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La homosexualidad no es pecado, la homofobia sí

La diversidad sexual es una realidad humana. Si creemos que Dios creó todo lo que vemos y conocemos, también creeremos que creó a los homosexuales

Centenares de personas participan en una manifestación por las víctimas de la matanza de Orlando. Foto: EFE.

María López Vigil

14 de junio 2016

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La masacre de Orlando me parece una buena ocasión para reflexionar en un país como éste, donde la homofobia es una realidad permanente que provoca chistes groseros, explica chantajes políticos y provoca dolorosos dramas humanos.

En varias ocasiones he tenido la oportunidad de hablarle a mujeres y a hombres de orientación sexual distinta a la heterosexual, comprobando cuánto interés tienen en escuchar ideas que cuestionen las raíces religiosas que tiene la homofobia y que les sirvan de herramientas para el debate y también para sentirse más libres.

Indignada y dolida por lo ocurrido en Orlando y por lo que sucede a diario en Nicaragua, comparto algunas de las ideas que he compartido con ellas y ellos.

Sí, “Dios nos creó macho y hembra”. Y en su infinita creatividad, creó muchas formas de ser y de sentir como varones y muchas formas de ser y de sentir como mujeres. Todos los colores, todas las formas, todos los rostros, también todas las formas de vivir la sexualidad, si se viven con amor y sin hacer daño, surgieron de las manos de Dios.


La diversidad sexual es una realidad humana. Si creemos que Dios es el creador de todo lo que vemos y conocemos, también creeremos que Dios ha creado a quienes son gays, lesbianas, bisexuales, transexuales… La homosexualidad está presente en todas las especies. Y nosotros también somos una especie, Homo Sapiens. La homosexualidad es algo natural, presente en la maravillosa obra de Dios que es la Naturaleza.

El pueblo hebreo, como otros pueblos de la antigüedad, era homofóbico. El pueblo griego, otro pueblo de la antigüedad, no era homofóbico. Pueblos ancestrales de América no fueron homofóbicos. La intolerancia homofóbica llegó a América con la espada de los conquistadores, que no toleraron la cultura sexual que vieron en estas tierras, porque contradecía la de ellos.

La homofobia es una expresión de la cultura. Algunas culturas la han visto con normalidad. Otras no, vinculando su condena y su rechazo a mandatos religiosos. Es el caso de la cultura hebrea. Y los libros del Antiguo Testamento de la Biblia son expresión de esa cultura.

El libro del Levítico recoge leyes de hace tres o cuatro mil años de aquella cultura, de aquel pueblo. Regirse por esas leyes para condenar a homosexuales y para negarles derechos es negar todos los avances legales de la Humanidad, incluidos los que valoramos hoy en Nicaragua.

Quienes piensan que todo lo que dicen esos antiguos textos de la Biblia es mandato de Dios, y por eso hay que rechazar la homosexualidad y a los homosexuales, deberían, por ejemplo, prohibir la entrada a la iglesia y al culto a las mujeres cuando tienen su menstruación, porque eso también está ordenado en el Levítico. ¿Por qué no lo hacemos, aunque está escrito en la Biblia? Porque sabemos que esa norma es atrasada, antigua, expresión de una cultura superada que violenta la privacidad de las mujeres y contraría sus derechos humanos.

Si pecar es hacer conscientemente un daño a los demás y hacernos daño a nosotros mismos, podemos afirmar que la homosexualidad no es pecado, porque vivida con amor no hace daño a nadie. El pecado es la homofobia. Porque discriminar, rechazar, despreciar, menospreciar, odiar… hasta llegar a matar es hacer daño, y mucho daño. Discriminar a otro ser humano, creado por Dios y amado por Dios, por ser como es, por sentir lo que siente, es pecado.

Sí, en su carta a los cristianos de Corinto Pablo condena a los homosexuales y hasta los excluye del Reino de Dios. Esto es palabra de Pablo de Tarso, no es palabra de Dios. Pablo fue formado en la tradición farisea, lo que supone una formación moral llena de prejuicios y de severidad, también contra las mujeres, lo que se refleja en muchos de sus escritos.

Ser cristianos, cristianas, tanto en versión católica como en versión evangélica, no es seguir a Pablo sino tener como referente y como inspiración el ejemplo, las palabras y la ética de Jesús de Nazaret. Jesús nunca excluyó ni discriminó a nadie ni por su sexo ni por su orientación sexual, nunca habló de eso. Y seguramente en su grupo habría hombres y mujeres con una orientación sexual diversa. La Ciencia nos ha enseñado que un 10-15% de la población humana siente atracción sexual hacia su mismo sexo.

La intolerancia de nuestra tradicional cultura cristiana ante la homosexualidad tiene historia. No siempre fue así. En 1996 el historiador estadounidense John Boswell publicó el libro “Las bodas de la semejanza” en el que demuestra, tras una ardua investigación que llevó a cabo en archivos del Vaticano que en la Iglesia primitiva, y durante un tiempo, se celebraron ceremonias “de hermanamiento” en las que se bendecía el matrimonio de dos hombres en rituales equivalentes a los del matrimonio heterosexual. En aquel entonces, la homosexualidad femenina permanecía mucho más oculta y por eso no quedó constancia de oraciones para bendecir el matrimonio de dos mujeres.

Hemos creído, o nos han hecho creer, que Dios nos creó macho y hembra, varón y mujer, principalmente para procrear, para reproducirnos, para tener hijos. Tal vez por eso pensamos que, como en una relación homosexual, ni gays ni lesbianas pueden reproducirse biológicamente, creemos que esa relación es contraria a la voluntad de Dios. Es una idea materialista, nada espiritual. Toda pareja humana es fundamentalmente para la comunicación, para la compañía, para el placer, para la felicidad. De esa comunicación nacerán o no criaturas.

El principio básico de nuestra religión, y de nuestra ética, aprendidas de Jesús de Nazaret, es ése: donde hay amor ahí está Dios. Si la homosexualidad se vive como expresión de amor –compromiso, afecto, apoyo, placer y felicidad compartidos–, ahí está Dios. Si la homosexualidad se vive de una manera dañina, insana, abusiva, egocéntrica, oculta tras una doble moral, ahí no está Dios, pero no por ser una relación homosexual. Lo mismo puede decirse de una relación heterosexual.


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María López Vigil

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