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La guerra de Putin destruirá a Rusia

Cuatro escenarios probables sobre el fin de la guerra: las consecuencias para Rusia son un futuro tan oscuro como el más oscuro de sus pasados

Desde la caída del Muro de Berlín

Nina L. Khrushcheva

4 de abril 2022

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Un viejo y macabro chiste soviético probablemente les suene demasiado cierto a los ucranianos en la actualidad. Un francés dice: “Tomo el autobús para ir al trabajo, pero cuando viajo por Europa uso mi Peugeot”. Un ruso le responde: “Nosotros también tenemos un excelente sistema de transporte público, pero cuando vamos a Europa... usamos un tanque”.

Ese chiste apareció 1956, cuando Nikita Jrushchov ordenó el ingreso de tanques a Budapest para aplastar la revolución húngara antisoviética, y resurgió en 1968, cuando Leonid Brézhnev envió tanques a Checoslovaquia para aplastar la Primavera de Praga.

Pero en 1989, cuando Mijaíl Gorbachov decidió no enviar tanques ni tropas a Alemania para proteger el muro de Berlín, la chanza pareció haber quedado en el pasado. Si algo nos demostró el presidente Vladímir Putin, sin embargo, es que no podemos creer en el presente y que lo único importante para el futuro de Rusia es su pasado.

Para Putin, el pasado más importante es el que exaltó el autor disidente y premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn: la época en que los pueblos eslavos estaban unidos dentro del reino cristiano ortodoxo de la Rus de Kiev. Kiev era su corazón, lo que convierte a Ucrania en un componente central de la visión paneslava de Putin.


Pero, para Putin, el objetivo de la guerra de Ucrania es proteger a Rusia, no solo ampliarla. Como dejó en claro recientemente Sergéi Lavrov, ministro ruso de Relaciones Exteriores, los líderes rusos creen que su país está atrapado en una “batalla a muerte por su existencia en el mapa geopolítico mundial”.

Esa visión del mundo refleja la obsesión de larga data de Putin con los trabajos de otros filósofos rusos migrantes, como Iván Ilyín y Nikolái Berdiáyev, quienes describieron la lucha del alma euroasiática (rusa) contra los atlantistas (occidentales), que la destruirían.

Sin embargo, Putin y sus neoeuroasianistas parecen creer que la clave para la victoria es la creación del tipo de régimen que los filósofos antibolcheviques más detestaban: uno dirigido por las fuerzas de seguridad. Un Estado policial satisfaría la visión de otro de los héroes de Putin: el jefe de la KGB devenido en secretario general soviético, Yuri Andrópov.

Tanto en 1956 como en 1968, Andrópov fue el principal partidario del envío de los tanques. Creía que aplastar la oposición al régimen soviético era fundamental para impedir la destrucción de la URSS a manos de la OTAN y la CIA.
Es, en gran medida, la misma lógica que se está aplicando hoy en Ucrania (si podemos llamarla lógica). En la actualidad, la batalla para “salvar a Rusia” parece poco más que el producto de la apasionada imaginación de un hombre.

Hay buenos motivos para creer que ni siquiera los oficiales rusos de mayor rango tuvieron mucho peso en la guerra de Ucrania. Lavrov dio explicaciones y objetivos contradictorios. La directora del Banco Central ruso, Elvira Nabiullina, intentó renunciar poco después de la invasión, pero Putin no lo permitió.

En cuanto al Servicio Federal de Seguridad (SFS) de Rusia, parece que su Departamento de Información Operativa fue el responsable de entregar a Putin la narrativa ucraniana que quería escuchar: los hermanos eslavos de Rusia estaban listos para ser liberados de los colaboradores nazis y los títeres occidentales que comandaban su gobierno.

Probablemente, nunca se les pasó por la cabeza que Putin ordenaría la invasión de Ucrania —una decisión claramente contraria a los intereses rusos— basándose en esa información. Pero lo hizo... y supuestamente 1.000 empleados perdieron sus puestos debido al fracaso de la operación.

Esos despidos fueron más allá del SFS y se extendieron entre los militares, que también parecen haber carecido de información sobre la posibilidad de una invasión, su fecha prevista y motivos. El ministro de Defensa, Serguéi Shoigú —el funcionario con más antigüedad en el gobierno— prácticamente dejó de mostrarse en público, lo que llevó a especular que tal vez Putin planeó la guerra con sus amigos ex-KGB en vez de con los altos rangos militares.

Independientemente de cómo haya comenzado, la guerra probablemente tenga uno de los siguientes cuatro finales. Rusia podría hacerse con el control de Ucrania —o parte de ella—, pero solo brevemente. Las dificultades militares rusas para controlar las ciudades ucranianas (y mantener ese control en la única ciudad que logró capturar) son evidencias sólidas de que es incapaz de mantener una ocupación a largo plazo. Viene a la mente la desastrosa guerra soviética en Afganistán, que aceleró el colapso de la URSS.

En el segundo escenario, Ucrania acepta reconocer a Crimea, Donetsk y Lugansk como territorios rusos, permitiendo que la maquinaria propagandística del Kremlin produzca a mansalva historias sobre los ucranianos “liberados”. Pero aun cuando el régimen de Putin se declararía victorioso, Rusia quedaría como paria en el mundo y su economía se vería dañada permanentemente por las sanciones, abandonada por cientos de empresas mundiales y carecería cada vez más de jóvenes.

En el tercer escenario, un Putin cada vez más frustrado usa armas nucleares tácticas en Ucrania. Como advirtió recientemente Dmitri Medvédev —expresidente y ahora director adjunto del Consejo de Seguridad ruso—, Rusia está preparada para atacar a un enemigo que solo usó armas convencionales.

La propaganda del Kremlin seguramente presentaría esto como una victoria y mencionaría, con toda probabilidad, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en 1945 por EE. UU. como antecedentes del uso de armas nucleares para poner fin a una guerra (y la prueba de que toda crítica occidental sería una total hipocresía).

En el escenario final, se cumple el deseo del presidente estadounidense, Joe Biden: sacan a Putin del poder. Considerando que no hay tradición de golpes militares en Rusia, esto es extremadamente improbable. Incluso si ocurriera, el sistema que Putin construyó se mantendría con el apoyo de la cohorte de colegas ex-KGB y otros matones de los servicios de seguridad (silovíks) que viene preparando desde hace dos décadas.

Aunque tal vez se calme el aventurerismo en el extranjero, los rusos seguirían aislados y oprimidos. Después de todo, es posible que el SFS no haya creído que entrarían en guerra, pero aprovechó con entusiasmo la “operación militar especial” de Putin como una oportunidad para tomar medidas restrictivas y controlar completamente a la sociedad.

Con su ataque a otro país europeo, Putin cruzó una línea que se había trazado después de la Segunda Guerra Mundial... y cambió el mundo. Pero también cambió a Rusia: de una autocracia que funcionaba a una dictadura estalinesca, un país caracterizado por la represión violenta, la arbitrariedad inescrutable y una gigantesca fuga de cerebros.

Aunque aún está por verse la fortuna de Ucrania, Europa y el resto del mundo cuando cesen los disparos, las consecuencias para Rusia son muy obvias: un futuro tan oscuro como el más oscuro de sus pasados.

*Texto original publicado por Proyect Syndicate

 


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Nina L. Khrushcheva

Nina L. Khrushcheva

Profesora de Relaciones Internacionales en “The New School” de Nueva York. Dirigió el Proyecto Rusia en el Instituto de Política Mundial. Autora de los libros “Imaginando a Nabokov: Rusia entre el arte y la política” y “El Khrushchev perdido: Un viaje al Gulag de la mente rusa”.

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