las acciones pacíficas se descontrolan y radicalizan y se presentan las dudas naturales. Una cosa es la participación voluntaria y otra la obligada. ¿Qué hay de diferente entre un gobierno que obliga a un empleado público a votar (aunque no quiera) y una oposición que obliga a una panadería a cerrar (aunque tampoco quiera)?
Mientras tanto, algunos barrios se introducen a la protesta, pero poco a poco, porque tienen miedo de perder subsidios o de ser atacados por un “colectivo”. El paro de esta semana fue muy exitoso porque era de un día, pero podría animar a un paro permanente en un país petrolero donde el gobierno controla la producción y plantea un pulso de fuerza entre un empresariado y una población pauperizada y un gobierno, también quebrado, pero que controla los pocos recursos del país. Y se suma la amenaza de sanciones unilaterales, que si son generales, añadirán picante malo a la sopa.
En mi opinión esto nos está llevando a más pobreza, primitivismo y fractura. Y hasta que las partes no entiendan que hay que negociar para convivir y rescatar equilibrios, el futuro es oscuro.
Es verdad que en casos extremos hay salidas no negociadas. Son guerras, conflictos armados, invasiones. Pero eso requiere varias condiciones. Armas, líderes, plata, organización y militares. Pero sobre todo disposición a que te maten a ti y a tus hijos en esa guerra y la claridad de que aun ganándola, el desequilibrio, la inestabilidad, la violencia y el empobrecimiento durarán por años.
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