13 de octubre 2022
La guerra de Vladímir Putin en Ucrania es un intento de hacer retroceder el reloj hasta el momento en que Rusia era una superpotencia que dominaba Europa del este. Sin embargo, en lo que equivale a una tentativa de cambiar el resultado de la Guerra Fría, sobreestimó tremendamente sus capacidades. Las realidades en Ucrania revelan que la guerra, motivada por una nostalgia irracional por el régimen zarista, fue un grotesco error de cálculo.
Aunque todavía no sabemos cómo acabará o cuántas víctimas de ambos lados se cobrará, está claro que Putin no ganará ni en el campo de batalla ni en el ámbito internacional. Con sus últimas amenazas de usar armas nucleares y su movilización de más de 300 000 reservistas, sin advertirlo, evidenció su propia debilidad y la difícil situación en que lo pusieron los avances de Ucrania en el frente. Tras el estruendoso fracaso de su llamada “operación militar especial”, parece no tener más opción que convertir la batalla en una “guerra” abierta, y hace uso de todos los recursos estratégicos de Rusia, incluido su arsenal nuclear.
Si Putin llegara a violar el tabú nuclear, vigente desde 1945, convertiría a Rusia en paria y la aislaría casi por completo de la escena internacional. Ni la India ni China la imitarán, y tampoco Estados Unidos y la OTAN tolerarán una forma de escalada así de peligrosa. Como ya lo señalaron, responderán por medios militares de una forma bien calculada, pero no nuclear, que garantice “consecuencias catastróficas” para Rusia. En cuanto a Putin, un ataque nuclear sería un paso más hacia la derrota.
Pero ¿qué significa esto para Europa? Puesto que Rusia y la Unión Europea seguirán siendo vecinas ocurra lo que ocurra, los europeos tendrían que ver a Rusia como una amenaza existencial. Volveríamos repentinamente al punto muerto militar que, pensábamos, fue superado con el fin de la Guerra Fría. Con los rusos librando una guerra para borrar a Ucrania del mapa, debemos abandonar la esperanza de una paz y estabilidad duraderas. La Guerra Fría volvió, y las amenazas nucleares de Putin implican que podría volverse “caliente”, y hasta radiactiva. Europa debe aceptar esta realidad y ejecutar los cambios a largo plazo que esto requiere.
Tal como están las cosas, la UE está lejos de ser una gran potencia. Si bien se la toma en serio en términos económicos y tecnológicos, sus divisiones y conflictos internos hacen que pese mucho menos en lo geopolítico. La catástrofe de la Segunda Guerra Mundial generó un proceso de unificación que culminó en la creación de la UE, con su libertad de movimiento, su moneda común y su mercado único. Pero una integración política más profunda nunca ha parecido posible.
A medida que la realidad de la Guerra Fría II se asienta, eso debe cambiar. La integración política es precisamente lo que Europa necesita, a menos que quiera vivir bajo la constante y agotadora amenaza de un ataque militar y el chantaje nuclear. La OTAN y sus garantías de seguridad solo podrán seguir siendo sólidas si los europeos refuerzan su lado del puente transatlántico. Y solo pueden aportar más a la defensa y disuasión comunes si están más unidos políticamente.
*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.